Nordhaus y el informe del IPCC: estado de emergencia intelectual y climático (1) / Ferran P. Vilar

Posted on 2018/12/22

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Nordhaus y el informe del IPCC: estado de emergencia intelectual y climático (1)

Nordhaus retallat

William D. Nordhaus arengando a

los climatólogos en Copenhague, 2009

Esta semana se han producido en el mundo climático dos hechos de gran relevancia. Ambos acontecimientos son complementarios, y testigos de la confusión de conocimiento en que nuestra sociedad está inmersa, con especial hincapié y significación en el destino del clima de la Tierra. Además se produjeron el mismo día, lo que da lugar a toda suerte de especulaciones acerca de su posible simultaneidad deseada.

Estos acontecimientos han consistido en la emisión del último informe del IPCC, específico sobre +1,5 °C, y la otorgación de una especie de Nobel de economía al veterano “economista del cambio climático” William D. Nordhaus. Esta nominación desde luego pretende lanzar un mensaje. ¿Está este mensaje relacionado con la emisión, en el mismo día 8 de octubre, del informe del IPCC sobre 1,5 °C? Difícilmente lo sabremos, pero yo me atrevo, por lo menos, a confrontar ambas perspectivas.

Comencemos por el mensaje del Banco de Suecia, que es quien otorga este “Nobel” específico que en realidad no está relacionado con los demás. Mañana se publicará la segunda parte de este texto, examinando el informe del IPCC.

William D. Nordhaus no es cualquier economista sistémico. Es un economista sistémico de referencia. Lo conocen los alumnos de ciencias económicas desde el primer curso y los de cualquier otra educación superior que haya querido presentar cierto contexto económico a sus alumnos, que son ya casi todas. Junto a Paul Samuelson, fallecido en 2009 y Nobel a su vez en 1970, Nordhaus es coautor del libro de texto de macroeconomía más popular, que ya va por su 19ª edición.

La primera versión fue publicada allá por 1948. Desde 1961 a 1976 vendió alrededor de 300.000 copias en cada edición. Samuelson permitió la coautoría de Nordhaus a partir de 1985. Quien suscribe lo tuvo como libro de texto de la asignatura cuatrimestral de economía en el quinto curso de carrera, cuando Nordhaus todavía no había aparecido en el horizonte pero ya comenzaba a trampear con el cambio climático.

Ambos autores son los referentes de la denominada “síntesis neoclásica”, que integró la teoría económica neoclásica anterior, extremadamente liberal, con algunos postulados keynesianos. Son los de la integración de modelos IS/LM, y más recientemente están en la base del empleo de modelos DSGE[1] que parecen dinámicos por su denominación pero apenas lo son. En el marco de la economía capitalista, que ellos dan por natural, Samuelson y Nordhaus son la referencia sistémica alternativa a la escuela económica “austríaca”, la de Ludwig von Mises y Milton Friedman, partidaria esta última del laissez-faire más estricto y por tanto de no intervenir en absoluto en los mercados, considerados infalibles. En esta “nueva síntesis” se autoriza cierto grado de intervención, razón por la cual resulta ser la favorita de los partidos de centro derecha hoy llamados socialdemócratas.

Aun así, en su día fue objeto de ataques furibundos. Samuelson fue acusado de comunista y perjudicado en tiempos del macartismo, aunque consiguió finalmente superar estos obstáculos. Tal vez por ello a partir de 1970 comenzó a citar al “austríaco” Milton Friedman y en 1973 recomendó su libro Capitalism and Freedom calificándolo como “un punto de vista defendido con una lógica rigurosa, cuidadosa y a menudo convincente”(1).

Un examen atento de las presuposiciones que estos modelizadores incluyen en sus artefactos matemáticos demuestra errores no ya lógicos, sino auténticamente ontológicos. Su óptica de la realidad es de todo punto sesgada y limitadora del campo de acción humano, al tiempo que ellos dan por evidentes sus planteamientos filosóficos y éticos básicos que luego osan transformar en ecuaciones. Pero esta no es la cuestión aquí.

