Soviet Supremo vs. Yeltsin: «Octubre 1993 ¿Aquellos días en que la guerra comenzó?» Antonio Fernández Ortíz

Posted on 2020/08/16

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Fuente: Fernández Ortíz, A. «Octubre 1993 ¿Aquellos días en que la guerra comenzó?», Nuestra Bandera, nº 162/1994, pp. 99-115

El 21 de septiembre, ya por la tarde, escuchamos por televisión el Decreto de Yeltsin disolviendo el Sóviet Supremo. Nos dimos cuenta del alcance de tal determinación y de las consecuencias que de ella se podrían desprender. Inmediatamente nos planteamos acercarnos hasta el Sóviet Supremo para ver que estaba ocurriendo allí. Era bastante tarde y teníamos de camino casi cuarenta y cinco minutos. Así, que teniendo en cuenta las condiciones de Moscú, comenzamos a valorar la posibilidad de ir o no.

En Moscú el metro cierra a la una y tomar un taxi por la noche es un riesgo añadido. Decidimos llamar por teléfono a algunos amigos, para informarnos con más detalle. Al llamar a sus casas nos enteramos qué algunos marcharon para el Sóviet Supremo. Nosotros entonces también nos decidirnos. Nos pusimos ropa de abrigo y partimos. Al llegar a la estación de metro Barrikadnaia, al pie de la escalera mecánica, nos encontramos con algunos amigos. Ellos venían de vuelta. Nos comentaban que la situación era tranquila, que no había un gran número de gente, etc. En esto llegó Tamerlan. Venía junto a unos hombres de aspecto duro. Eran la imagen idealizada de los obreros industriales soviéticos tomada de algún cuadro del realismo socialista. Tamerlan, bromeando, nos dijo que se había alistado en un «batallón obrero» para la defensa del poder soviético. Entre bromas y veras, al final decidimos ir todos juntos al Sóviet Supremo y quedarnos allí hasta la apertura del metro a las cinco de la mañana. Desde la estación del metro hasta el edificio del Sóviet había una marcha continua de personas en las dos direcciones. Conforme nos íbamos aproximando, la multitud se incrementaba. No obstante, más que una gran aglomeración de gente, lo que se producía era un flujo constante, siendo el número de personas que de manera permanente se encontraba en la plaza del Sóviet Supremo reducido. Hablaron varios parlamentarios.

Hablaron algunos líderes políticos que no eran miembros del Sóviet, entre ellos Ampilov, que ya de entrada propuso cambiar la bandera tricolor rusa que ondeaba en el mástil oficial por la bandera roja soviética. Después fueron leídas las resoluciones del Tribunal Constitucional de Rusia, que declaraban anticonstitucional el Decreto de Yeltsin, así como la del Sóviet Supremo, según la cual, y en relación con el artículo 126 de la Constitución de la Federación Rusa, Yeltsin era cesado como presidente de Rusia y en su lugar era nombrado el hasta ese momento vicepresidente, Rustkoi. «Los poderes del presidente de la Federación Rusa no pueden ser utilizados para el cambio de la organización nacional y estatal de la Federación Rusa, la disolución o la suspensión de la actividad de cualquiera de los órganos legalmente elegidos del poder estatal, en caso contrario, dichos poderes quedan suspendidos inmediatamente» (artículo 126 de la Constitución de la Federación Rusa).

Conforme avanzaba la noche, las personas que habían decidido quedarse comenzaron a prepararse para pasar a la intemperie las frías horas que se avecinaban. Comenzaron a recoger madera de los alrededores y a encender fogatas. Se repartía té y galletas. Incluso en algún momento alguien llevó pan en cantidad suficiente para repartir a todos. La gente contaba historias. Hablaban del pasado inmediato. Cómo vivían antes. Cómo era el poder soviético. Los más mayores contaban historias de la Guerra Mundial. Pronto las conversaciones derivaron hacia valoraciones del pasado más inmediato, de la perestroika, de Gorvachov, de Yeltsin. Se sentían engañados por todo lo que había ocurrido: «Si cuando comenzaron con la perestroika nos dicen que iban a destruir la Unión Soviética, Gorbachov no hubiese durado ni una semana.» Finalmente el tema se centró en las experiencias trágicas que se estaban viviendo en los últimos tiempos en los distintos territorios de la URSS. Tadyíkistan, Abjasia, Nagorno-Karabaj, Prjednistrovia. En todos estos lugares la guerra ya era abierta desde hacía bastante tiempo. Un señor de Tadyikistan contaba cómo comenzaron los conflictos que, finalmente acabaron en una cruenta guerra civil. Entre historias de todo tipo pasó la noche, unas eran ciertas, otras menos, la mayoría verdaderas, pero adornadas con bonitas fantasías. Cerca de la mañana, desde el Parlamento fueron repartidos té y bocadillos. Comenzaron a formarse supuestos grupos de «protección» del Sóviet Supremo. Los grupos comunistas radicales participaban más activamente en su formación. Como hacía frío conseguimos refugiarnos en la entrada del edificio del Parlamento. Allí había gente diversa. Eran variadas las conversaciones. La gente comenzó a discutir. Surgieron los primeros roces entre los partidarios de Ampilov, que proponían las medidas más radicales, y el resto de las personas allí presentes. Se extendió, como comentario general, que eran provocadores.

Ya de mañana, cansados de estar toda la noche en pie, con frío y sueño, nos volvimos a casa. De camino al metro nos cruzamos con gente que acudía a concentrarse junto al Parlamento. Después de esta primera noche volvimos prácticamente cada día. Si en un principio la opinión generalizada era que cada vez se reuniría allí menos gente, pronto quedó claro que no iba a ser así. Cada día se reunían más y más personas. La situación se complicaba para la facción del presidente Yeltsin. Paulatinamente las repúblicas y regiones comenzaron a manifestar su apoyo al Sóviet Supremo. Por otra parte, las personas que desde la primera noche acudieron a los alrededores del Parlamento comenzaron a organizarse. Construyeron barracas de madera y cartón, levantaron tiendas de campaña, organizaron, en definitiva, un «campamento de resistencia». Estaban decididos a continuar frente al Sóviet Supremo mientras fuese necesario. Levantaron simbólicas barricadas en las calles adyacentes y, a la vez, la policía levantó un cordón de aislamiento, primero con camiones y después según se fue prolongando la situación con alambre de espino. La gente reaccionaba de la manera más singular. Nunca fueron lanzadas palabras ofensivas contra la policía. que formaba los cordones. Bien al contrario, los más decididos hablaban con ellos. Trataban de explicarles la situación y, en general, eran las mujeres mayores las que con más frecuencia trataban de convencerlos de que estaban en el bando equivocado.

