¿Hasta qué punto es inminente el colapso de la civilización actual? – 2. La visión sistémica – 2.3: De contornos y sostenibilidades
26/12/2014 por Ferran P. Vilar
“La poca gente que hay peligrosa en el mundo es la que no reconoce límites; la que ve las fronteras como humo, lo prohibido como niebla, los finales, si mucho, como punto y aparte.” José Viñals[1]
Viñals sugería entonces que hay poca, pero en realidad la gente que no conoce límites es ahora mucha, demasiada. La mayoría somos todavía unos adolescentes desde el punto de vista civilizatorio, desde luego como conjunto, y no hemos encontrado todavía el encaje correcto con la civitas medido en equilibrio entre bienestar personal, bienestar de los demás y respeto por la casa común. El ‘sin límites’ se ha convertido incluso en un reclamo cultural promovido por la publicidad, la política y la economía.
La importancia del contorno
En términos de dinámica de sistemas es muy importante y del todo fundamental elegir adecuadamente el contorno del sistema que se examina, su frontera, cuáles son los límites del universo bajo estudio (106). Desde luego hay que conocer cuáles son las características de este contorno y cómo éstas, a su vez, evolucionan con el tiempo (si lo hacen). Un ejemplo sencillo: ¿se ha preguntado alguna vez cuál es la velocidad media de su vehículo (si lo tiene)? Supongamos un automóvil medio. En primera instancia, usted dividirá la distancia recorrida por el tiempo empleado en recorrerla. Lo normal.
Pero también algo miope. ¿Qué ocurre si al denominador añade usted el tiempo empleado en obtener el ingreso que le permitió comprar el coche, le permite mantenerlo y adquirir el carburante, etc.? Convendrá conmigo en que es interesante tenerlo en cuenta, y que lo más seguro es que hasta ahora usted lo haya omitido o haya pensado poco en ello. Pues bien. Si tomamos valores medios de todas las variables de estado del sistema que estamos considerando (salario, precio y duración de vida del vehículo, mantenimiento, consumo, distancia recorrida, etc.) resulta que la velocidad media de un coche medio de una persona media es muy parecida a la de una bicicleta. Es lo que el obispo y filósofo Ivan Illich denominaba contraproductividad[2] (107). Y es que no hay milagros. Otra cosa es que usted prefiera tener coche, lo que es muy lícito, como lo es que le encante trabajar. Pero esta ya no es una cuestión física: el coste es el que es, y siempre se puede expresar en términos físicos.
De forma general, cuando se habla de costes ocultos, emisiones ocultas, y otras sorpresas, es que no se ha establecido correctamente el contorno del sistema. No es que estén ocultos, es que el dominio de análisis está reducido, no abarca todo lo que interviene. No hemos puesto las luces largas, o éstas no alcanzan lo suficiente. Este error es típico, y mucho más fácil de cometer, incluso inadvertidamente, desde la óptica bottom-up que desde la perspectiva holística top-down.
Si amplía usted según qué otros dominios de según qué otros sistemas podría llegar a darse cuenta de que la economía mundial, nuestro funcionamiento actual como conjunto, como sistema, se asemeja mucho más a un timo piramidal, a un esquema Ponzi (108), que a un vehículo de la premisa fundamental de la modernidad con que la mayoría de nosotros funcionamos, según la cual el progreso siempre va a más (109). Sabemos que los esquemas piramidales se rompen cuando, por exigencias del entorno, no pueden seguir creciendo.
No es que los costes estén ocultos, sino que el dominio de análisis está reducido, no abarca todo lo que interviene. Y es que esta visión holística, general, de la dinámica de sistemas, tiene un punto (de nuevo) subversivo: amplía la perspectiva de maneras que podrían resultar incómodas a algunos poderes, que pueden considerar amenazante que el común perciba la realidad con tanta amplitud.
Pero vayamos por partes.
¿Contorno, frontera, entorno, medio ambiente?
