Reginald Bartholomew, ex-embajador USA en Italia: «Así intervine para romper el vínculo entre USA y Manos Limpias” / La Stampa

Posted on 2013/02/05

0



`[Sociología crítica. Además del contenido del artículo en sí mismo, un dato que resulta aterrador: en España ¡¡no se ha publicado nada sobre esto!!]

«Así intervine para romper el vínculo entre USA y Manos Limpias”
En La Stampa la última entrevista del ex embajador americano en Italia Reginald Bartholomew:
«La violación de los derechos de defensa es un peligro para la democracia»

Maurizio Molinari, corresponsal en Nueva York

LA STAMPA. 29/08/2012 El mes pasado me reuní en Nueva York con el ex embajador Reginald Bartholomew que, después de decirme que había visto mi libro “Gobierno Sombra”, sobre la Italia del 1978 descrita a partir de los documentos del Departamento de Estado, me ha preguntado si tenía ganas de hablar con él sobre sus años a cargo de la embajada de Roma, cosa que no había hecho nunca. “No tengo diarios, sólo tengo mi mente para recordar”, observó. Nos vimos para cenar en “Felidia”, en Manhattan, y Bartholomew empezó enseguida a contarme sobre Tangentopoli y el terremoto político y judicial que encontró a su llegada a Italia. Ya estaba muy enfermo, aunque no dijo nada, y tenía urgencia por dejar un testimonio. Recogí su historia –que él ha podido ver transcrita- con la intención de usarla como base para una nueva investigación sobre la relación entre Italia y Estados Unidos y sobre el acercamiento americano al equipo “Mani Pulite”. Desde aquel momento empecé a buscar los documentos de la época y a los protagonistas todavía vivos. El primero de todos, el ex cónsul general americano en Milán Peter Semler, al que Bartholomew atribuía un rol clave en el inicial soporte americano a la investigación de Antonio Di Pietro. Cuando he sabido de la repentina muerte de Bartholomew, de 76 años, ocurrida el domingo en el hospital Sloan-Kettering de Nueva York a causa de un tumor, he pensado que era justo publicar lo que había recopilado hasta ahora, empezando por este primer capítulo que precisamente contiene el testimonio de Bartholomew, un diplomático refinado y culto, convencido de que el tránsito a la Segunda República debería ser obra de una nueva clase política – a la que abrió las puertas de la embajada- y no sólo obra de los magistrados. Aquí está su relato.

nyt 8 30 12 Reginald Bartholomew.previewTraje azul, camisa blanca y corbata roja, Reginald Bartholomew llega puntual a la cita en el Upper East Side, fijada para recordar el período, de 1993 a 1997, que lo vio conducir la embajada americana en Roma. “La Italia política estaba en fase de descomposición, el sistema estaba implosionando a causa de Tangentopoli, que había empezado el año anterior y yo me encontré catapultado dentro de todo esto casi por casualidad”, dice. En efecto Bartholomew, ex subsecretario de Estado de Armamentos, ex embajador en Beirut y Madrid, era embajador en la OTAN. “Lo había decidido Bush padre antes de abandonar la Casa Blanca, después cuando llegó Bill Clinton decidió hacerme enviado en Bosnia y estaba pensando en nombrarme embajador en Israel” Pero en una de las primeras reuniones sobre política exterior mantenidas por Bill Clinton en el Despacho Oval, con sólo siete estrechos colaboradores presentes, Italia aparece en la agenda. Estamos a principios del 93, la presidencia Clinton está empezando, Italia aparece en descomposición y “uno de los siete le dio mi nombre al presidente”, observando que en una fase tan delicada habría hecho falta un veterano del Foreing Service en Roma. Clinton asintió, rompiendo con la tradición de mandar a Via Veneto un embajador político escogido entre los mayores financiadores electorales, y Bartholomew fue catapultado así a la Italia del precario gobierno de Giuliano Amato, sostenido por los exhaustos DC, PSI, PSDI y PLI, con Oscar Luigi Scalfaro llegado al Quirinale después de la matanza de Capaci, con el PDS de Achille Occhetto en ascenso y Silvio Berlusconi ocupado en proyectar su bajada al campo. “Pero sobre todo aquella era la estación de Manos Limpias –dice Bartholomew-, un equipo de magistrados de Milán que en el intento de combatir la corrupción política anegante había ido bastante más allá, violando sistemáticamente los derechos de defensa de los imputados de forma inaceptable en una democracia como Italia, a la que cualquier americano se siente ligado”