Un día, mientras escuchábamos a los políticos y oradores que se dirigían a la multitud frente al Sóviet Supremo, habló un hombre. Por su aspecto y su fo­ma de hablar estaba claro que no era un diputado y que tampoco era líder de ningún partido político. En un momento de su alocución, este hombre hizo referen­cia a la defensa de Moscú por los siberianos. Entonces, Tamerlan que se en­contraba ese día junto a nosotros, comenzó a explicarnos: «En el año cuarenta y uno, cuando los alemanes estaban a punto. de entrar en Moscú, las tropas que ·evitaron esa situación procedían de Siberia. Eran hombres de Siberia, y esto tiene una especial significación. Occidente, cuando continúa con esta nueva agresión hacia Rusia, cree que conoce y domina todos los resortes, que es capaz de dominar todas las variantes posibles de evolución de este conflicto, pero cuando actúa de esta manera más bien parece que se equivoca. En Siberia vive un tipo de persona que pertenece a una nueva evolución étnica del ruso. Desde tiempos lejanos a Siberia comenzaron a llegar personas con una condición especial. Unos eran huidos, otros represaliados políticos, otros aventureros y otros emigrantes en busca de nuevos horizontes. Estas personas tuvieron que adaptarse a duras condiciones de vida, al tiempo que se mezclaron con las diferentes etnias que conformaban la población autóctona de los distintos territorios enos que se asentaban. Forjados en las duras condiciones de la naturaleza y el clima de Siberia, los actuales siberianos son astutos, duros, inteligentes, valientes y tienen la suficiente sangre fría para salir airosos de situaciones complicadas. Los alemanes a las puertas de Moscú conocieron lo que son estos hombres dispuestos a todo cuando la situación lo requiere. Vinieron de Siberia, algunos directamente desde los campos de reclusión, desfilaron frente a Stalin en la Plaza Roja y después destrozaron a los alemanes a lás puertas de Moscú».

Como consecuencia de la actitud de intransigencia del Gobierno y del presidente, el ambiente se fue enrareciendo cada día más. Junto con el cerco de camiones policía y alambre de espino que cada día se hacía más férreo, al Soviet Supremo le fueron cortados los servicios de agua, calefacción, teléfono y electricidad. Las repúblicas de Siberia amenazaron con cortar todo el tráfico de mercancías, materias primas y recursos energéticos hacia Moscú. Además, a los simpatizantes del Sóviet Supremo les fue prohibido el acceso, aunque siempre se encontraba algún hueco entre los edificios para burlar a la policía. Uno de los días previos a los acontecimientos finales, la salida desde el metro Barrikadnaia hacia el Parlamento fue definitivamente cortada por las fuerzas de la policía. Aquel día las personas que se encontraban en el metro decidieron ir hasta la estación siguiente, para desde allí ir caminando hasta el Parlamento. Nosotros también lo hicimos así. Al llegar a la estación Año 1905, nos encontramos con que esta misma idea ya la habían tenido antes otras personas. La marcha tomó el carácter de una pequeña manifestación improvisada. Pronto fue advertida la presencia de los antidisturbios. Al principio sólo fue eso, su presencia, pero pronto empezaron a actuar. Lanzaron una carga contra las personas que por la calle se dirigían en dirección al Sóviet. Fue una carga brutal. Todos decidimos volver en dirección al metro. La carrera se convirtió en dramática. Había llovido y el suelo estaba resbaladizo, apenas sí podíamos correr. José cogió a Viviana de la mano y tiraba de ella, pero ella gritaba que no podía correr. Y así era. Un hombre mayor, que apenas sí podía correr, se había agarrado a Viviana para tratar de no caer al suelo. Al final llegamos a la boca del metro. Llegamos los últimos. Allí se había formado un gran tapón. Todo el mundo se agolpaba en un intento de penetrar en el interior. Nosotros llegamos casi al mismo tiempo que la policía, la cual no dudo ni un instante en golpear con especial saña a las personas del tapón. Ya estábamos dispuesto a recibir los golpes, las porras de los antidisturbios golpeaban en los cuerpos de nuestros vecinos a menos de dos metros de distancia. Los siguientes en recibir íbamos a ser nosotros. Y en un instante José tuvo una iluminación. Vio la posibilidad de escapar a través de unos quioscos que se encontraban junto al metro. Fueron décimas de segundo. Gritó: «¡Vámos por aquí!», y sin pensarlo corrimos. Esa porra del policía dio en falso cuando buscaba nuestros cuerpos. Corrimos como alma que lleva el diablo. Sólo bastante tiempo después, cuando ya nos faltaba el airé para respirar, miramos hacia atrás. Nadie nos seguía.

Después de aquel día los acontecimientos tomaron un cariz cada vez más violento. Frente al Ministerio de Asuntos Exteriores, al comienzo del Viejo Arbat, también se produjeron fuertes enfrentamientos con las fuerzas antidisturbios. En este caso los manifestantes no se limitaron a correr. Hicieron frente a la policía, levantaron barricadas, lanzaron cócteles molotov. Se produjeron escenas de gran violencia y el número de heridos fue bastante elevado. El domingo día 3 fue convocada una manifestación de apoyo al Sóviet Supremo. Era un día soleado, con un ligero viento. La manifestación fue convocada en la plaza Oktiabriskaia, junto al monumento a Lenin, lugar habitual de las concentraciónes de la oposición. Cuando llegamos las fuerzas del Omon controlaban la plaza. En un extremo de la misma se concentraban los manifestantes. La manifestación se movía de una manera imprecisa, los cordones de antidisturbios dificultaban el movimiento. Estos, con la ubicación de diferentes cordones humanos, habían cuadriculado la plaza en áreas muy pequeñas. En un momento determinado la manifestación se puso en movimiento. Los cordones policiales la condujeron hacia una de las salidas de la plaza, hacia donde estábamos nosotros. Escuchamos la respiración agitada de las personas en tensión que, esperando el ataque de los antidisturbios, pasaron junte a nosotros. Como trasfondo se oía el suave murmullo de las banderas al viento. Ondeando, Al sol, en la lejanía, en el puente de Crimea, sobre el río Moskva, reflejos brillantes de escudos metálicos. Era otro de los cordones policiales. Y al otro extremo del puente otro cordón mas. Y una multitud, silenciosa, que despacio primero, más rápido después, a ellos se aproxima. Mientras tanto, Julia se entretiene en hacer fotografías. La policía corta el camino y ella queda por unos minutos separada de nosotros. Esperamos y, aprovechando un descuido de los policías, junto a la pared, consigue pasar. Estamos otra vez juntos. La cabeza de la manifestación se ha lanzado hacia el puente. Busca paso franco. Allí la policía cierra el paso. Alcanzamos la manifestación. La gente se lanza sobre el cordón policial que cierra el camino. En un corto enfrentamiento es rebasado. La multitud avanza hacia el centro del puente. Allí otro cordón policial, más nutrido que el anterior, bloquea el camino. La multitud se lanza sobre los antidisturbios. Son repelidos. Lo intentan otra vez. Son repelidos. Desde el pretil del puente, frente a la Dom Judosnik, veo cómo la gente se enfrenta con los antidisturbios. Se oyen los golpes de las porras contra los cuerpos, de las palos contra los escudos metálicos. Una y otra vez la gente intenta pasar. No lo consiguen. Un amigo, de origen tártaro, nos comentaba en cierta ocasión algo sobre el doble carácter ruso: «Es tal el grado de fusión entre tártaros y rusos que, se dice en Rusia, si quieres encontrar un tártaro sólo hay que hurgar un poco debajo de cada ruso». Y al contrario, debajo de cada tártaro se esconde un ruso. El ruso actual heredó de la sangre eslava la paciencia. Los viejos eslavos, cuando llegaban las incursiones de otros pueblos, se escondían en las profundidades de los bosques y esperaban. Incluso se escondían en los pantanos durante el día respirando a través de una caña hueca y sólo durante la noche salían a dormir al aire libre. El tártaro sin embargo era guerrero, belicoso. Desenfundaba el sable y atacaba. El carácter ruso actual tiene ese doble componente. El ruso aguanta, resiste hasta lo insoportable y sólo cuando el agresor traspasa un umbral nunca prescrito de antemano reacciona. Y en cinco minutos aparece el componente tártaro, Ataca y arrasa. Aleksander Pushkin escribía en La hija del Capitán: «Dios nos libre de una insurrección rusa insensata y despiadada. Aquellos que de entre nosotros la consideren imposible, o son muy jóvenes o no conocen a nuestro pueblo, o bien son personas de corazón violento a quienes la cabeza ajena no les importa ni medio kopeek, e incluso ni tan siquiera un kopeek, su propio cuello».