La cuestión hoy es que este hombre, William D. Nordhaus, es el mejor ejemplo del desleimiento de la importancia de los impactos del cambio climático durante los últimos casi 50 años. Se atribuye a Nordhaus la primera aseveración, nada menos que en el lejano año 1975, acerca de que el clima de la Tierra puede soportar perfectamente un incremento de 2 °C, si bien la historia de este guarismo es más larga y compleja, e incluso tiene componentes religiosos. Nordhaus fue, además, uno de los primeros en criticar el modelo World3, base del informe “Los Límites del Crecimiento”, de 1969, tan reivindicado en los últimos tiempos. Siendo hoy en día los economistas la referencia social más influyente, esta concepción del cambio climático y de la inexistencia de límites se ha expandido, generalizado e infiltrado en todos los estratos de la sociedad. Lo ha contaminado y lo condiciona todo.

Por estos motivos y otros que veremos a continuación Nordhaus resulta ser lo que hoy denominaríamos un negacionista “lukewarm” (2), tibio. A saber, aquellos que no niegan el cambio climático pero, con cualquier argumento ad hoc, no le atribuyen la gravedad que realmente tiene desde el punto de vista físico y biológico, o bien siempre han encontrado algo mejor que hacer antes que dedicarse a estabilizar el clima. Son muy útiles, porque permiten desmarcarse del negacionismo radical, que llega ya a resultar feo y cursi, y uno siempre puede encontrar solaz en estos supuestos moderados que atenúan la importancia del problema y enmarcan su resolución, si es que promueven alguna, en el paradigma social dominante (PSD). Sus acciones propuestas son siempre incrementales, que ya sabemos inútiles, y se basan principalmente en la aplicación de un impuesto al carbono que denominan “coste social del carbono”. Estos “economistas del cambio climático” se apoyan en modelos económico-climáticos, que denominan Integrated Assessment Models, o IAMs, y que consisten en combinar los vetustos modelos económicos de “equilibrio general” con algún modelo climático simple.

El peligro de estos lukewarms es mucho mayor que el de los negacionistas puros y radicales, que ya cantan demasiado. Es el dominio de los Lømborg, Pielke y tantos otros … John Cook, de Skeptical Science, los sitúa en la fase tres de las cinco etapas del negacionismo que en su día teorizó junto a Dana Nuccitelli (3).

O sea que siguen siendo, a todos los efectos, negacionistas. Pues, en definitiva, el resultado acaba siendo el mismo que el pretendido por el negacionismo radical, a saber, la inacción y la continuación del PSD con mayores emisiones a cada año que transcurre. Aunque en este caso conducidas por una narrativa que acaba incluso siendo asumido por la mayor parte del propio movimiento ecologista. Hecho que, por sí mismo, tiene desde luego mucho mérito, y cierto delito.

El mérito profesional – que no científico – de Nordhaus consiste en haber instalado en los modelos neoclásicos de “coste-beneficio” estándar, esos bodrios donde los economistas incluyen los costes y beneficios a su elección, una función de coste aparentemente relacionada con el cambio climático. En la misma jugada Nordhaus se atreve a establecer una tasa de descuento del futuro supuestamente relacionada con el clima en el modelo de crecimiento de Solow, tasa que va variando a lo largo de las décadas también a elección y teniendo en cuenta el interés bancario. Hay cierta teoría acerca de cómo establecer ese porcentaje de descuento, pero al final la elección depende de la subjetividad del economista de turno (es lo ocurre a menudo en ciencias sociales) una vez superada la barrera ética de considerar que el futuro vale menos que el presente. El mérito de Nordhaus, que no parece haber tenido nunca esta sensibilidad, es pues haberse inventado una ecuación y un añadido a otra cuya resolución merece, al parecer, un premio Nobel.