Investigaciones judiciales, arrestos de políticos “tomaron de repente prioridad sobre el resto del trabajo, porque la clase política se estaba resquebrajando suponiendo riesgos para la estabilidad de un aliado estratégico en pleno centro del Mediterráneo” Y es en este punto que Bartholomew se da cuenta de que algo en el consulado de Milán “no cuadraba”. Si hasta aquel momento el predecesor Peter Secchia había consentido al consulado de Milán gestionar una relación directa con el equipo Manos Limpias, “de ahora en adelante todo eso conmigo se paró”, reenviando las decisiones a Via Veneto. Entre las iniciativas que tomó Bartholomew estuvo la de “hacer venir a Villa Taverna al juez de la Corte Suprema Antonio Scalia, aprovechando su visita a Italia, para que se encontrase con siete importantes jueces italianos y empujarlos a enfrentarse con la violación de los derechos de defensa por parte de Manos Limpias”. Bartholomew no dice los nombres de los jueces italianos presentes en aquel encuentro en la residencia romana, pero recuerda bien que ninguno objetó cuando Scalia dijo que el comportamiento de Mani Pulite con la detención preventiva violaba los derechos básicos de los imputados”, yendo contra “los principios cardinales del derecho anglosajón” Pocos meses más tarde, en julio del 94, el presidente Clinton llega a Italia para participar en la reunión del G7 que el gobierno del nuevo presidente Silvio Berlusconi acoge en Nápoles. Coincidiendo con los trabajos, Manos Limpias remite al presidente del Consejo un aviso de garantía y la reacción de Bartholomew es muy áspera. “Se trató de una ofensa al presidente de los Estados Unidos porque estaba en la reunión y el equipo de Manos Limpias había decidido aprovecharlo para aumentar el impacto de su iniciativa judicial contra Berlusconi”, subraya el ex embajador, añadiendo “se la hice pagar a Manos Limpias”

Nada sorprendente que en ese clima el embajador estadounidense del momento no tuviese encuentros con los jueces del equipo, “ni siquiera con Antonio Di Pietro”, mientras se dedicó a fondo a tejer relaciones con las fuerzas políticas emergentes. “Los líderes de la DC un día vinieron a visitarme, fue un encuentro muy triste, parecía casi un funeral, era la confirmación de que había que mirar hacia delante” Con el PDS, a través de Massimo D’Alema, se desarrolló “una relación que duraría en el tiempo” “D’Alema me llamó por teléfono, le dije que viniera a verme y él, con cierta sorpresa, aceptó –recuerda Bartholomew-, cuando lo vi le dije con franqueza que el muro de Berlín había caído, todo lo que habían hecho y pensado los comunistas en el pasado no me interesaba, lo que contaba era la futura dirección de la marcha, es decir, si querían ser nuestros aliados tal y como nosotros queríamos continuar siéndolo de Italia” Nació “una relación sólida que continuó en el futuro” con el PDS “mientras con Romano Prodi todo se complicó por el hecho que, cuando se convirtió en presidente en el 96 del primer gobierno de centro izquierda de la Republica, quería a toda costa ir lo antes posible a ver a Clinton, pero la Casa Blanca en aquel momento tenía otro calendario y Prodi la tomó conmigo” Para intentar reconquistar la relación personal con el presidente “tuve que ir un domingo a Bolonia, hacerme el encontradizo en su restaurante preferido y entonces finalmente me habló, nos explicamos” La apertura al PDS coincidió con la apertura también hacia Gianfranco Fini, que dirigía el MSI precedente a la Svolta de Fiuggi1 . “Con ambos el enfoque fue el mismo, se trataba de abrir una nueva estación –dice Bartholomew- y tuve el mismo acercamiento, mirando hacia delante y no hacia atrás, aunque tengo que admitir que en los salones romanos mi diálogo con Fini gustaba mucho menos que el que mantenía con D’Alema”