Cuando hablo de contorno de un sistema, de frontera, en el contexto por ejemplo del sistema económico, me refiero a lo que en inglés se conoce por boundary, pero que a menudo se denomina environment. Casi siempre este término se traduce por la expresión medio ambiente. Pensar en medio ambiente e invocar el ecologismo es casi un automatismo. Y pasar del ecologismo a ciertas caracterizaciones parciales del movimiento ecologista es una misma cosa para muchos, un reflejo que nos ha sido inculcado. Así que, entre nosotros, procuraremos huir de connotaciones que despistan y le llamaremos indistintamente entorno físico o biofísico.
En realidad los sistemas están formados, en general, por subsistemas, y éstos a su vez por otros subsistemas… Los sistemas forman capas, entre las que se pueden establecer jerarquías. Cuanto mayor sea el nivel al que se encuentra, su dinámica suele ser más lenta y su control más oneroso y requerir mayor anticipación. Sigue siendo importante recordar que el tratamiento matemático lógico-deductivo es el mismo a cualquier nivel, a cualquier dinámica, lenta o rápida.
Uno puede circunscribir el análisis a cualquier nivel de la jerarquía siempre que el resto del sistema esté adecuadamente definido en lo que se denominan las condiciones de contorno. El error fundamental de los excesos del reduccionismo que encontramos con tanta insistencia en economía (y también en el IPCC) es suponer que ese contorno no existe. O que sus características no cambian con el tiempo. Esto significa que no se pueden hacer modelos matemáticos al tuntún sin tener en cuenta esos límites.
Uno no puede montar un aparataje matemático-formal alucinante, como hacen los economistas mainstream[3], y dar por supuesto, por ejemplo, que tendrá siempre toda la energía que le dé la gana para hacer todo lo que se le ocurra. O que la dificultad de acceso a la energía no va a variar. De la misma forma tampoco puede creer impunemente que la obtención de ese cualquier nivel de energía o no va a costar nada o va a costar siempre lo mismo. Así, el concepto de tasa de retorno energética (TRE), concepto que definiré más adelante, es algo completamente desconocido en los modelos económicos al uso a pesar de constituir no ya un parámetro clave, sino probablemente la más decisiva de todas las variables que definen las posibilidades de una civilización. Los modelos que emplea la environmental economics, de base neoclásica, son modelos de demanda: la energía es infinita, todo me es permitido[4]. En estas condiciones sus resultados no son pues creíbles, o lo son sólo bajo la condición de que la TRE sea fija, contra la realidad. Por tanto, todo acaba resultando ser un cuento de hadas con apariencia de reflexión sesuda y sagaz. Una fantasía que, cuando uno la descubre, le resulta increíble haber estado tanto tiempo en esa oscuridad, que eso constituya la base de la política mundial y que tanta gente se la crea.
Claro que la actividad económica lleva como contrapartida cierto grado de deterioro del entorno biofísico, siendo la acumulación de gases de efecto invernadero un efecto poco visible, pero el más grave. Pero aquí estamos hoy interesados no tanto por estos residuos de la actividad, que siempre procuramos alejar de nuestra vista todo lo posible sino, principalmente, por las limitaciones a la entrada del sistema socioeconómico. Mejor dicho: de su fuente de alimentación. Pues, como veremos, son éstas las primeras en aparecer, en manifestarse, en producir efectos indeseables que puedan alterar radicalmente, realimentación mediante, el comportamiento del sistema. Se trata de la dificultad creciente, y por tanto coste – económico y energético – creciente, de acceso a los recursos minerales. De casi todos pero, más que nada, y en primer lugar, los energéticos. Y singularmente del de mayor calidad: el petróleo.
Otro límite no considerado en los modelos al uso consiste en suponer que la escalabilidad de las posibles soluciones es también infinita, o por lo menos indefinida. Si un aerogenerador me da 2 MW, puedo poner decenas de millones y me basta con una multiplicación y algunas correcciones en función del factor de carga. Nanay. ¿A que el molino diez millones no está en un lugar tan adecuado como el primero? ¿Y el cien millones? ¿A que es inútil? Es que son economistas, no ingenieros. O eso dicen ufanamente. Un investigador afiliado al MIT acaba de publicar en la académica System Dynamics Review un paper donde desarrolla una metodología para verificar si el contorno contemplado es, efectivamente, correcto para el horizonte temporal bajo análisis (110). Por favor, examínenlo.