Y he aquí que la literatura se torna realidad y torna vida en las calles de Moscú. En el Puente de Crimea, frente a los agentes antidisturbios, una multitud que intenta cruzar al otro lado. Son rechazados una y otra vez. La multitud se retira. Silencio. Sólo el respirar agitado de la multitud. Silencio. Silencio. Y un grito desgarrador, un ¡hurraaaaaa! prolongado. Infinito. Clamor de cien mil voces. Pueblo. Un grito de insurrección por todas las gargantas al unísono, proclamado como en el campo de batalla, rompe el silencio. Y la voluntad de los hombres, individuos separados, se transforma en el coraje de un pueblo pro­vocado. Es el grito de guerra de un pueblo enardecido, enfurecido. Indignado. Y ·la insurrección. se produce. Estalla. La multitud, como un martillo contra el yun­que, golpea contra los antidisturbios. Vuelan cascos y escudos. Vuelan sobre las cabezas hombres fornidos. La barrera desaparece. Corren los policías por tas escalinatas laterales del puente. Los persigue una lluvia de golpes. Corren y se atropellan. Caen. Corren y se refugian. En segundos todo se transforma. La multitud a paso ligero atraviesa el puente. Dudosos todavía, impresionados, no sabemos qué hacer. En el otro extremo del puente hay otra barrera. Si la multitud no la franquea, el puente sobre el río puede convertirse en una ratonera si los antidisturbios de este extremo vuelven a cerrarlo. Esperamos. Pronto queda claro que la otra barrera también ha sido rebasada. Tímidos primero, decididos después, cruzamos el puente. Hombres caídos. Escudos, cascos y porras por los suelos. La multitud los recoge, se pertrecha. En el río, cascos y escudos se hunden lentamente. Y el olor. El especial olor de los gases lanzados por la policía al principio de los choques. Cruzamos el puente. Nos lanzamos por el Sadovoe Koltso. Tenemos una extraña sensación. ¿Miedo? Tal vez. Miramos con atención todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Continuamos avanzando. Los rastros de los choques son cada vez más evidentes. Alcanzamos el núcleo de la manifestación. Hacia ella corren cientos de personas que como nosotros quedaron rezagadas al cruzar el puente. Las mujeres mayores gritan continuamente «Muyini v period» (hombres hacia adelante). La multitud se hace más compacta.

Las personas que nos rodean, al darse cuenta de nuestra condición de extranjeros, nos preguntan por nuestro país de origen. Cuando contestamos que somo españoles, automáticamente nos responden con un «No pasaran». No es la primera vez que esto ocurre. En una ocasión, el día nueve de ·mayo, en la manifestación por el aniversario de la victoria sobre el fascismo alemán, una señora, de nombre Aza, nos pidió que gritáramos con ellos esta misma consigna. Esta señora nos dijo que conocía personalmente a Amaya, la hija de Pasionaria, y que cuando la viéramos en España le transmitiéramos un saludo de su parte. «Pero bueno, señora, nosotros no la conocemos personalmente y es muy probable que no la veamos nunca». A lo que contestó: «No importa, no importa, seguro que tienen la oportunidad de transmitirle mis saludos». La gente nos habla. Nos explican por qué están en la manifestación. Por qué se ha producido esta explosión. Un señor nos dice: «Sabemos que es una provocación. Pero ya es demasiado. Queremos medirnos con ellos. Veremos quién es al final más fuerte». Nos muestran sus trofeos. Cascos, escudos y porras. Un señor nos pregunta si no hemos cogido nada a los antidisturbios del puente. Contestamos que no. Entonces abre una bolsa grande y nos muestra sus trofeos. Nos pide que cojamos una porra, que nos pertrechemos. Amablemente nos negamos. Entonces nos da un consejo:: «Si un omon se dirige hacia vosotros con ánimo de golpearos, entonces haced como si tuvierais un arma. Haced ademán de sacar una pistola del costado. Ya veréis cómo rápidamente se aleja de vosotros. Yo ya lo he probado y da resultado». De pronto un ruido ensordecedor. Un camión enorme. Militar. Huido de una barrera, en donde la cabeza de la manifestación combate, corre a roda velocidad por el Sadovoe. Al volante un hombre conduce como poseído por el demonio. Directo sobre la multitud, que como puede esquiva a la máquina, a la vez.que la cubre de improperios y le arrojan piedras, palos y barras de hierro. La avalancha se incrementa. De los cordones policiales rotos la multitud se pertrecha. Toman los vehículos utilizados como barricadas. Con los camiones se golpea al siguiente cordón de antidisturbios, y así sucesivamente. De esta manera son rotos y dispersados con facilidad. Escenas trágicas. Hombres tendidos en el suelo. ¿Heridos? ¿Muertos? Un camión de bomberos, utilizado para intentar dispersar a los manifestantes, está estacionado al margen de la calle. La cabina, destruida. En el interior un hombre con la cara destrozada sangra abundantemente. Un manifestante le ofrece algo indefinido para que se proteja la cara. Alrededor algunos manifestantes enarbolan barras de hierro en actitud desafiante. Sin embargo, junto a La cabina, varios hombres de entre la manifestación protegen al herido de los más iracundos. Un policía yace en el suelo boca arriba. Está herido en las piernas, de donde sangra abundantemente. Tiene el rostro congestionado. La gente llama a un médico. Tratan de atenderlo. Más adelante otro policía, también herido. Tiene el rostro azul. Apenas si puede respirar y tiene espuma en la boca. Tras los quioscos, en la acera, otro hombre, de paisano. Tiene horribles convulsiones, tampoco puede respirar. Tratan de ayudarle haciéndole la respiración artificial y dándole masajes cardíacos. Este tipo de escenas se repiten con estremecedora asiduidad. Continuamos avanzando, ahora ya, asustados. Es la primera vez que constatan los de una manera tan cruda la fragilidad de la vida humana. Un golpe. Un disparo. Y un hombre fuerte, saludable, se convierte en un guiñapo sanguinolento .