El otro líder al que Batholomew recuerda es Berlusconi. “La primera vez que nos vimos lo esperaba en la embajada a solas, pero se presentó junto a Gianni Letta, quería mi consentimiento2 para su entrada en política y le contesté que era cosa suya decidir si quería ser “rey o hacedor de reyes”, pero la observación cogió a contrapié a Berlusconi “que dio la impresión de no saber qué significaba *hacedor de reyes*”, y después de haber consultado con Letta me respondió “¿hacedor de reyes? Noooo” Del encuentro, tenido poco antes de la entrada en política de Berlusconi en el 94, Bartholomew sacó de todas formas la impresión de que se trataba de una candidatura muy seria “y en los meses siguientes, recorriendo Italia, me di cuenta de que tenía mucho seguimiento, si bien personajes como Eugenio Scalfari, director de Repubblica, me objetaban que no podía entender mucho de política italiana habiendo llegado pocos meses antes” A fin de cuentas, mirando atrás aquella fase histórica, Bartholomew reivindica el mérito de haber vuelto a poner sobre los carriles de la política la relación entre Washington e Italia, desviada por el vínculo demasiado estrecho entre el Consulado de Milán y Manos Limpias, identificando en D’Alema y Berlusconi dos líderes que en los años siguientes se habrían revelado en más de una ocasión muy importantes para la tutela de los intereses americanos en el tablero de ajedrez mediterráneo.

N.DEL T.

1 Svolta de Fiuggi: Giro dado por el Movimento Sociale Italiano- Destra Nazionale para abandonar la etiqueta de post-fascismo que arrastraba y presentarse como fuerza política legítima para gobernar. Este giro, conducido por el secretario del partido Gianfranco Fini, llevó al cambio oficial de nombre por el de Alianza Nacional, símbolo y sigla hechos públicos hacia finales del 93 y usados desde las elecciones del 94. Fiuggi es la ciudad donde tuvo lugar el congreso constituyente de la nueva AN. Es decir, donde se dio el “giro” del partido, el 27 de enero del 95, que se dirigió a la derecha conservadora y liberal.

2 Imprimatur en el original. En modo figurado, “bendición”, declaración oficial de la jerarquía católica por la que una obra es conforme a doctrina

FUENTE: LA STAMPA

CRONACHE
29/08/2012 – I RAPPORTI TRA ROMA E WASHINGTON

«Così intervenni per spezzare
il legame tra Usa e Mani pulite»

Un pool di magistrati di Milano: Di Pietro, Colombo e Borrelli
A La Stampa l’ultima intervista dell’ex ambasciatore americano
in Italia Reginald Bartholomew:
«La violazione dei diritti di difesa un pericolo per la democrazia»
MAURIZIO MOLINARI
CORRISPONDENTE DA NEW YORK

Il mese scorso ho incontrato a New York l’ex ambasciatore Reginald Bartholomew che, dopo avermi detto di aver visto il mio libro «Governo Ombra», sull’Italia del 1978 descritta dai documenti del Dipartimento di Stato, mi ha chiesto se avevo voglia di parlare con lui dei suoi anni alla guida dell’ambasciata di Roma, cosa che non aveva mai fatto. «Non ho diari, ho solo la mia mente per ricordare» osservò. Ci vedemmo a cena da «Felidia» a Manhattan e Bartholomew incominciò subito a raccontarmi di Tangentopoli e del terremoto politico-giudiziario che trovò al suo arrivo in Italia. Era già molto malato, anche se non ne fece parola, e aveva urgenza di lasciare una testimonianza. Raccolsi il suo racconto – che lui ha avuto modo di rivedere trascritto- con l’intenzione di usarlo come base per una nuova inchiesta sul rapporto tra Italia e Stati Uniti e sull’approccio americano al team «Mani Pulite». Da quel momento ho cominciato a cercare i documenti dell’epoca e i protagonisti ancora in vita. Primo tra tutti l’ex Console generale Usa a Milano Peter Semler, a cui Bartholomew attribuiva un ruolo chiave nell’iniziale sostegno americano all’inchiesta di Antonio Di Pietro. Quando ho saputo dell’improvvisa morte del 76enne Bartholomew, avvenuta domenica all’ospedale Sloan-Kettering di New York a causa di un tumore, ho pensato che fosse giusto pubblicare quanto finora raccolto. A cominciare da questa prima puntata che contiene appunto la testimonianza di Bartholomew, un diplomatico raffinato e colto, convinto che il passaggio alla Seconda Repubblica dovesse essere opera di una nuova classe politica – a cui aprì le porte dell’Ambasciata – e non solo opera dei magistrati. Ecco il suo racconto.