Como iremos viendo, sobretodo al final, esto de la dinámica de sistemas tiene un cierto aroma revolucionario. Pero tome nota por ahora: una de las ideas base, el ‘critical systems thinking’, es precisamente la crítica al contorno, su cuestionamiento permanente, ver si se ha mirado lo bastante lejos. Y ello como base de una sociedad capaz de tomar mejores decisiones.
¿Qué tipo de economista es usted?
Hablando de economía. ¿Usted qué cree? ¿Que el sistema socioeconómico está contenido en el entorno biofísico y es limitado por él (es su contorno)? ¿O que el sistema socioeconómico lo engloba todo, y abarca también al entorno biofísico y a la Tierra misma – y a la Luna y Marte, donde, por cierto, pronto será posible hacer negocios? Si ha respondido afirmativamente a la segunda proposición es usted un economista ortodoxo, mainstream, un antropocéntrico radical (111), que podría incluso albergar alguna dosis decorativa de heterodoxia utilitaria que le venga bien para ampliar mercados relacionales. Permítame que le sugiera que vaya con cuidado, porque si lleva esta lógica demasiado lejos (y ya lo está usted haciendo), corre el riego de verse a sí mismo como nutriente. Y ahí hay peligro de canibalismo o autofagia. Estaría usted deteriorando su propio capital humano. Pues con el ‘capital natural’ ocurre algo similar.
Pero si le parece más razonable lo primero que lo segundo usted, aunque no lo sepa, piensa como algunos, por ahora minoritarios, economistas ecológicos (de la escuela ‘heterodoxa’ ecological economics, y no todos). En este caso, al analizar la posible evolución de la economía, convendrá conmigo en que deberá contar con las limitaciones que le impone el mundo físico y biológico. Desde tres puntos de vista, por lo menos.
El primero reside en la mayor o menor dificultad de acceso a los recursos minerales y energéticos. Suponen los economistas que la energía, que para ellos no es otra cosa que una mercancía más, simplemente se obtiene cuando se necesita. Quiero hacer algo y lo hago. Que si hubiera escasez aumentaría el precio – Milton Friedman dixit (112) – y que si ese precio subiera demasiado la fuente de energía en cuestión sería sustituida por otra y, si no existe, por otra cosa. Se supone que cualquier otra cosa, en base al aceptado principio de la total sustitutabilidad de Goeller-Weinberg (113).
Pues esta ‘ley de mercado’ resulta que no se cumple (por lo menos) con la energía – de hecho la ley de la oferta y la demanda no se cumple nunca en términos agregados multiproducto (114,115). No es así de ninguna de las maneras. Las señales de mercado son siempre cortoplacistas, y a menudo engañosas (116). Son intrínsecamente incapaces de reflejar la escasez futura de manera suficiente. Pero los economistas sólo miran precios y no física: “yo soy economista y no geólogo”, dijo hace poco, sin calibrar las consecuencias (o le daban lo mismo), un economista pico de oro de nombre Gonzalo Escribano perteneciente al think tank español Real Instituto Elcano. Fue en ocasión de un debate sobre la creciente dificultad, y por tanto coste, de acceso a la energía[5], y la aparente contradicción con un precio del petróleo en descenso. Por cierto que Ugo Bardi, sin nombrarlo, describe magistralmente esa conferencia, que dejó atónitos a los presentes. Yo estaba ahí.
El segundo aspecto se refiere a las consecuencias del impacto de la actividad económica sobre el entorno físico, y a cómo esta afectación influirá, a su vez, en la actividad económica (lazo de realimentación). Es el caso del cambio climático. Finalmente, también le resultará imprescindible tener bien en cuenta la capacidad de carga del entorno, la resistencia al stress al que se somete ese entorno. Digamos el mundo entero en el caso que nos ocupa.
