
[Es duro, muy duro lo que aquí se escribe. Pero poco si pensamos en el tipo de capitalismo asesino que se instaló en Rusia en los 90 y en quienes lo hicieron posible. ¿Se podría matizar algo sobre los cambios en los últimos años? Tal vez, seguramente si; pero la sociedad actual rusa y su clase dirigente es heredera de aquellos años y de aquellos que los impulsaron; en cualquier caso el punto de vista de Chris Floyd debe afrontarse. El combate geoestratégico actual es real, pero también lo es que no existe un modo de vida alternativo ni asoma pretensión alguna de que lo haya.]
Chris Floyd / Empire Burlesque / Publicado el 1 de Mayo 2014 /
La crisis en Ucrania es una de las muchas consecuencias de la decisión de occidente de machacar a Rusia cuando estaba todavía grogui y tambaleándose tras la desintegración de la Unión Soviética. En vez de dejarles un poco de espacio para tomar aliento y ayudarles a encontrar su transición desde un pasado socialista roto hacia nuevas formas de vida y organización económica propias, occidente se apresuró a imponerles un brutal “fundamentalismo de mercado”: el ya familiar espectáculo de terror con sus actos de “austeridad”, privatización, endeudamiento ruinoso, caída abismal de la expectativa de vida y aumento de la mortalidad infantil; la ingestión despiadada del bien común por parte de un capitalismo de compadreo.
Esta bandeja fue servida por dóciles lacayos rusos – pendejos alelados como Boris Yeltsin, fanáticos del mercado y conversos a la economía de la “Escuela de Chicago” que poblaron su primer gobierno y, en el espacio de pocos meses, intentaron transformar un país que nunca había conocido el capitalismo (excepto en pequeñas vetas de la economía, durante pocas décadas hace un siglo) en el sueño húmedo de Margaret Thatcher y Milton Friedman.
El país fue entregado a gángsters, charlatanes y operativos tenebrosos en las entrañas del “aparat” de seguridad. Toda esta gente era partidaria de una versión diferente de la “Escuela de Chicago”; o sea, la Escuela de Al Capone.
Yo vivía en Moscú cuando la Doctrina del Shock alcanzó la apoteosis de su furia. Los asesinatos aumentaban de forma desenfrenada: hombres de negocios de alto porte caían acribillados en las escaleras del metro; periodistas que investigaban corrupciones volaban en pedazos en las oficinas de su periódico. Hubo vendedores de coches usados que se convirtieron en oligarcas nacionales, mientras que ingenieros nucleares y gerentes de fábricas se transformaban en conductores y miembros del personal de limpieza de empresas con dueños occidentales. Gente común, en ropa raída, llenaba las aceras y las estaciones de tren, pregonando la venta de sus escasas pertenencias privadas y recuerdos familiares por unos pocos rublos que cada vez valían menos. Niños sin hogar – los llamados besprizorniki – deambulaban por la ciudad, en grupos o solos, abandonados, sucios, agrestes, espantadizos. Los borrachos muertos por el matarratas que bebían, aparecían tiesos en la nieve bajo carteleras resplandecientes de Revlon y Marlboro. Los casinos proliferaban; las panaderías y las clínicas locales desaparecían.
Mientras tanto, en el Kremlin, la cruzada de los extremistas del mercado proseguía con ardor. Alentados y ayudados por asesores, gobiernos y corsarios occidentales, el gobierno ruso “subastó” bienes públicos valorados en un millón de millones de dólares y se los entregó a oligarcas y allegados por 5.000 millones [esto es, cinco milésimas de su valor]. Buena parte de ese capital, hasta 350.000 millones durante el período de 1992 a 2001, fue sacado del país y provechosamente depositado en firmas financieras occidentales. Fue la mayor liquidación total por incendio en la historia de la humanidad.
El número de muertos durante los primeros 10 años de “demokratsia” en Rusia es sobrecogedor: un estudio en profundidad publicado en el British Medical Journal calculó que el número de muertes *adicionales* entre adultos rusos de mediana edad en el período 1992-2001 (con respecto al número de muertes que cabría esperar en ese grupo aplicando el índice de mortalidad de 1991) fue de 2,5 a 3 millones. Es decir, hasta 3 millones de muertes innecesarias, tantas como en toda la guerra del Vietnam.
No es de extrañar que cuando yo vivía allí, a mediados de los 90, la gente ya había empezado a percibir la palabra “demokratsia” como un vocablo sucio y malsonante, sinónimo de la corrupción endémica, la ruina y la violencia que sus élites, con el apoyo de occidente, habían traído al país. Este cinismo fue confirmado en las elecciones de 1996 (mi último hurra en Moscú) cuando un Yeltsin ya con un pie en el otro mundo, pero apoyado con brío por Occidente, se sobrepuso milagrosamente a una popularidad del 2% para ganar su “re-elección”. El precio de esta victoria fue la rendición final del estado a los oligarcas y aparachiks de seguridad, los cuales, junto con operativos estadounidenses, habían diseñado aquel resultado electoral. Eufóricos con la victoria, siguieron empujando al país hacia nuevos récords de quiebra en 1998, cuando la expectativa de vida cayó a su nivel más bajo desde las hambrunas de los años 30.
Esos son los cimientos podridos sobre los que se asienta el régimen cada vez más feo de Vladimir Putin. Una cultura, un país, un pueblo salvajemente atacado una y otra vez a lo largo de todo un siglo de agitación y violencia sin precedentes, fue sometido una vez más a una tormenta de caos que terminó con la vida de 3 millones de personas inocentes y despojó a muchos millones más de toda esperanza, oportunidad o significado. Y ahora Putin, surgido del oscuro nexo entre los bloques de poder que salvaron a Yeltsin, llena este paisaje lunar con símbolos vacíos que manipulan los temores y resentimientos de un pueblo apaleado: Nacionalismo histérico, versión caricaturesca de la historia, machismo bravucón, religiosidad falsa y unos “valores tradicionales” más alineados con los del Tea Party estadounidense que con ninguna cosa que haya existido jamás en la cultura rusa. Despotrica contra Occidente, pero gobierna un reflejo especular de lo mismo: Una pocilga violenta y militarizada de capitalismo de compadreo que degrada y engaña a su propio pueblo mientras manipula su ira y confusión orientándolas hacia el extranjero. En muchos sentidos, es la realización del sueño de los guerreros occidentales de la Guerra Fría: “por fin hemos convertido a Rusia en algo idéntico a nosotros”.
El conflicto de Ucrania tiene muchas causas, entre ellas la intromisión de agentes y oligarcas estadounidenses para diseñar el derrocamiento del gobierno elegido y desestabilizar la región. Pero si los gobiernos occidentales tienen dificultad para entender los motivos y acciones del régimen ruso que tanto los ofende ahora, solo necesitan mirarse al espejo y todo les quedará claro.
Posted on 2014/10/19
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