Completo blu, camicia bianca e cravatta rossa, Reginald Bartholomew arriva puntuale all’appuntamento nell’Upper East Side fissato per ricordare il periodo, dal 1993 al 1997, che lo vide guidare l’ambasciata americana a Roma. «L’Italia politica era in fase di disfacimento, il sistema stava implodendo a causa di Tangentopoli iniziata l’anno precedente ed io mi trovai catapultato dentro tutto questo quasi per caso», esordisce. In effetti Bartholomew, ex sottosegretario di Stato agli Armamenti, ex ambasciatore a Beirut e a Madrid, era ambasciatore presso la Nato. «Lo aveva deciso Bush padre prima di lasciare la Casa Bianca, poi quando arrivò Bill Clinton decise di farmi inviato in Bosnia e stava pensando di nominarmi ambasciatore in Israele». Ma in una delle prime riunioni sulla politica estera tenute da Bill Clinton nello Studio Ovale, con solo sette stretti consiglieri presenti, l’Italia spunta nell’agenda. Siamo all’inizio del 1993, Clinton sta incominciando la presidenza, l’Italia appare in decomposizione e «uno dei sette fece il mio nome al presidente», osservando che in una fase di tale delicatezza a Roma sarebbe servito un veterano del Foreign Service. Clinton assentì, rompendo con la tradizione di mandare in Via Veneto un ambasciatore politico scelto fra i maggiori finanziatori elettorali, e Bartholomew venne così catapultato nell’Italia del precario governo di Giuliano Amato sostenuto dagli esangui Dc, Psi, Psdi e Pli, con Oscar Luigi Scalfaro arrivato al Quirinale sulla scia della strage di Capaci, il Pds di Achille Occhetto in ascesa e Silvio Berlusconi impegnato a progettare la discesa in campo. «Ma soprattutto quella era la stagione di Mani Pulite – dice Bartholomew -, un pool di magistrati di Milano che nell’intento di combattere la corruzione politica dilagante era andato ben oltre, violando sistematicamente i diritti di difesa degli imputati in maniera inaccettabile in una democrazia come l’Italia, a cui ogni americano si sente legato».