Esto último es muy importante, porque si estuviéramos usando más recursos que los que el planeta, junto a nuestra ayuda tecnológica, es capaz de generar, ello significaría que no estaríamos haciendo uso de los intereses, sino malgastando o deteriorando los activos. Una buena administración debería contar sólo con el devengo de los intereses y, si acaso, dejar el principal para situaciones de emergencia, pues de otro modo éste acaba por agotarse y por tanto cesa en su rendimiento. A esto nos referimos cuando decimos que estamos tomando prestado del futuro, con la salvedad de que no le podremos devolver nunca nada. Y con la certeza de que, como todo acreedor, acabará procediendo contra nosotros tarde o temprano.
Si es usted de los economistas ortodoxos ocurre que, o bien ignora olímpicamente todo esto y hace como si no existiera o, para quedar bien y parecer sostenible, mira de traducirlo a mercados y precios obviando todas las demás disciplinas (117) y contando con que, según estos profesionales, el futuro vale siempre menos que el presente[6] (118). Pero esto, que puede ser válido para la mente de las personas en términos de consumo a medio plazo, no lo es en absoluto en términos físicos, que son los que ahora nos ocupan.
Sostenibilidad ¿débil?
También la famosa idea de sostenibilidad es distinta en ambos casos según hayamos respondido a la pregunta original y por tanto elegido el sistema y su contorno. En un caso los límites son físicos, tangibles: estamos en el terreno de la denominada sostenibilidad fuerte, que tiene como base el sistema geo-físico-biológico del planeta. Sostenibilidad fuerte es aquella según la cual la actividad social y económica no debe extraer de la Tierra productos alimenticios, minerales o energéticos a un ritmo superior al que ésta, o nosotros, seamos capaces de regenerar, ni verter subproductos o residuos a un ritmo superior al que ésta, o nosotros, seamos capaces de reciclar.
Se trataría en este caso de alcanzar un régimen estacionario consistente en un equilibrio entre la capacidad de regeneración de los recursos y la de absorción de los residuos (119), que habría que acompasar. No es pues que no se pueda “contaminar” nada, sino que resulta permitido hacerlo mientras los sistemas físico-biológicos mantengan funciones básicas para nosotros y nuestros descendientes, entre ellas la de absorber y reciclar (con nuestra ayuda, energía mediante[7]) esos residuos y facilitar así la indefinitud de la vida humana sobre la Tierra en condiciones de civilización. Se trata simplemente de mantenerse dentro de los márgenes de resiliencia del sistema geo-físico-biológico, para lo cual es aconsejable no acercarse, y desde luego no superar, unos límites de los que apenas empezamos hoy a ser conscientes, singularmente la carga a la que sometemos al sistema Tierra los más de siete mil millones de consumidores compulsivos de energía que somos todos nosotros.
Esta definición de sostenibilidad es una obviedad, pero muchos se niegan a atenderla en estos términos. Pues cuando cambiamos el marco resulta que los límites ya no son físicos, sino mentales, metafóricos. Entramos entonces en el terreno de la sostenibilidad débil, la que emplean los economistas estándar – incluidos los de Naciones Unidas (120, ver también 121). En este caso, la definición es más rebuscada: “el flujo descontado del capital natural más el capital económico debe ser constante en el tiempo”. Así expresado, eso significa que me es permitido sustituir capital natural por capital económico a voluntad. Para ello hay que suponer previamente que el capital físico es virtualmente infinito, o que transformarlo a esta escala se hace sin contrapartida alguna, o que podemos prescindir de él sin consecuencias. También hay que suponer que podemos expresar su valor exclusivamente en términos de unidades monetarias, meterlo en el mercado y atribuirle valor de intercambio, cosa éticamente muy discutible y procedimentalmente falaz, que hasta los fundadores del capitalismo rechazaban (122). Esta definición le viene de perlas al status quo dominante, pues le permite seguir apoderándose del capital natural con el objetivo de convertirlo en monetario, y vender ese capital y no sólo su rendimiento.