Continuamos avanzando. En el centro del Sadovoe un autobús de la policía está rodeado por-los manifestantes. Con rabia golpean contra el autobús con todo lo que tienen. en sus manos. En el .interior, antidisturbios. Han quedado aislados en el centro de la manifestación. Con los escudos protegen las ventanillas, pues de los cristales no queda ni rastro. Les piden que se entreguen. Que entreguen las armas, si las tienen, y las porras. Comienzan a dar las porras a través de los escudos. De entre los manifestantes se forma un cordón de protección alrededor del autobús que los protege de los más exaltados. Continuamos avanzando. Llegamos al cruce del Sadovoe Koltso con la avenida Kalinin. Giramos con la manifestación en dirección al Sóviet Supremo. Allí se encuentra la última barrera. Un cordón de camiones, autobuses y miles de antidisturbios. Conforme avanzamos, de pronto, comienza, a la altura del edificio del Ayuntamiento, antigua sede del COMECON, el tiroteo. Son ráfagas continuas de automáticas. La gente corre en todas direcciones. Algunos caen alcanzados por las balas. Hay quien se esconde en los edificios de enfrente, otros en el paso subterráneo en el centro de la avenida.

Nosotros, un poco más rezagados, nos refugiarnos en unos jardines, en un desnivel del terreno. Allí hay más personas. Continuamos agazapados. Después cesan los disparos. Asomamos la cabeza. Todo parece tranquilo. A nuestra izquierda, una mujer yace en el suelo. Un hombre junto a ella la atiende. La mujer se ha desmayado y, poco a poco, se recupera. Los disparos cesan del todo. Despacio, caminando junto a los edificios situados frente al Ayuntamiento, nos acercamos en dirección al Sóviet Supremo. No sabemos qué hacer. Es evidente que tratar de cruzar puede ser muy peligroso. Los disparos pueden comenzar otra vez en cualquier momento. Sin embargo, pasa el tiempo y las armas callan. Miramos en dirección al Sóviet Supremo, hacia donde se supone la cabe­za de la manifestación. La multitud ha franqueado la barreta. Utilizando los camiones, golpeando con ellos a la barrera, se ha abierto una brecha. Por allí la gente se encamina hacia la plaza trasera del edificio del Sóviet, el sitio habitual de las concentraciones y desde donde se dirigen parlamentarios y políticos a los concentrados. El cerco ha sido roto. La, gente grita viejas consignas. Desde las ventanas del Sóviet Supremo, diputados y «defensores» saludan a los recién llegados. «¡Vse blast sovietam!» (todo el poder a los sóviets).

Nos decidimos a cruzar la avenida y la barrera. Entre el continuo flujo de gente cruzamos el último obstáculo. Llegamos a la plaza. Allí nos encontramos con que la gente se está organizando en grupos de combate. Rustkoi, en una alocución desde el balcón, ha llamado a todos los hombres con posibilidades de hacerlo a formar grupos de combate para tomar el edificio de la alcaldía, desde donde se produjeron los disparos, y responder así a la provocación. También se propone la toma del edificio de la televisión, Ostankino. La gente se organiza. Se forman grupos armados. Oficiales del interior del Parlamento se incorporan a estos grupos en los cuales también hay hombres recién llegados a la manifestación, civiles, sin más armas que las porras conseguidas como trofeos.

Al tiempo que continúan formándose estos grupos comienzan a sonar los primeros disparos en dirección a la alcaldía. Los disparos se incrementan. Con precaución nos acercamos a la alcaldía. Pero pronto nos damos cuenta, que todo ocurre más cerca de lo que pensábamos. Nos detenemos a la altura del puente adoquinado entre el Sóviet Supremo y la alcaldía, donde un grupo de cosacos tenían establecido su campamento desde los primeros días del conflicto. Desde allí, cuando se incrementan los disparos, nos retiramos hasta un alto en los jardines.

Una gran cantidad de personas observan los acontecimientos. Preguntamos a un grupo qué es lo que está ocurriendo. Un hombre, con cierto despecho, nos ·contesta: «Evidentemente, están disparando». Se há dado cuenta de nuestra condición de extranjeros y no le ha gustado. Otro hombre nos pregunta nuestra procedencia. Le contestamos que somos españoles. Entonces grita: «Pero si son españoles», al tiempo que se vuelve rápidamente para llamar a alguien, a una mujer que se encuentra en un grupo próximo. La llama por su nombre y le dice: «Aquí hay un grupo de jóvenes españoles, explícales en español qué es lo que está ocurriendo». La señora acude presurosa y amable y comienza a hablarnos en un español correcto. Quiere explicárnoslo todo desde el principio.

Nosotros le decimos que no es necesario, que conocemos los acontecimientos y que además llevamos ya dos años en Moscú, que sólo queríamos saber lo que ocurría en la alcaldía. La señora poco menos que nos recibe como miembros de las Brigadas Internacionales. Les explica a los demás que estamos en Moscú desde hace dos años y que además habíamos estado en el Parlamento desde los primeros días. Su actitud cambia totalmente. Comienzan a hablarnos con tranquilidad. «Yo soy profesora de español y de literatura española. Muchos piensan que estamos apoyando a Jasbulatov o a Rustkoi. Se equivocan. Estamos aquí porque no estamos de acuerdo con lo que el Gobierno de Yeltsin está realizando con el país. Están destruyéndolo todo. Y eso no se puede consentir. Porque no sólo están destruyendo lo que a otros les costó años de sacrificio y sufrimientos levantar, sino que están destruyendo el futuro de nuestro país. Están destruyendo a las nuevas generaciones. Muchos también piensan que somos ingenuos, que no sabemos que lo que está ocurriendo hoy es una provocación. La política en Rusia siempre ha tenido ese componente, el de la provocación. Lo sabemos, pero hoy parece ser que la gente está dispuesta a medirse con los provocadores. Esto es sólo un primer tanteo».

Continúa el tiroteo. Al edificio del Sóviet Supremo comienzan a llegar heridos. Traen a alguien importante que han capturado en al alcaldía. Lo llenan de insultos, pero está custodiado para que nadie pueda agredirlo. Comienzan a cesar los disparos. Al poco tiempo, llega una columna de «prisioneros». Son jóvenes policías de las fuerzas antidisturbios cogidos entre dos fuegos durante el asalto a la alcaldía. Refugiados en un desnivel de la carretera, al final se «entregaron» a los partidarios del Sóviet Supremo. Es un grupo numeroso. Llegan en formación a la plaza. Allí, en un principio son vitoreados. La gente piensa que se han pasado a las fuerzas del Sóviet Supremo. Ellos están asustados. No se han pasado a ningún sitio. Sus rostros tienen la expresión de la rabia, el miedo y el desconcierto. Formados, de pie, miran en todas direcciones. No comprenden nada de lo que está ocurriendo. Desde el interior de los edificios traen grandes termos y comienzan a repartirles té y gal1etas. Aparecen unas grandes cajas de cartón. Las abren y de ellas sacan cajetillas de cigarrillos. Comienzan a repartirlos entre ellos. Algunos orgullosos no los toman, aunque después les piden a sus compañero$ que previamente sí los habían aceptado. Comienzan a tranquilizarse. Al cabo de un rato, la ordenada formación comienza a relajarse. Grupos de personas comienzan a hablar con ellos. Les explican sus razones. Comienzan a discutir. Los «prisioneros» se convierten en compañeros de tertulia. Es la misma actitud que durante todos estos días se observaba en los cordones policiales. La gente se aproximaba a ellos y comenzaba a explicarles, a tratar de convencerles que estaban en el lugar equivocado. En los sucesos del Primero de Mayo, mientras acompañaba a una periodista argentina del Diario Clarín, después de la carga de la policía en la confluencia de la avenida Lenin con la plaza Gagarin, la gente hablaba de la misma manera con los cordones de policía que anteriormente habían cargado contra ellos. Esto la periodista argentina no podía entenderlo, pero todavía le resultaba más incomprensible que entre las personas que se encontraban tratando de convencer a los policías se encontraran oficiales del ejército, algunos de ellos de alta graduación. «En Argentina esto es impensable. Policía y ejército están siempre en el mismo lado de la barricada».

