Publicado el 1 de enero de 2001
Es 1 de Enero de 2001 y en Viena el concierto de Año Nuevo nos trae a todos las notas del Danubio Azul. En una órbita media sobre el planeta, la estación espacial internacional dispone ya de una tripulación permanente; es casi seguro que si a bordo hay ahora algún europeo, la televisión habrá sido conectada con la MusikVerain de Viena.
Si así ha sido -que no podemos saberlo-, Strauss habrá acompañado el vuelo en gravedad cero de los astronautas. Millones de personas han escuchado los compases y quien sabe cuantos habrán recordado la famosa película de Stanley Kubrick que ha dotado a este nuevo año, primero del siglo XXI, de una carga mítica añadida.
El mito del Progreso es hijo de la Modernidad, una herencia del siglo de las Luces. Pero si la Ilustración nos ha dejado ese legado, incluía también en su origen una promesa de libertad y respeto a la dignidad humana, una promesa que en los días que corremos es puesta en cuestión: la realidad, se nos dice, funciona de acuerdo con su propia lógica y de nada vale oponerse a ella, a la lógica de la Razón Económica.
La ciencia ficción necesita de la confianza en el progreso, describe la aventura humana a lo largo de su historia incluyendo en la línea del tiempo al propio futuro como territorio natural; nos permite especular sobre los peligros, los retos o las amenazas del Progreso, La Ciencia o, simplemente, lo desconocido; nos induce a confiar en la Razón y nos recuerda nuestra condición humana -limitada- incluso cuando creemos poder tocar las estrellas con la mano. Si Ícaro hubiera leído ciencia ficción, hubiera podido especular previamente sobre el efecto del sol en la cera y quizá, así, salvarse. ¡¡Hubiera sido el mito más instructivo de la historia de la Humanidad!!
Pero el edificio de la Modernidad está en ruinas y son muchos los que apresuran a situarse en posiciones de privilegio sobre sus despojos. Solamente subsiste una mutación deforme de su confianza en la razón: La lógica de la Razón Económica. Las visiones del futuro en la literatura o el cine actual son en su mayoría negativas, descorazonadoras, pero buena parte de los lectores, del público -hijos de su época-, las consideran normales, lógicas, previsibles.
En una sociedad incapaz de imaginar futuros diferentes, la ciencia ficción tiene que estar por fuerza en crisis. Y de hecho así ocurre. En estos momentos la mayoria de la producción del género es fruto de políticas industriales, sea la del cine, la televisión o las editoriales. La conexión entre autores y lectores está tan mediatizada como siempre, pero ahora el viejo mito del Progreso de la Humanidad se está desvaneciendo. Y los autores que deseen rescatarlo serán tachados de no comerciales…
Hoy es 1 de Enero de 2001. En Toulouse hay un cosmódromo, un espaciopuerto de verdad, aunque el más importante de la Agencia Europea esté en la Guyana. El 70% de las sondas a Marte ha fracasado por motivos cuanto menos extraños, pero eso no ha impedido que ya sepamos que su subsuelo oculta importantes sorpresas. Los polos lunares por su parte, tienen hielo permanente. La estación espacial internacional es el tercer objeto más brillante en el cielo nocturno. El 75% de los europeos tienen teléfono móvil y existe algo llamado la Red de Redes que nadie fue capaz de prever. El futuro ya está aquí y, nos dicen, el presente es el mejor de los mundos posibles, pero muchos nos resistimos a aceptarlo.
Empieza a filtrarse la idea -déjenme frivolizar un poco- de que el vuelo a las estrellas nunca será posible, que la vida inteligente es una absoluta rareza en la Galaxia (una vez comprobado que no existe en la Tierra) y que a Marte se viajara cuando las multinacionales lo consideren productivo económicamente.
Díganme si acaso no necesitamos hoy más que nunca de la vieja ciencia ficción, la del sentido de la maravilla, la de la confianza en el futuro . Necesitamos escribir, especular, divertirnos y también soñar. Si no lo hacemos, no ya cambiar el futuro sino habitar en este presente se volvería francamente difícil.
En este primer día del siglo XXI, inicio de un nuevo milenio, déjenme decirles que el futuro no está escrito. Es tarea de todos.
Pedro A. García Bilbao
1 de Enero de 2001
Posted on 2024/03/10
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