Como vemos, en este segundo caso se trata de una construcción espiritual que se mide en billetes en lugar de, por ejemplo, tasas de regeneración de algo material. Ya el Informe Bruntland inauguró en 1992 (123) la senda de las definiciones light de sostenibilidad, promovidas por la influencia totalizante de la economía neoclásica y ahora keynesiana. Existen hoy en día ya más de 300 definiciones de sostenibilidad (124). Sería maravilloso si fueran compatibles, por lo menos las dos que he descrito. Pues no lo son en absoluto.
Y así el antiguo paradigma, que lleva a la sostenibilidad débil, sigue dominando explícitamente las facultades de economía, implícitamente los medios de comunicación y es adoptado como mantra desde los centros de poder e influencia, por mucha responsabilidad social corporativa (RSC)[8] que pretendan interiorizar y greenwashing[9] que exterioricen[10] vía agencias PR. Al final, cosquillas a nivel local. Y nada a nivel global.
En estas condiciones no le sorprenderá que a los sostenedores débiles les resulte aceptable que la temperatura media de la Tierra aumente lo que sea, mientras se esté en condiciones de compensar el daño causado con más producción – por ejemplo de protección. Éste es el núcleo del pensamiento economicista que nos gobierna, y las consecuencias a las que nos lleva.
Desacoplos mentales y termodinámicos sobre un globo
Había por lo menos otras dos suposiciones no explícitas, inconscientes y sin embargo necesarias, para dar por bueno ese antiguo paradigma todavía vigente y condicionante. Una consiste en creer que el crecimiento material del sistema puede proseguir indefinidamente, lo que es lo mismo que suponer que la Tierra es plana o que es como un globo que puede hincharse a voluntad. Esta suposición ha sido sucedida hoy en día por dos nuevos eufemismos, a saber, la desmaterialización de la economía, y el proceso conocido por desacoplo entre energía y actividad económica.
Desacoplarse de la realidad
Lo cierto es que nunca ha sido demostrado que estos inventos sean posibles (125,126), y si no se ha producido jamás a nivel global – desde luego no en términos de consumo energético per cápita en todo el siglo XX (127) – es porque la segunda ley de la termodinámica nos dice que no puede ser, y de una forma muy clarita. Por mucho que los economistas insistan en saltársela y en mostrar éxitos locales y temporales no lo van a conseguir. Si acaso se pueden realizar algunas mejoras de eficiencia técnica. No muchas ya a nivel global: han sido estimadas en el 1% anual a lo largo del siglo XX (128), y ello a pesar de todos los estímulos económicos posibles por la exigencia constante de máxima rentabilidad. Pero tienen además un límite teórico insuperable[11], según quedó bien establecido a finales del siglo XIX por Rudolf Clausius (129). Si uno quiere retroceder un poco más, para saber de dónde vienen las cosas, puede recordar que la palabra griega ‘energeia’ significa precisamente actividad. La energía es una medida cuantitativa de la actividad, real o potencial. De modo que separar, desacoplar ambos conceptos, estará bien como ejercicio mental y desiderátum. Pero nunca encontrará reflejo en la realidad, ni física ni económica. Es un brindis al sol, sólo comprensible por la forzada ausencia de la termodinámica de las facultades de economía.
La segundo suposición de base consiste en imaginar que lo que vertemos masivamente a la atmósfera, que además es invisible, no tendrá consecuencia alguna merced, por ejemplo, a las delicias del viento. Ello equivale a suponer que la altura de la atmósfera es infinita – o que las leyes de la mecánica cuántica y de la teoría general de sistemas no se cumplen con los gases de efecto invernadero. Ya he destacado que había una tercera suposición, más inconsciente todavía: que la energía neta disponible podría crecer indefinidamente, y que conseguirla se hace a un coste (energético) despreciable. A mí, durante muchos años, décadas, ni se me ocurrió pensar en todo esto. La disponibilidad de energía, y encima barata, se daba por supuesta, a cualquier nivel.