En un momento determinado los policías formaron de nuevo y abandonaron la plaza. En esos momentos nos dimos cuenta de que se estaban organizando grupos para la toma del edificio de la televisión, en Ostankino, al noreste de Moscú. Se formaban columnas de camiones que anteriormente habían sido arrebatados en las barricadas policiales. Gentes de edades diversas, viejos y jóvenes se encaraman a los camiones, colocan banderas rojas en las cabinas. Hay una cierta euforia después del «éxito» en la toma de la alcaldía. Las caras de los más jóvenes están risueñas. Suben a los camiones con cascos, con escudos y con porras arrebatadas momentos antes a la policía. Otros suben con las manos vacías. Algunas caras y ademanes son familiares. Son los personajes, al natural, de los cuadros de Deineka. Han descendido de sus cuadros y se han incorporado a los acontecimientos, quizá en los primeros momentos de la manifestación, cuando ésta rompió el primer cordón en el puente de Crimea. Quizá ellos dieron parte de esa fuerza espiritual que golpeó con tanta dureza en el puente. Ahora están aquí, con mirada ingenua. Algunos de ellos, sin más armas que sus manos, piden a los que se quedan en tierra que les den sus trofeos. «Dame aunque sea la porra. No tengo nada». A nuestra derecha, un poco más alejados de los caminos, un señor y una señora riñen entre sí. La señora golpea a su esposo con un periódico enrollado y con gestos enérgicos le incita a subirse a los camiones. El señor murmura entre dientes. Mira hacia uno y otro lado, mira a su mujer y comienza a caminar en dirección contraria a los camiones, desapareciendo de la escena. Junto a los camiones un hombre mayor comienza a tocar el acordeón. Entre diversas canciones., suenan los compases de Katiuska. Algunas personas danzan alrededor del acordeonista. Los camiones calientan motores. Su ruido ahoga la música.

Al cabo de unos minutos una columna informal de camiones, adornados con banderas rojas, inician la marcha hacia Ostankino, donde les espera una verdadera masacre. Una encerrona bien preparada cogió a estos entusiastas armados con escudos y porras entre dos fuegos. Entre los disparos de las fuerzas de seguridad del interior de los edificios de televisión y entre los disparos de los vehículos blindados que llegaron poco después que ellos. Nosotros continuamos en los alrededores del Sóviet Supremo. Al cabo de un tiempo comenzaron a llegar rumores sobre lo que estaba ocurriendo en Ostankino. Que habían llegado. Que Ostankino había cortado la emisión y poco más. Después el silencio.

Poco a poco nos dimos cuenta de que estábamos realmente cansados. Las tensiones de todo el día hicieron mella en nosotros. Sentados en el borde de la acera, frente a una de las entradas del Parlamento, decidimos volver a casa a descansar y comer un poco para más tarde volver otra vez y tratar de seguir los acontecimiento desde cerca. Una vez allí, después de descansar, antes de salir, decidimos telefonear a unos amigos. Queríamos saber cómo estaban y cómo se sentían. No estaban en su casa. Habían salido de mañana y no habían vuelto. Poco antes habían telefoneado y habían preguntado por nosotros, en caso de telefonear, sus hijos debían comunicarnos que no fuésemos al edificio del Sóviet Supremo por la noche, podría ser muy peligroso. Mejor que nos fuésemos a su casa y allí nos reuniríamos todos y por televisión trataríamos de seguir los acontecimientos. Según había transcurrido el día, era de esperar una respuesta violenta por parte del presidente. Seguimos su consejo y nos trasladamos a la casa de estos amigos y allí pasamos la noche, pendientes del televisor, donde sólo transmitían comunicados lacónicos del partido presidencial. Personajes diversos de la intelligentsia moscovita se dirigían a los ciudadanos pidiéndoles su apoyo y que se congregaran en los alrededores del Mosovieta —sede del parlamento de la ciudad de Moscú—, que se convirtió de esta manera en la zona emblemática de los demócratas y liberales rusos en la noche en que, según anunciaban por televisión, se ventilaba al futuro democrático del país acosado por las fuerzas conservadoras de rojo-pardos nostálgicos del régimen anterior. Entre intervenciones de diverso tono fue pasando la noche. El discurso era el habitual de los demócratas radicales moscovitas. Ya de mañana nos fuimos a descansar un poco, apenas una hora. Pronto nos despertamos con la noticia del bombardeo del Sóviet Supremo por tanques del ejército. Esperábamos una reacción de álguna manera violenta, pero el bombardeo nos dejó vacíos,, desorientados. Nos fuimos a casa a descansar y a prepararnos para salir a la ciudad, hacia la zona del Parlamento. Con las fuerzas un poco repuestas, salimos de casa a eso del medio día. Habíamos perdido la noción del tiempo. Después de constatar que varias estaciones de metro, alrededor de la zona de los combates, estaban cerradas, decidimos salir a la superficie por la estación de Biblioteca Lenin y desde allí dirigirnos a pie hasta el Sóviet Supremo a través de la avenida Kalinin o Nuevo Arbat. En esta zona se encuentra el edificio del Estado Mayor del Ejército. Alrededor de él se encontraba una gran cantidad de vehículos blindados. Había bastante gente. Cuando llevábamos un trecho andando, los blindados se pusieron en marcha y una columna comenzó. a avanzar por la avenida Kalinin en dirección al Sóviet Supremo. Nosotros también continuamos avanzando en la misma dirección, pero por la acera contraria. En su marcha los blindados se detenían y volvían a ponerse en movimiento. Cuando estaban parados, algunos jóvenes. los nuevos rusos, repartían entre las tripulaciones de los blindados hamburguesas, refrescos y tabaco. Frente a ellos, al otro lado de la calle, otros rusos miraban con cara de asombro y de incredulidad el espectáculo de los blindados en las calles. Ellos no consideraban a estos soldados como liberadores ni como defensores de ninguna democracia. Los blindados continuaban avanzando entre un ruido ensordecedor de motores y cadenas arañando el asfalto. De pronto, como a unos cien metros de donde nosotros nos encontrábamos, se producen unos disparos que proceden de uno de los edificios modernos situados al final de la avenida, en el lado derecho según el sentido de la marcha de los blindados en dirección al Sóviet Supremo. Y en décimas de segundo prácticamente todos los blindados de la columna comienzan a disparar con sus ametralladoras pesadas sobre este edificio y el que se encuentra junto a éI. Disparan con balas trazadoras y la calle se convierte en un espectáculo dantesco. Los brillantes destellos mortales comienzan a esparcirse en todas direcciones. Era como un espectáculo de fuegos artificiales. Las personas que estábamos cerca apenas pudimos reaccionar. Nos quedamos inmóviles. Con la boca abierta. El único gesto de protección fue el de levantar un poco los hombros como un intento vago de proteger la cabeza de algún peligro indefinido. Fue un gesto instintivo. Continuamos de pie mirando, como obsesionados, el despliegue de fuego que se continuaba de una manera que nos pareció indefinida .

