Sobre «LA JIRAFA SAGRADA» de Salvador de Madariaga / Agustín Jaureguizar (Delirio, 22)

Posted on 2021/06/23

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A ni nuera, Isabel de Madariaga

Cuando se considera que la acción de La jirafa sagrada, novela de Salvador de Madariaga [1] transcurre en el siglo LXX, en un mundo en que han desaparecido Europa y la raza blanca, y donde son las mujeres quienes se ocupan de los negocios y la cosa pública, se hace difícil entender que la novela no se haya reclamado decididamente como una obra de ciencia ficción. Sí lo hace José Carlos Mainer [2], por ejemplo, que la cita como uno de los más grandes precedentes del género, junto con dos obras de 1909, el Sentimental Club de Pérez de Ayala y Elois y Morlocks de Mendizábal [3] con lo que no cabe sino estar totalmente de acuerdo.

Los hombres viven reducidos a sus agujas y sus dedales, y aunque no falta algún descocado que se atreve a presentarse en un sarao con los brazos desnudos, son más los ingenuos hombres seducidos por pérfidas mujeres: ¿Qué se ofrece a una mujer cuando se la quiere comprar?: Dinero y hombres.

Pero la mayoría de los integrantes del «bello sexo» está en el hogar -la mujer en la calle y el hombre en la casa-, ocupándose del cuidado de los hijos y las tareas domésticas, llevando como apellido el de su esposa precedido de una M’, para que quede claro que es de ella. El incipiente partido hominista carece de militancia y fuerza alguna.

El coruñés don Salvador de Madariaga Rojo nació en el nº 16 de la calle del Orzán el 26 de junio de 1886, hijo del militar barcelonés Darío José de Madariaga, de ascendencia andaluza, y de la cubana María Asunción Rojo, hija de emigrantes gallegos, y tuvo diez hermanos. Murió el 14 de diciembre de 1978 en el hotel «La Palma du Lac», de Locarno, Suiza. Entre medias fue un ilustre intelectual destacado en el campo de la política -siempre comprometido con la paz y el desarme-, un hombre de letras -poeta, ensayista y narrador rigurosamente trilingüe- y hasta un hombre de ciencia -cursó la carrera de Ingeniero de Minas en la Escuela Politécnica de París y la ejerció por cuatro años en España, en la Compañía de Ferrocarriles del Norte-.

En 1916 renunció a su empleo y se trasladó a Inglaterra, para ejercer el periodismo, colaborando en The Times. Regresó a España y en 1921 entró en la secretaría de la Sociedad de Naciones en Ginebra. Un año después obtuvo la cátedra de literatura española en Oxford y en el bienio 1930-1931 pronunció conferencias en Estados Unidos y fue profesor de las Universidades de Méjico y La Habana.

Con la República, y hasta 1936, fue sucesivamente embajador en Washington y París, jefe de la delegación española en la Sociedad de Naciones y ministro de Instrucción Pública en el gobierno de Lerroux, tras haber obtenido un escaño en el Congreso de los Diputados por el partido galleguista de Casares Quiroga.

En 1936 fue elegido miembro de la Academia, pero se exiló al estallar la guerra y no leyó su discurso de ingreso hasta cuarenta años después. Prosiguió sus tareas académicas y literarias en Inglaterra, desempeñó cargos en organismos internacionales y recibió múltiples distinciones, entre ellas el premio Carlomegno y el Goethe. Es poco conocido que fue uno de los diseñadores de la bandera de la Unión Europea.

«Fue el prototipo», se ha escrito de él, «del homo occidentalis, el ciudadano de Europa». Como dicen Pedraza Jimémez y Rodríguez Cáceres en su Manual de Literatura española, del que una vez más me hago eco, fue un «liberal hereje», porque sostenía que el Estado, aún respetando al máximo las actividades particulares, habría de intervenir en la vida social para asegurar su eficaz funcionamiento, controlando la economía privada para subordinarla a los intereses de la pública.

Se opuso frontalmente a los regímenes totalitarios -se enfrentó al franquismo con el mismo denuedo con que defendió a España-, pero fue también un «demócrata heterodoxo», pues, como otros pensadores de su tiempo, recelaba de la preparación de las masas para autogobernarse, por lo que propugnaba el sufragio indirecto y restringido a los ciudadanos más capaces. Había para él habitantes y ciudadanos, y rechazaba los privilegios incompatibles con la razón, pero no los basados en desigualdades naturales de talento, virtud o poder creativo. El tiempo suavizó estas ideas.