En economía (neo)clásica está ocurriendo lo mismo. Las premisas en las que se basaba, de ausencia de límites, ya no se cumplen. La respuesta epistemológica, corporativa, ha sido hasta ahora tener en cuenta algunos de ellos, pero empleando las mismas herramientas cuya validez resulta precisamente cuestionada por esos límites. Así nacieron la resource economics y la environmental economics, y es lo que ha llevado a englobarlo todo, naturaleza incluida, dentro de unas leyes que le son ajenas (111). Y también ajenas a más de medio mundo, que no acaba de identificarse con muchas de las premisas de la civilización occidental o por lo menos de su deriva durante las últimas décadas, las nuestras.
Pues resulta que ninguna de estas premisas se cumple ya, de modo que conviene revisar muchos razonamientos y conclusiones que se apoyaban en ellas, la teoría en suma. De hecho muchos economistas comienzan a preguntarse qué demonios ocurre que sus recetas no responden ahora como lo hacían en el pasado (130). Algunos, todavía pocos, comienzan a interesarse por esas escuelas económicas ‘heterodoxas’, aunque no den tanto dinero como las clásicas[12] (131) ni ofrezcan falsas soluciones milagrosas que todavía se cobra por pronunciar.
Y es que, según el sociólogo y teórico del capitalismo Max Weber:
“Todo ‘logro’ científico implica nuevas ‘cuestiones’ y ha de ser superado y ha de envejecer. Todo el que quiera dedicarse a la ciencia tiene que contar con esto. Ciertamente existen trabajos científicos que pueden guardar su importancia de modo duradero como ‘instrumentos de gozo’ a causa de su calidad artística o como medios de preparación para el trabajo. En todo caso, hay que repetir que el ser superados necesariamente no sólo es el destino de todos nosotros, sino también la finalidad propia de nuestra tarea común. No podemos trabajar sin la esperanza de que otros han de llegar más allá de nosotros, en un progreso que, en principio, no tiene fin.” (132)
También a Weber, a pesar de su comedimiento, todo le parecía posible.
Un buen representante de estas escuelas económicas alternativas actuales es Herman Daly, teórico de la economía de estado estacionario desde los años 70 (133) que ya reclamaba John Stuart Mill en el siglo XIX (134) e incuso Adam Smith (135), y teórico actual de los tres límites al crecimiento (136). Daly lleva décadas denunciando la growthmania[13] (137,138), y señalando, incluso desde su puesto de economista senior del Banco Mundial en los años 90, que el crecimiento económico es, a partir de cierto punto, ineconómico. También denunciaba desde ahí que el desarrollo sostenible es una imposibilidad física (139).
Daly se apoyó en su día en las reflexiones de Karl William Kapp sobre el coste social de la empresa privada (140), y de Ezra J. Mishan sobre el coste del crecimiento económico (141). Pues cuenta que casi lo echan por intentar introducir estas majaderías en territorio adverso (142).
Vea qué fácil nos pone la economía este representante de la heterodoxia:
“La causalidad ocurre tanto de abajo hacia arriba como de arriba hacia abajo: lo material causa desde abajo, y la causa final desde arriba, como diría Aristóteles. La economía o, como prefiero denominarla, la ‘economía política’ se encuentra en medio, y sirve para equilibrar la deseabilidad (el atractivo del propósito correcto) con la posibilidad (las restricciones de la finitud). Necesitamos una economía adecuada para propósitos en un mundo finito y entrópico.” (143)
De hecho en microeconomía se sabe bien que existe un tamaño óptimo, por encima del cual el rendimiento marginal es negativo. Pero esto no se está aplicando a nivel macroeconómico. ¿Por qué?
Los límites de los modelos económicos
Ocurre en los modelos económicos al uso como con las leyes de Newton. Pueden ir muy bien para las dimensiones tangibles, e incluso planetarias, pero pierden validez cuando uno se acerca a la velocidad de la luz o a lo muy pequeño.