Indagini giudiziarie, arresti di politici «presero subito il sopravvento sul resto del lavoro, perché la classe politica si stava sgretolando ponendo rischi per la stabilità di un alleato strategico nel bel mezzo del Mediterraneo», ed è in questa cornice che Bartholomew si accorge che qualcosa nel Consolato a Milano «non quadrava». Se fino a quel momento il predecessore Peter Secchia aveva consentito al Consolato di Milano di gestire un legame diretto con il pool di Mani Pulite, «d’ora in avanti tutto ciò con me cessò», riportando le decisioni in Via Veneto. Fra le iniziative che Bartholomew prese ci fu «quella di far venire a Villa Taverna il giudice della Corte Suprema Antonino Scalia, sfruttando una sua visita in Italia, per fargli incontrare sette importanti giudici italiani e spingerli a confrontarsi con la violazione dei diritti di difesa da parte di Mani Pulite». Bartholomew non fa i nomi dei giudici italiani presenti a quell’incontro nella residenza romana, ma ricorda bene che «nessuno obiettò quando Scalia disse che il comportamento di Mani Pulite con la detenzione preventiva violava i diritti basilari degli imputati», andando contro «i principi cardine del diritto anglosassone». Pochi mesi più tardi, nel luglio del 1994, il presidente Clinton arriva in Italia per partecipare al summit del G7 che il governo del neopremier Silvio Berlusconi ospita a Napoli. In coincidenza con i lavori, Mani Pulite recapita al presidente del Consiglio un avviso di garanzia e la reazione di Bartholomew è molto aspra. «Si trattò di un’offesa al presidente degli Stati Uniti, perché era al vertice e il pool di Mani Pulite aveva deciso di sfruttarlo per aumentare l’impatto della sua iniziativa giudiziaria contro Berlusconi», sottolinea l’ex ambasciatore, aggiungendo: «gliela feci pagare a Mani Pulite». Nulla da sorprendersi se in tale clima l’ambasciatore Usa all’epoca non ebbe incontri con i giudici del pool, «neanche con Antonio Di Pietro», mentre si dedicò a fondo a tessere i rapporti con le forze politiche emergenti. «I leader della Dc un giorno mi vennero a trovare, fu un incontro molto triste, sembrava quasi un funerale, era la conferma che bisognava guardare in avanti». Con il Pds, attraverso Massimo D’Alema, si sviluppò «un rapporto che sarebbe durato nel tempo». «D’Alema mi chiamò al telefono, gli dissi di venirmi a trovare e lui, dopo una certa sorpresa, accettò – rammenta Bartholomew -; quando lo vidi gli dissi con franchezza che il Muro di Berlino era crollato, quanto avevano fatto e pensato i comunisti in passato non mi interessava, mentre ciò che contava era la futura direzione di marcia, se cioè volevano essere nostri alleati così come noi volevamo continuare a esserlo dell’Italia». Ne nacque «un rapporto solido, continuato in futuro» con il Pds, «mentre con Romano Prodi fu tutto complicato dal fatto che, quando diventò premier nel 1996 del primo governo di centrosinistra della Repubblica, voleva a tutti i costi andare al più presto da Clinton, ma la Casa Bianca in quel momento aveva un altro calendario, e Prodi se la prese con me». Per tentare di riconquistare il rapporto personale con il premier «dovetti andare una domenica a Bologna, farmi trovare nel suo ristorante preferito e allora finalmente mi parlò, ci spiegammo». L’apertura al Pds coincise con quella a Gianfranco Fini, che guidava l’Msi precedente alla svolta di Fiuggi. «Con entrambi l’approccio fu il medesimo, si trattava di aprire una nuova stagione – dice Bartholomew -, ed ebbi lo stesso approccio, guardando avanti e non indietro, anche se devo ammettere che nei salotti romani il mio dialogo con Fini piaceva assai meno di quello con D’Alema».

L’altro leader che Bartholomew ricorda è Berlusconi. «La prima volta che ci vedemmo lo aspettavo all’ambasciata da solo, ma si presentò assieme a Gianni Letta, voleva il mio imprimatur per la sua entrata in politica e gli risposi che toccava a lui decidere se essere “King” o “Kingmaker”», ma l’osservazione colse in contropiede Berlusconi, «che diede l’impressione di non sapere cosa significasse “Kingmaker” e dopo essersi consultato con Letta mi rispose “Kingmaker? Noooo”». Dall’incontro, avvenuto poco prima dell’entrata in politica di Berlusconi nel 1994, Bartholomew trasse comunque l’impressione che si trattava di una candidatura molto seria «e nei mesi seguenti, girando l’Italia, mi accorsi che aveva largo seguito, sebbene personaggi come Eugenio Scalfari, direttore di Repubblica, mi obiettavano che non potevo capire molto di politica italiana essendo arrivato solo da pochi mesi». A conti fatti, guardando indietro a quella fase storica, Bartholomew rivendica il merito di aver rimesso sui binari della politica il rapporto fra Washington e l’Italia, dirottato dal legame troppo stretto fra il Consolato di Milano e Mani Pulite, identificando in D’Alema e Berlusconi due leader che negli anni seguenti si sarebbero rivelati in più occasioni molto importanti per la tutela degli interessi americani nello scacchiere del Mediterraneo.