Fue un autor polifacético al que caracterizó «la pasión de escribir, de expresarse, de manifestarse», que dice Pemartín, un escritor que consideraba un deber contribuir con sus trabajos a la formación de la opinión pública. Y, como afirma Nora, pese a la cantidad y variedad de relatos que escribió, no se trata de un pleno y verdadero novelista «porque el intelectual se sobrepone siempre al narrador». Esa circunstancia se hace ya patente en el libro con que inició su trayectoria novelística, La jirafa sagrada.

La escribió originalmente en inglés [4] y apareció casi simultáneamente en Gran Bretaña y España. Su acción se desarrolla en la potencia hegemónica del planeta, el imperio negro africano de Ebania, de carácter matriarcal, donde se inicia el 30 de febrero de 6992. Utilizar un calendario distinto es un recurso nada infrecuente para sugerir desde el principio al lector que ha penetrado en un mundo diferente. Por un detalle posterior se podría inferir que algo ha cambiado, pues el año se compone de 360 días, repartidos en doce meses de 30 cada uno.

Madariaga somete a la sociedad occidental de su tiempo, particularmente a la inglesa, al cristal deformante de su mirada y, a veces por radical contraste, nos ofrece su retrato por paralelismo exagerado. En Ebania, como en los restantes países, las mujeres han ocupado el lugar de los hombres y viceversa: el autor contempla la fotografía de la sociedad en que vive y dibuja su negativo.

Resulta explícito -vuelvo sobre Mainer- que pretende demostrar que el reparto de papeles entre los sexos es arbitrario: las sabias arqueólogas ebanitas dudan con fundadas razones de que alguna vez pudieran los varones, encarnación de la fuerza bruta, sumar a este pobre privilegio la superioridad en el raciocinio y la iniciativa social. Los caballeros ebanitas desempeñan perfectamente su rol, se muestran halagados recibiendo los elogios de sus amas e intrigan contra ellas en sus salones.

Subsiste ciertamente la necesidad teórica de repartir los papeles, de que una mitad de la humanidad ha nacido para ser cortejada y mantenida, a la vez que busca su verdadero poder en la intriga, y la otra mitad ha de dedicarse a la especulación, el trabajo y la conciencia de una superioridad práctica sobre la otra sojuzgada. No acertó el autor a describir una sociedad sin dominantes ni dominados, lo que hace que su sátira se limite a zaherir una costumbre sin razón proponiendo otra semejante.

Se lee en la desiderata del preliminar del libro que “esta obra curiosa, tan sonriente y tan seria, no se limita a una mera sátira de la vida inglesa, sino que, abarcando más amplios horizontes, a medida que se va elevando a mayores alturas, contempla todo el paisaje de nuestras preocupaciones modernas, desde el problema de los sexos al de las razas, desde el de las naciones al de las lenguas, desde el de la estética al de la educación, desde el de la felicidad conyugal hasta el de la vida eterna, desde el de la religión dogmática hasta el de la existencia de Dios”.

Los procedimientos distanciadores, que dice Sanz Villanueva [5], la óptica esperpentizadora, se convierten con cierta frecuencia en pura ingenuidad y, práctica en la que recaerá en títulos posteriores, a veces la gracia se basa en una imaginería lingüística que bordea el chiste inocente. La ironía y el distanciamiento surgen de vez en cuando en la obra novelesca inmediata de Madariaga, pero no aparecen como sistema general de concepción del relato hasta mucho más tarde.

La reina Eba –ver el episodio primero-, que dio nombre a Ebania, si bien al cabo de diez años sólo reunía 3600 hijos, cuando éstos alcanzaron la edad fértil y empezaron a procrear a la manera convencional, la cifra aumentó velozmente. Madariaga proscribe las estadísticas en Ebania, pues este imperio feminista de la negritud aprecia el poder creador mas desprecia el poder contador, por lo que no voy a ofrecer el resultado del cálculo que he hecho, pero los súbditos de Eba eran ya millones al cabo de cien años.

A esta primera Eba –ver los episodios II y III- la sucedió Eba II, que resultó abrasada en un incendio del palacio real, dando así origen a la monarquía ignicional, pasando a reinar eternamente en forma de llama.

Existe más de una semejanza entre esta obra y El mundo del año 3000, de Souvestre, y ésta es notable. Para el francés, bastante anterior, el Jefe del Estado es un sillón que se tapiza de nuevo en cada legislatura y los discursos de la Corona, pasan a ser los discursos del sillón. Para Madariaga, los discursos del Trono pasan a ser los discursos de la Chimenea.