Y es que todas las leyes comienzan a fracasar cuando se acercan a sus límites (las que los tienen). Las leyes de Newton, válidas para las dimensiones tangibles, debieron ser corregidas por Einstein cuando las velocidades se acercaron a las de la luz, y por los cuánticos cuando las dimensiones son extremadamente pequeñas. Las ecuaciones de estas dos teorías extremas se reducen a las de Newton cuando en esas fórmulas se provoca que las dimensiones sean las tangibles. ¿Le estará ocurriendo lo mismo a las leyes de la economía?
Volvamos a la dinámica de sistemas, muy centenaria, que hoy en día ha alcanzado una sofisticación casi inimaginable y cuyas ecuaciones, en muchos casos prácticos, sólo pueden resolverse con procedimientos informáticos avanzados – si bien en la actualidad suele bastar con un PC y un software de nombre Matlab. Pero a pesar de su longevidad y diversidad de ámbitos de aplicación, la dinámica de sistemas sólo se enseña en profundidad, hoy por hoy, en las facultades de ingeniería, y no en todas. La conocen en profundidad los ingenieros electrónicos, los ingenieros químicos e industriales especialidad ‘automática’[14] (los que más), algunos ecólogos teóricos en las facultades de biología, geólogos y, como veremos, unos pocos climatólogos, sociólogos e historiadores singulares. También muchos gestores de organizaciones, que la aprenden en las escuelas de negocios como herramienta de apoyo a la toma de decisiones mediante simuladores ad hoc.
Pero nuestra comprensión intuitiva del pensamiento sistémico parece ser difícil, pues al parecer padecemos limitaciones perceptivas fundamentales. Las veremos en la próxima entrada.
Examinar referencias
Notas al pie
[1] Padreoscuro, de José Viñals (1998) – Citado en Sociología y medio ambiente, de Jorge Riechmann y Joaquim Sempere (2000) (144)
[2] Es más, algunos autores consideran que el punto de más alta de la eficiencia en el transporte tuvo lugar en los Estados Unidos en los años 1960 (145)
[3] El neokeynesiano Paul Krugman y otros sostienen que la pasión por solo las matemáticas, ‘confundiendo belleza con verdad’, es lo que impide avanzar a la disciplina (146). Pero por su parte acaba cayendo en otros errores equivalentes
[4] Bueno, no todo, ya me entiende.
[5] Me refiero al coloquio que siguió a la conferencia que impartió Gonzalo Escribano en el II Congreso Internacional del Pico del Petróleo, el pasado mes de octubre en Barbastro (Huesca). Escribano, para más inri, es director del programa de energía y cambio climático del think-tank Real Instituto Elcano
[6] Descuento del futuro que asocian con el interés bancario, con el que aseguran valorar objetivamente el futuro en menos que el presente.
[7] El reciclado indefinido es una imposibilidad termodinámica, y con el tiempo muchos materiales acabaran completamente dispersos (147)
[8] Responsabilidad social corporativa
[9] Greenwashing: publicidad o acciones empresariales que aparentan un comportamiento ecológicamente responsable mientras ocultan el daño producido
[10] Es interesante observar que Eduardo Montes, actual presidente de UNESA (las eléctricas), fue el fundador en 2005, y primer presidente del Club de Excelencia en Sostenibilidad
[11] A pesar de que el rendimiento energético de la economía es altamente ineficiente. Por ejemplo, García Olivares ha calculado que, en los Estados Unidos, sólo el 13% de la energía neta se emplea en realizar trabajo (148)
[12]Para los ortodoxos, si no hay mercado para esas ideas, o éste es muy pequeño, señal de que no valen tanto como las que más se pagan. Ése es el código genético del liberalismo dominante. Que sólo mide con una unidad, ve mercados por todas partes, y les atribuye carácter decisorio
[13] Manía del crecimiento
[14] De ahí la credibilidad que merecen los trabajos de, por ejemplo, el Grupo de Ingeniería y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid.
Posted on 2018/12/22
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