Poco a poco comenzamos a reaccionar y nos fuimos acercando a la fachada de los edificios de la margen izquierda. ¡Débil protección nos podían ofrecer con sus paredes de cristal! No obstante, una gran cantidad de personas se concentraba en estos lugares, buscando sobre todo la protección del calor humano. En la acera de enfrente los cristales de los edificios de viviendas saltaban por los aires como consecuencia de los impactos. Estos edificios fueron barridos de arriba aba­jo por las balas. De una manera auto­mática, las luces que desde el exterior se divisaban al principio desaparecieron y los dos edificios quedaron a oscuras. Al cabo de un tiempo, imposible de concretar, los disparos cesaron. La gente comenzó a reaccionar. Nosotros también. No sabíamos qué hacer. Continuar adelante o volver sobre nuestros pasos. Pronto comenzamos a ser conscientes del peligro que entrañaba caminar por estos lugares. No obstante, automáticamente continuamos caminando hacia adelante, en la dirección de los blindados. Estos se detuvieron otra vez. Observamos cómo la gente corría en dirección contraria a nosotros. No sabíamos el motivo. Comenzamos a caminar hacia atrás. Sin correr. La multitud se dispersó y vimos el motivo de las carreras. Un grupo de soldados armados hasta los dientes corría en dirección a nosotros. Corrimos también hacia atrás, pero no mucho. Los soldados se detuvieron y continuaron caminando. Aparentemente no era más que un movimiento que obedecía a intenciones diferentes que las de arremeter contra las personas que estábamos allí. Sin mediar palabra entre nosotros decidimos volver sobre nuestros pasos en dirección contraria al Sóviet Supremo. Caminamos un poco. Nos detenemos y volvemos a caminar. Y al principio de la avenida Kalinin, donde comienzan los edificios modernos y donde se encuentra la pantalla gigante de propaganda, aproximadamente a un kilómetro del Sóviet Supremo, justo donde Arbat, vemos, para nuestro asombro, que una de las tapas metálicas del sistema de canalizaciones se levanta. De ella aparece una cabeza. Mira rápidamente en todas direcciones.En un impulso está fuera, de pie. Lleva una gabardina oscura, una bolsa de deporte y, entre la gabardina y el cuerpo, un fusil automático. Rápidamente, y ante el asombro de todos los presentes, se aleja por el callejón en dirección al Viejo Arbat. Le sigue otro hombre con las mismas características. Y un tercero. Y cuando asoma la cabeza del cuarto, un «ciudadano» de entre los presentes, se acerca a la boca de alcantarillado, coge la tapa metálica y la coloca en su sitio original, golpeando en la cabeza a la persona que pretendía salir. Se produce un forcejeo y la tapa, como impulsada por una extraña fuerza, es alejada de la boca de alcantarillado. Aparece un hombre. De un salto se pone de pie en la calle. El otro hace ademán de ir a por la tapa y volver a colocarla. En ese instante el señor que acaba de salir de las canalizaciones le muestra una razón de «mucho peso». La boca negra de su fusil automático. El otro se retira. En esos instantes otra persona más vuelve a salir del subsuelo. El «ciudadano» adopta otra estrategia. Se aleja corriendo para avisar a los soldados que antes venían corriendo. Los hombres del alcantarillado se alejan rápidamente. El «ciudadano» explica la situación a los soldados. Nosotros vemos vómo hablan, aunque no alcanzarnos a oír la conversación. Pero por la actitud indolente de los soldados deducimos que no le están prestando demasiada atención. Algo así como «métete en tus asuntos». Al final los soldados comienzan a caminar de mala gana hacia la boca del alcantarillado, de la que ya no ha vuelto a salir nadie más. Nosotros, en previsión de algún enfrentamiento y de disparos, nos alejamos rápidamente del lugar, en dirección al metro Biblioteca Lenin. Está anocheciendo. Ya queda poca luz. El tiempo ha pasado sin darnos cuenta. Llegamos al metro, pero decidimos continuar a pie hasta Kitai Gorod, a través de la Plaza Roja. Al llegar a ella, nos encontramos con barricadas que cierran el acceso. Junto a ellas algunos jóvenes. Dicen defender el Kremlin frente a las fuerzas del Sóviet Supremo. Queremos acceder a la Plaza Roja. Al principio no nos dejan cruzar. Después, aprovechando que un periodista alemán consigue pasar, nosotros, incorporándonos a su séquito, también lo hacemos. La Plaza Roja está vacía; Dos policías escuchan una radio de bolsillo junto al Mausoleo. Volvemos atrás. Salimos de la Plaza Roja. rodeando el Museo de Historia nos encaminamos al metro Kitai Gorod. Desde las calles adyacentes a los GUM miramos en dirección al Kremlim. Las estrellas de rubí se derriten en lágrimas de sangre sobre sus torres. Ya es noche cerrada. Sin volver la vista atrás nos traga la oscuridad.

II

Después de aquellos días Moscú quedó ensimismada. Después de un año de los acontecimientos, éstos se recuerdan como los «días en que comenzó la guerra civil». No son palabras huecas, carentes de significado. Tampoco son ideas pertenecientes a grupos marginales. Es la sensación extendida entre una gran parte de la población, que niega el carácter legítimo de todas las transformaciones que se están operando en el país desde los últimos tiempos de la perestroika hasta nuestros días. Y la cantidad de personas que ya niegan de una u otra manera esta legitimidad supera un tercio de la población de Rusia.

La disolución del Sóviet Supremo a cañonazos no es un episodio aislado que pueda encuadrarse en los «últimos estertores de un régimen que se niega a morir en paz», ni tampoco se trata de nostálgicos e inadaptados que se niegan a perder sus prerrogativas de poder. Es todo más profundo. Y en la mayoría de los casos escapa a la percepción que de la realidad ruso/soviética tiene los expertos occidentales y sus colegas rusos empeñados en comprender el complicado proceso de crisis en que se encuentran los territorios englobados en el concepto de URSS sólo a través del prisma de la razón y de la lógica del pensamiento occidental.

En los días siguientes a los enfrentamientos del 3 y del 4 de octubre de 1993, comenzaron a conocerse detalles de lo que ocurrió en los últimos momentos en el interior y en los alrededores del edificio del Sóviet Supremo. En el interior se encontraban aproximadamente unas cinco mil personas con capacidad de asumir algún tipo de defensa militar. La gran mayoría de ellos habían sido oficiales del Ejército Soviético. Gente experta en el manejo de las armas y en la táctica militar. Muchos de ellos llegaron a Moscú desde los distritos militares que en aquellos momentos estaban en guerra o lo habían estado. Gentes procedentes del 14 Ejército acantonado en la orilla izquierda del Dnieper, que se habían batido contra los moldavos. Combatientes en los conflictos del Cáucaso, en especial en Abjasia. Combatientes en Tadyikistan, etc. Todos ellos curtidos en combates reales. De todas estas personas se comentaba que aproximadamente la mitad se habían negado a abandonar el edificio por los diferentes medios que se les propusieron, en especial a través de todo el entramado de subterráneos que recorren la ciudad de Moscú. Incluso el testimonio personal de uno de los diputados, que nos pidió no revelar su apellido y·que fue detenido por los soldados en los últimos momentos de resistencia, lo confirma: «llegaron varios equipos de espeleólogos por los subterráneos, personas que conocían a la perfección el intrincado entramado de galerías. Nos ofrecieron a todos abandonar el edificio. Pero más de la mitad rehusó».