2ºC Nordhaus

Gráfico de 1975 donde Nordhaus sugiere que convendría no superar los +2ºC

Soportarse en el modelo de crecimiento infinito de Solow, también Nobel-laureado (aunque no es más que una mera ecuación), es desde luego muy dudoso cuando estamos hablando de un sumidero, como la atmósfera, de carácter inherentemente finito. Pero ocurre además que ajustar el resultado a esta otra variable esencialmente subjetiva como es la degradación del futuro con respecto al presente es algo contrario incluso al instinto de conservación de la especie: nótese por ejemplo que, con una tasa de descuento del 7%, los bienes de dentro de 10 años tienen un valor actual de la mitad. Su hijo de 10 años, por ejemplo, valdría ahora la mitad que usted según este criterio económico.

Hemos dicho que Nordhaus, además, se atreve a estimar cuales serían los daños, naturalmente medidos sólo en dólares, que se evitarían si tal temperatura no fuera alcanzada. En esto consiste su función de coste.

¿Cómo sabe Nordhaus cuáles son estos costes evitados? Esta es una ecuación clave, donde toda especulación es poca y se discute entre modelos lineales, funciones exponenciales de distinto orden, etc., en función de la temperatura media de la Tierra. Un sinvivir que revela a las claras que esto es de cuantificación imposible, y que por tanto el margen de probabilidad atribuido al resultado basado en estas suposiciones resultará ser tan amplio que dejará de tener significación alguna, el ejercicio habrá sido fútil y no servirá más que para confundir.

Esta es precisamente la futilidad que la gente del Banco de Suecia ha premiado, dando a entender que escribir otras dos ecuaciones más de tipo económico en un modelo climático y resolverlas es un acto heroico. El modelo resultante original fue criticado porque no cumplía ni tan solo con la ley de conservación de la materia (el carbono en este caso), cosa que más tarde corrigió. Sin embargo, sigue sin cumplir las leyes de la termodinámica.

Nos encontramos también con que nuestro héroe, en 1992, acabó ajustando su modelo para concluir que un mundo a +3°C sería el óptimo para maximizar el rendimiento del capital (4). ¡3 °C! ¿Para qué hacer nada? ¡A calentar! Años más tarde se desdijo, pero el mal ya estaba hecho. Y es que Nordhaus, para lo que ha servido, no ha sido para otra cosa que como excusa de supuesto alto nivel para retrasar y retrasar cualquier acción relacionada con el cambio climático. Algunos de quienes no se creyeron del todo estas barbaridades apostaron sin embargo por otra idea suya: los mercados de carbono. Europa, por ejemplo, lo ha hecho. Y sí: las emisiones han disminuido, al precio de ser desplazadas a otro lugar como acompañantes de una migrante industria pesada, en el conocido efecto de “carbon leakeage” (5).

Que Nordhaus haya hecho estas cosas mediante estos razonamientos no tiene en realidad nada de raro, como usted verá a continuación. Uno de los memes que ha circulado por Twitter estos días es tan elocuente como lo que más. Se lo cuento en dos palabras.

Economía libre de alimentos

Usted estará de acuerdo en que grandes afirmaciones deberían exigir evidencia extraordinaria, pero esto, al parecer, no aplica a los economistas. Si alguien afirmara en sede formal que la alimentación no es estrictamente necesaria y sus colegas no se le echan encima masivamente, convendrá usted conmigo que debería haber hallado poderosas razones que habrá expuesto a sus adláteres para demostrarlo. Al tiempo, estará ofreciendo alternativas a quienes, dentro y fuera de su círculo de confianza, cuestionen tamaña aseveración y deseen seguir alimentándose. Bueno, si Herman Daly, un conocido ecologista ecológico pero de base neoclásica, fue de los pocos que se lo afeó, casi una década después.