La transición en Ebania de la monarquía absoluta a la reina reinante, la reina que reina pero no gobierna, constituye un ejemplo de sabio pragmatismo de las políticas e instituciones
ebanitas y, en su reflejo, de las inglesas: la monarquía británica, llamada de los Jorges, es objeto de chistes inocentes. La fundó San Jorge, que mató al dragón cuando ya sólo quedaba una doncella en el reino que ofrecerle para llevársela a su boca, pudiendo entonces San Jorge disponer de ella a su antojo, según el derecho que asistía a los caballeros andantes que salvaban a una doncella de la muerte.

Entre los posteriores Jorges, alcanzó merecida fama Jorge Washington, a quien su hermano mayor, Jorge III, envió a América a poblar aquel país en un mítico bajel que partió de Inglaterra con trescientas pasajeras a bordo y arribó a Boston con el pasaje multiplicado por varios miles, por milagro del rey santo que lo capitaneaba, pues sólo así, especulan las sabias ebanitas, se puede explicar que años después hubiera millones de americanas descendientes de las viajeras del Mayflower: el navío mismo tomó su nombre de may, fuerza, y flower, reproducción.

Siguen bromas y chistes inocentes, como el caso del hallazgo de las tapas de un volumen titulado The Oxford Book of English Verse, que hace concluir a una eminente arqueóloga que Oxford es el autor de todas las poesías inglesas, aunque utilizando diversos seudónimos, como Chaucer, Milton y Shakespeare, o el encuentro de un frasco de la famosa Eno’s fruit salt (Sal de frutas Eno) que toma por un recipiente que contuvo aguardiente. Son equívocos parecidos a los que suceden en la conseja de Fabra El dragón de Montesa o los rectos juicios de la posteridad, con la caja de azucarillos que se toma por un cepillo de limosnas, o la moneda con la matrona y el león rampante que se cree medalla de domadora de leones. Se trata de un lugar común, por lo que, a diferencia de lo que ocurre con Souvestre, no parece motivo bastante para sospechar que Madariaga hubiese leído a Fabra.

Siempre en igual estilo, la sabia Swiftia, que dice que «sin polvo no hay cortesía», porque las fórmulas de urbanidad de Ebania obligan a despedidas con un «me revuelco antes usted en el polvo» y otras similares, afirma igualmente que entre las inglesas de las eras ancestrales tuvo que haber quien dijera «sin esclavitud no hay cortesía», por obligada consideración de despedidas como «sinceramente suya».

Sería injusto omitir la bien traída parodia sarcástica de la prensa o de los modos de formación y manipulación de la opinión pública. Vuelvo a Sanz Villanueva que señala que “hay una visión satírica en el fondo de La jirafa sagrada, pero también una valoración de los principios de la sociedad occidental establecidos a partir del prisma inglés.”

Particularmente me resulta sugestiva, y llena de intención, la manera en que las ebanitas regulan el funcionamiento de su piratería, al que dedico el tercer episodio.

Digo finalmente que las exposiciones de la Academia Ebanita del Saber, y más concretamente de la doctora Bela, llegan a conclusiones que mucho nos deben hacer desconfiar de muchas nuestras interpretaciones de nuestra sociedad.

Como excurso añadido señalaré que la ironía de Madariaga sobre los poetas ingleses –que he abreviado grandemente por razones de espacio- no llega ni de lejos a la de aquel estudiante de siglos venideros quien, en un relato más reciente de ciencia ficción, en un trabajo de escuela situó a Shakespeare como el center forward de la selección inglesa de football.

NOTAS

1.- Madariaga, Salvador de. La Jirafa sagrada o El Búho de plata, novela cuasi una fantasía, Madrid, Mundo Latino, 1925. Ha conocido muchas reediciones, en la propia Mundo Latino en 1931, en Argentina en Emecé y Sudamericana, Horizonte y Piragua, en Méjico en Hórreo y alguna más en España.

2.- Son muchas las críticas, tesis doctorales y libros enteros que ha merecido su obra, entre ellos el magno volumen en que el Ayuntamiento de La Coruña recogió cuanto figuraba en la Exposición con que se rindió homenaje a su memoria en el centenario de su nacimiento, que es rica fuente de datos, ilustraciones y fotografías. En él figura el artículo de José Carlos Mainer a que hago referencia.

3.- Ambas reseñadas en esta página.

  1. Madariaga, Salvador de. The Sacred Giraffe or the Silver Owl, novel quasi una fantasia, Londres, M. Hopkinson & Co., 1925, después Harper en Estados Unidos. Tomo el dato de Elena Cenit Molina, La obra de Salvador de Madariaga: Ensayo bibliográfico, Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, Departamento de Filología, 1991.

5.- Sanz Villanueva, Santos, en otro artículo incluido igualmente en Salvador de Madariaga, Ayuntamiento de La Coruña, 1987.

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