Las cifras oficiales hablaron de 149 muertos. Pero, sólo en el_primer piso del edificio del Sóviet Supremo, la corresponsal de la cadena norteamericana CNN, por citar una fuente «imparcial», contabilizó más de 500 cadáveres. Fue un comentario extendido el que muchas dependencias parlamentarias fueron primero gaseadas y después los cuerpos fueron fusilados en el suelo. Otros casos, demostrados, hablan de personas que fueron recogidas heridas y posteriormente aparecieron muertas con disparos en la cabeza. Los cuerpos desaparecieron. Unos fueron quemados indiscriminadamente, sin previa identificación, en los crematorios de Moscú. Otros, la gran mayoría, fueron quemados en varios lugares a las afueras de la ciudad. Hubo un debate en las páginas de los periódicos, incluso en Nezavisimaia Gazeta, diario radical, uno de los más influyentes en los ambientes democráticos, que en aquellos días jugó a ser un defensor de las libertades amenazadas, llegando a criticar la actitud presidencial y apareciendo con recuadros en blanco supuestamente pertenecientes a noticias censuradas. El debate en este diario quedó zanjado con la aparición de un artículo de expertos en la quema de cuerpos que habían trabajado en la instalación de los hornos crematorios en los campos de concentración alemanes. Según su experiencia, era imposible que en Moscú se hubiese llevado a cabo la quema de cadáveres sin haber dejado ningún tipo de huella. Quemados o no, los cuerpos de centenares de personas continúan desaparecidos. Y esto tiene para el pueblo ruso un significado especial. En la literatura, en la pintura, han sido recreadas las imágenes de las madres buscando en el campo de batalla los cuerpos de sus seres queridos caídos en la lucha. Dar sepultura a los muertos es uno de los aspectos más sagrados de la mentalidad rusa. Al enemigo se le pueden perdonar los muertos, pero no se le pue­de perdonar profanar los cadáveres no permitiendo les sepultura. La permanencia de estas personas de manera voluntaria en el Parlamento, aun a sabiendas de las consecuencias posteriores, la muerte, entra de lleno en uno de los aspectos nunca tratados por los análisis políticos y sociológicos de los sucesos de octubre y de la historia rusa en general. La actitud de las personas que allí quedaron y que sabían que les esperaba la muerte entra de lleno en otra dimensión. La dimensión de la fe y de los sentimientos. La concepción del hombre, del mundo, a través de categorías diferentes a las de la razón.

Una de las cartas apócrifas que circularon por Moscú procedentes de los sitiados en el Sóviet Supremo decía: «Seremos más útiles a Rusia muertos que vivos». Se especuló sobre 1a autenticidad de la carta. Pero en última instancia eso carece de importancia. Lo importante es que la carta decía, junto con ésa, un cúmulo de verdades. Para la mentalidad rusa es importante identificar al enemigo antes de actuar contra él. Identificar al enemigo no sólo supone su identificación física, sino su identificación moral. El alma rusa contiene ese doble carácter de paciente y violenta al mismo tiempo. El ruso soporta las agresiones del enemigo sin reaccionar hasta un umbral nunca prescrito de antemano. Durante ese tiempo, «el pueblo calla» frente a las murallas del Kremlin. Pero cuando el enemigo sin él percibirlo traspasa ese umbral de agresiones y ofensas, el ruso se vuelve a Dios y le explica que no puede soportar más. Le muestra la gran cantidad de ofensas y agravios recibidos, y pidiendo perdón a Dios por el comportamiento futuro, aparece el genio y el coraje, y se desencadena el motín. Los acontecimientos de octubre, con su carga de sacrificios aparentemente inútiles e inexplicables, tienen sin embargo ese carácter de ofensas que hacen que el enemigo traspase el umbral de las humillaciones permitidas, y por eso no es de extrañar que una inquietante sensación recorriera a Rusia de norte a sur y de este a oeste inmediatamente después de estos acontecimientos.

Según el rito ortodoxo, a los nueve días se celebra un banquete de difuntos. Es el momento en que las almas de los muertos acompañadas por un ángel ven los pecados cometidos durante toda la vida. Entonces toda la familia y los amigos se reúnen para apoyar desde la tierra el alma del difunto en ese difícil momento. En el banquete, a la mesa, queda un un sitio libre con una silla, un plato vacío, sobre él un pequeño vaso de vodka y sobre el vaso un trozo de pan negro de centeno. Cenamos y hablamos. Recordamos lo sucedido mientras fuera en la calle regía el toque de queda. Y los rusos nos hablaban precisamente de estás cosas. No de los aspectos políticos del conflicto, no de su carácter de provocación abierta, sino de sus repercusiones en la conciencia milenaria de este pueblo.

Pasados cuarenta días acudimos al servicio religioso que se celebró en los alrededores del Sóviet Supremo. Esta fecha también es muy importante en la cultura religiosa ortodoxa. Es el momento en que de las almas de los difuntos, ya en el purgatorio, se decide su destino final. La gloria o el infierno. También es la última mirada sobre la tierra, la despedida final. Fueron momentos electrizantes. En una de las calles que acaban directamente en la parte trasera del Sóviet Supremo, donde se realizaban las concentraciones, fue oficiado un servicio religioso por varios sacerdotes. Fue leída la lista oficial de muertos y se hizo un recordatorio sobre los desaparecidos, junto a un pequeño monumento erigido en unos de los sitios donde había caído un grupo de personas. Era la zona por donde habían entrado las fuerzas del ejército disparando sobre las personas que pacíficamente se encontraban en los alrededores del Sóviet Supremo, con la intención de proteger con sus cuerpos el poder soviético. Muchos fueron masacrados allí mismo. Otros alcanzaron a refugiarse en el Parlamento. Otros corrieron por el estadio que se encuentra junto a esta calle, en cuyo interior los restos de los enfrentamientos eran todavía evidentes. En la pared frente a la entrada se notaban Los impactos de bala de distintos calibres. Se comentaba que numerosas personas habían sido fusiladas en esta tapia. La tierra al pie de la pared estaba removida. Las balas habían sido recogidas, pero todavía se podían encontrar plomos incrustados en las paredes. Más adelante, a la izquierda de la entrada, entre unos pequeños edificios con paredes de aluminio, también se apreciaban gran cantidad de los impactos. Allí habían sido colocados claveles en agujeros. Paseamos por estos lugares junto con los numerosos visitantes. La gente hacía comentarios en voz baja. Volvimos al exterior del estadio y desde allí caminamos en dirección al Sóviét Supremo. Ya estaba en obras de reconstrucción. El Gobierno se apresuraba a borrar las huellas de los enfrentamientos. Pero otras huellas estaban marcadas de manera indeleble en el corazón del pueblo ruso. En las paredes del estadio y en los romos de cemento prefabricado que a la manera de valla protectora que rodeaba el edificio del Parlamento estaban escritos numerosos mensajes, en los cuales se comunicaba a amigos y familiares sobre el destino sufrido en los días posteriores al 4 de octubre. Nos encaminamos hasta el puente conmemorativo. de los sucesos revolucionarios que en 1905 tuvieron lugar en este mismo sitio. Desde allí, donde habían estado acampados un grupo de cosacos, observamos cuarenta días atrás los enfrentamientos en el edificio de la alcaldía. También allí los destrozos habían sido importantes, señal de que se había combatido. También lo estaban reparando. Bajo el puente, velas y flores, lo que señalizaba la muerte de personas. ¿Qué habría sido de los cosacos?