Pero no. Nordhaus afirmó que, como la economía USA dedicaba sólo el 3% a la alimentación humana, si eso iba a perderse por causa del cambio climático no pasaba nada grave, pues ello podía ser sustituido por otra actividad económica de PIB superior. Esa era su receta para la “adaptación”. De verdad que no le saco de contexto afirmaciones buscadas para impactar. En una obra académica de 2011 bajo el título “The Second Law of Economics: Energy, Entropy, and the Origins of Wealth” Reiner Kümmel, del Instituto de Física Teórica y Astrofísica de la Universidad de Würzburg, señalaba, citando a Herman E. Daly, que:

“Estos economistas [Nordhaus, Beckermann, Schelling] supusieron que el calentamiento global afecta sólo a la agricultura, cuya contribución a la economía estadounidense era menor del 3% del PIB en 1992 (la contribución de la agricultura al PIB era ha sólo del 1,2% en 2009). La contribución de la agricultura en otros paises industrializados era también ccomparativamente baja … Luego incluso una drástica disminución de la producción agrícola resultaría en una pérdida de bienestar muy leve.” (6)

La cita exacta fue publicada en Science en septiembre de 1991 así:

“El 90% de la actividad económica de los Estados Unidos no resulta afectada por los cambios medioambientales … La agricultura, la parte más sensible al cambios climático, supone solo el 3% de la producción. Esto significa que no hay forma de que se produzca un efectiu significativo en la economía estadounidense. Difícilmente el cambio climático puede ser considerada el principal problema del país.” (7)

Ya la primera parte de este párrafo resulta de todo punto sospechosa, y si no que se lo pregunten a las empresas aseguradoras. Pero la continuación resulta increíble en boca de alguien supuestamente ilustrado. Brevemente: podríamos no comer, pero eso quedaría compensado por el hecho de que seríamos más ricos.

La sandez de este razonamiento, su estupidez, junto al hecho de que quien es portavoz de estas cosas y afirmaciones similares haya sido premiado con el Nobel, se convierte en idiotez suprema, y nos interpela a todos sobre en base a qué criterios estamos dejando que esta gente dicte, con tal apariencia científica, los destinos de la humanidad.

El razonamiento de los IAMs tiene exactamente la misma lógica: la temperatura podrá aumentar lo que sea, pero mientras la destrucción que cause sea inferior al PIB generado por el hecho de evitar las políticas climáticas, pues nada, dejémosla aumentar. Para ellos, todo ocurrirá como si la tasa de descuento hubiera sido aplicada a la temperatura, y ésta fuera en realidad menor. ¡Pero ésta no permite manipulaciones de esta guisa y seguirá su curso físico y su destrucción!

Todo esto no puede terminar sin señalar que, además lo que antecede, los modelos climáticos que los economistas eligen de entre el elenco que encuentran en la climatología no son cualesquiera modelos climáticos. Para empezar, no solo son los más simples, y por tanto menos precisos, sino que albergan una característica común: son, de entre los disponibles, los que atribuyen parámetros más moderados en todas las variables relevantes, por ejemplo una sensibilidad climática que llega a ser inferior a 2,5 °C (8). Con todos estos artificios, integrando a discreción modelos económicos y modelos climáticos, siempre acaban encontrando un clima futuro lo suficientemente suave como para sedarse ellos en primer lugar, no alarmar al respetable y que todo siga igual. Mientras ellos siguen discutiendo lo del impuesto al carbono y su precio justo, que puede llegar a variar en órdenes de magnitud.

Nótese que, si los economistas mainstream reflexionan con esta lógica respecto a los alimentos, también lo deben de hacer con la energía. Sí: la convierten en una “commodity”. O sea, que si de pronto la energía desapareciera, la actividad económica podría tranquilamente seguir su curso. Este tipo de suposiciones son tan falaces, tan contrarias a la razón, que es tremendamente sorprendente que alguien supuestamente cualificado y brillante las pueda sostener sin ruborizarse. Que le den el premio Nobel a quien alberga estas claves mentales es algo realmente asombroso y a estas alturas muy deprimente.

También es un acontecimiento enormemente elocuente de por qué estamos donde estamos y qué es lo que nos ha llevado hasta este lodazal intelectual. Y encima con impostadas pretensiones científicas.

