
Está en la cafetería del Círculo de Bellas Artes.
No está elevada para marcar una separación forzada, no hay peana que distancie, al contrario, está a la altura de uno mismo, al alcance de la mano, lo que causa un vértigo íntimo ante ella, es otra cosa, uno siente lo que tiene de «Hierón Somá», el sagrado cuerpo del que habla Epicuro, es lo sagrado del cuerpo y sus evocaciones sensuales lo que atrae al tiempo que preserva un espacio alrededor de toda intromisión. Cuando alguien lograr sacar un cuerpo así de un bloque de mármol, ¿qué decir? queda definido el oficio de escultor. ¿Hubo una modelo? ¿O estaba en el corazón o en el entendimiento del autor?
Para hacer algo de tal maestría no es que tengas que saber o conocer cómo es el cuerpo, sino que has da haberte fundido con el, haberlo respirado, sentido, sorbido, penetrado, sumergido en él. No es sólo que le dé vida a la materia muerta, es que la fija para el porvenir y la vuelve sensible, le da cuerpo vital y lo salva del dolor, de la vejez, del desgaste, de lo que la vida le hace a la vida y lo pone en otra dimensión, uno pasa a comprender el abismo del deseo de Baudelaire por sus amantes. No es mármol frío lo que se nos muestra, no está muerta tal materia, pues la vida responde ante ella y basta con que alguien vivo se encuentre a su pie para alcanzarle y hacerle reaccionar. Parece esperar la caricia cálida y firme o hasta el roce rudo de una mano decidida y sin límites, para cobrar vida y estremecerse a su vez. Estamos ante un ejemplo formidable de cómo un mortal puede engañar al destino y unir materia corpórea y pétrea, sí, pero carnal, muy carnal, con la esencia etérea del deseo.
Moisés de Huerta (1910) firma el trabajo. Pasó a llamarse El salto de Léucade. O cómo debiera de llamarse en realidad, Salto en Leucade, pues este es el nombre del acantilado de la isla de tal nombre desde el cual, Venus, por consejo de Apolo, llena de desasosiego y frustración por un amor no correspondido, saltara al vacío para encontrar una respuesta: Venus salió de las aguas a las que cayera recuperada y en paz. Tal tradición llevó a muchos enamorados a la isla para seguir el ejemplo con una suerte que sólo podía ser fatal, hasta que los sacerdotes de Apolo aconsejaron sustituir la caída libre por arrojar un cofrecillo con prendas del amor no correspondido. Léucade se hizo famosa definitivamente cuando la poetisa Safo de Lesbos, enamorada sin esperanza del joven Faón de Metilene, se arrojó desde el blanco acantilado de Léucade (leukós, «blanco») perdiendo la vida; fue recordada en toda Grecia y su fama llega hasta el presente. El salto de Léucade es por tanto, símbolo de un amor tan profundo como no correspondido que se abandona al dolor hasta aceptar el abrazo de la muerte (Eros y Tanatos una vez más). Fue el arquitecto del Circulo quien no dudó en hacerse con esta joya y supo también donde y cómo ubicarla. Se comprende.
Posted on 2018/01/06
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