III

Ha pasado un año desde estos acontecimientos. Rusia parece envuelta en una calma definitiva. Analistas occidentales y los dirigentes de las reformas dan por supuesta la estabilidad política de las reformas. En lo sucesivo todo se limitará a ajustes políticos y económicos. La vuel ta atrás es imposible. Rusia camina de manera inevitable hacia su incorporación plena a la civilización universal. Es posible esta variante. Pero también son posibles otras muy diversas. El proceso de reformas ha llegado a un punto en que no interesa a nadie más ·que a sus propios autores y a un reducido grupo de personas, los nuevos rusos, que se están enriqueciendo con la venta de las riquezas del país. Solo unas cuantas islas democráticas apoyan las reformas: Moscú, Leningrado, Sverdlod. El resto del país es un océano de indiferencia o de actitudes contrarias a las reformas. En las ciudades y aldeas del interior todo parece como si funcionara el poder soviético. Y en algunas repúblicas, como en Buriatia, los comunistas han ganado recientemente las elecciones presidenciales, o han vuelto a los órganos de administración republicana o regional después de que Yeltsin tratara de alejarlos después de las purgas políticas que continuaron a los acontecimientos de octubre. Esto sin contar la actitud de abierto enfrentamiento con el centro de varias repúblicas, de entre las cuales el caso más significativo es el de Tatarstan. Y lo más importante: «El pueblo calla.»

Estas páginas no han pretendido ser una explicación racional de los. acontecimientos ocurridos en Moscú en octubre del pasado año. Es sólo el recuerdo, filtrado por el tiempo, de unos sucesos vividos intensamente y que han quedado para siempre en nuestra memoria. Sucesos protagonizados por hombres y mujeres que fueron posteriormente maltratados, ridiculizados y ofendidos. La prensa de Occidente, y entre ella la española, encontró los argumentos suficientes para justificar plenamente la violencia desatada en las calles de Moscú. Aquellos que apoyaron al Sóviet Supremo fueron tratados de borrachos, viejos, nostálgicos, en definitiva «una mezcla de comunistas radicales y nazis, pasando por monárquicos y ultranacionalistas de todo tipo» (El País, 5-10-93), aunque ningún periodista occidental, al margen de calificativos de este tipo, ha podido dar una explicación coherente y convincente de la presencia de miles de personas apoyando, hasta sacrificar sus propias vidas, el viejo poder soviético.

«Metralleta al hombro, se paseaba el general Albert Makashov, un militar fanáticamente fiel al socialismo y a la patria soviética» (El País, 4-10-93). Veinte años atrás, el día 11 de septiembre de 1973, el presidente Salvador Allende no sólo se paseaba sino que moría, metralleta en mano, fiel al socialismo y a la patria chilena. Sin tratar de establecer odiosas comparaciones, sería interesante preguntarse por qué el general Makashov es presentado como un fanático y Allende quedó en nuestra memoria como un héroe. Al desacralizar la sociedad, el hombre moderno quedó indefenso ante la presión de los medios de comunicación. Cualquier de los valores más sagrados puede en un plazo de tiempo asombrosamente corto convertirse justamente en lo contrario. Y así ocurre, que en el plazo de unos pocos años «nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos».

El hombre europeo, desde los albores de la modernidad, en los territorios de Europa occidental, trata de establecer el imperio de la «razón». El hombre premoderno fundamentaba su cuadro del mundo en un sutil equilibrio entre las «verdades de la fe» y las «verdades de la razón». La modernidad europea trato de arrancar al hombre cuantas más verdades fuese posible, en el ámbito de la fe, y trató de explicarlas todas ellas, y con ellas el mundo circundante a través de las «verdades de la razón». La lógica matemática se impuso en el hombre moderno, que creyó en la ilusión de explicar el mundo que le rodeaba sólo a través de las matemáticas. Todo el empeño de la revolución científica y de la reforma protestante en Occidente estuvo encaminado a ello. Acabar con la época de las tinieblas y racionalizar la naturaleza y el hombre. En su afán racionalizador, el hombre occidental destruyó la naturaleza, y con fenómenos como el fascismo o como los estados del deterioro social y de vacío existencial que caracterizan esta época de crisis de la sociedad postindustrial, casi se destruye a sí mismo. Pero lo más importante, el hombre occidental perdió la capacidad de entender el mundo que lo rodeaba en la medida en que este mundo exterior no se comportaba bajo los mismos parámetros que él había erigido como los únicos capaces de explicar el mundo.

En octubre de 1993, en Moscú, se dieron todo tipo de intrigas políticas, provocaciones, traiciones. Diversas formas de guerra moderna, Intervención de servicios secretos. Ambiciones personales. Errores. Crisis política y económica. Protesta social. Todo eso que puede ser aprehendido a través del análisis racional. Pero en Rusia, a pesar de toda la modernización industrial, a pesar de la asunción de la ciencia y de la mentalidad científica —la cual se asumió de manera diferente a como se generó en Occidente—, siguen estando vigentes, como en la mayor parte del mundo no occidental, las «verdades de la fe». Y al hablar de fe hablamos de los sentimientos y de las pasiones y de todo ese conjunto de valores y formas de entender al hombre y a la naturaleza que no pasan necesariamente por los ámbitos de la razón. Sentimientos y pasiones que movíeron a los campesinos rusos a apoyar el poder soviético durante la guerra civil. Sentimientos y pasiones que movieron al pueblo ruso a apoyar los planes de colectivización e industrialización en un ejemplo de entrega entusiasta de los que con poca asiduidad se r piten en la historia de la humanidad . Sentimientos y pasiones que movilizaron las fuerzas insospechadas que derrotaron al fascismo alemán en los campos de Rusia y llevaron al Ejército Rojo hasta Berlín. Sentimientos y pasiones que, en definitiva, explican muchas de las actitudes de este pueblo, que, como los acontecimientos del pasado año, el racionalismo europeo acostumbra a calificar como «enigmas del alma rusa».

Como queda dicho anteriormente, están abiertas todas las variantes posibles de evolución. Incluso, sin pretender ser catastrofista, aquellas que pasan por la explosión de las pasiones en un conflicto armado que evidentemente tendrá todas las posibilidades de no circunscribirse a la ciudad de Moscú. Si esta última variante ocurriera, habrá que tener presente que, para una parte de la población en Rusia, octubre de 1993 fue el año en que la guerra comenzó.

Moscú, septiembre 1994