Había alternativas

Si el Banco de Suecia quería lanzar algún mensaje relacionado con el clima tenía desde luego opciones en el terreno de la economía ecológica. Pero incluso los podía haber encontrado en el marco de la economía mainstream, pues no son ahí todos tan suavizantes como Nordhaus. Por ejemplo podía haber nombrado a Martin L. Weitzman del departamento de economía de la Harvard University quien, lejos de emplear distribuciones probabilísticas gausianas, simétricas, parte de la ciencia climática y establece una distribución de probabilidad del tipo “fat tail”. En efecto, es posible demostrar que la incertidumbre científica de determinadas variables, como la sensibilidad climática, no es simétrica, sino que está notablemente escorada hacia el margen superior. Es decir: es más probable que la sensibilidad climática sea superior al valor central estimado, establecido hoy en +3°C, a que sea inferior a este valor (9). En estas condiciones Weitzman, naturalmente, considera la posibilidad de un cambio climático abrupto, totalmente catastrófico, en el plazo de pocos años o décadas.

Esto no es una mera suposición, sino un resultado matemático bastante elemental que fue publicado en Science hace casi 10 años. Martin L. Weitzman ha teorizado bajo esta situación repetidamente (10), ha criticado amargamente los modelos IAM por no tener en cuenta esta circunstancia y ha establecido un “dismal theorem” según el cual, a partir de cierto nivel de incertidumbre (que aplica a nuestro caso), los modelos coste-beneficio no son aplicables, pues la subjetividad del modelador llega a tal extremo que los convierte en inútiles o contraproducentes (11). Como habíamos dicho.

También podría haber sido encumbrado a Frank Ackerman, que lleva más de 15 años criticando los IAMs, no solo el de Nordhaus, pero que se mantiene dentro de la ortodoxia asegurando que incluso dentro de esta es posible llegar a conclusiones mucho más realistas (y alarmantes) (12). Pero Ackerman, en su furor contra el análisis coste-beneficio, había publicado en 2004 un libro bajo el título de “Priceless”, mostrando bien a las claras cómo hay cosas que no pueden valorarse a través del precio y arremetiendo contra las universidades y think-tanks dedicados al aguado del problema climático (13)y, ay, esto si debe ser ya demasiado atrevido para ese noble tribunal. Ackerman habría presentado además la ventaja (¿o el inconveniente?) de que sus teorizaciones aplican no solo al cambio climático, sino también a muchos otros tipos de problemas medioambientales (14).

Podría también haber elegido a Noah Kaufman, del departamento de economía de la Universidad de Texas en Austin (15), a Robert S. Pindyck del Massachusetts Institute of Technology (16), a Antony Millner de la London School of Economics (17), o también al veterano Robert H. Sokolow, de la Princeton University, que ha señalado también los errores y omisiones de Nordhaus en este mismo aspecto y solicitaba mayor clarificación (18).

Jeroen C.J.M van den Bergh, brillante economista medioambiental – que no ecológico – hoy en el Institut de Ciència i Tecnologia Ambiental de la Universidad de Barcelona y prolífico autor, también podría perfectamente haber sido laureado. Ah, pero van den Bergh defiende la conveniencia de un precio muy elevado del carbono, y además no apuesta por el crecimiento económico tout court. Prudentemente para su entorno profesional, se aleja del “degrowth” y aboga por el “a-growth”. Para los bancos, desde luego el de Suecia, esto es un auténtico anatema (19).

Pero no. Si se ha elegido a Nordhaus, ha sido por algún otro motivo que el de su supuesta, pero sesgada, sabiduría. Y no precisamente por haber sido un alertador temprano del peligro climático, sino todo lo contrario: un “lukewarm” de la máxima influencia. Alguien que no es que se quede corto, sino que se queda muy, muy corto, resultando así en el necesario solaz demandado por élites inversoras potencialmente angustiadas.

Por tanto, nada más sobre Nordhaus. Que la historia, si la va a seguir habiendo, se lo lleve a la papelera más profunda. Junts al Banco de Suecia

Notas

[1] DSGE: Dynamic Stochastic General Equilibrium [model]

PS: Gracias a Jordi, Antonio y Manu por haberme ayudado a romper el hielo

Mañana: El informe del IPCC

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