por Manuel Ruiz Robles Foro Milicia y Democracia
Defendiendo los valores democráticos en las fuerzas armadas
Como es habitual en estas fechas, el Rey ha dirigido su mensaje de Navidad a la ciudadanía con un tono conciliador. Ha buscado transmitir unidad y convivencia, justicia y equidad, trabajo callado y responsable. Pero detrás de las formas corteses y la moral abstracta, su discurso ha reflejado una visión de la sociedad que protege intereses de parte.
“La desigualdad social no es simplemente el resultado de las diferencias individuales, sino de estructuras sociales que perpetúan injusticias y privilegios.” Pierre Bourdieu (1930-2002)
La monarquía de raíces franquistas
Su mensaje no es neutral: legitima un orden económico y político que reproduce desigualdades hirientes y limita la participación real de la mayoría. Más que incentivar la acción colectiva, promueve aceptación y resignación frente a la jerarquía de clases existente.
El mensaje del Rey ha escenificado la búsqueda de una pretendida armonía y unidad, pero en la práctica refuerza la autonomía de un aparato de Estado de raíces franquistas, oculta desigualdades estructurales y despolitiza los conflictos sociales. Una democracia auténtica exige una democracia emancipadora, donde la ciudadanía participe, los poderes estén controlados democráticamente y los recursos y derechos se redistribuyan de manera justa.
Neutralidad que encubre intereses
El Rey se presenta como figura “por encima de la política”. Evita referencias partidistas directas y centra sus mensajes en valores abstractos, promoviendo el autoengaño (“mauvaise foi”, Sartre). Esta aparente neutralidad oculta que la monarquía parlamentaria nunca es neutral: sirve para reproducir la estabilidad del orden social y económico que beneficia a las élites.
La democracia no puede reducirse a palabras amables. Requiere lucha por derechos, redistribución de recursos y transformación de las estructuras de poder. Los discursos que ignoran la explotación laboral, la concentración de riqueza, la exclusión social y los genocidios refuerzan la pasividad de las clases subalternas, mientras mantienen intacta la hegemonía de quienes controlan el capital y las instituciones. Las catástrofes climáticas (inundaciones, incendios) no son casuales, provocan víctimas y tienen responsables.
Unidad nacional y consenso ideológico
El mensaje del Rey enfatiza la unidad, tratando los conflictos territoriales, políticos y sociales como un riesgo que debe ser superado.
Para los demócratas, la unidad impuesta desde arriba es “consenso ideológico”, no activismo democrático. La verdadera política nace del conflicto entre intereses diferentes: entre clases sociales, territorios y sectores económicos. Al presentar la unidad como valor absoluto, los mensajes del Rey legitiman un orden que prioriza la estabilidad de las élites sobre la justicia y la equidad para la mayoría.
Valores morales y relaciones de poder
El discurso del Rey apela a valores como unidad y convivencia, justicia y equidad, trabajo callado y responsable. Son positivos en abstracto, pero despolitizan la desigualdad, reduciéndola a una cuestión de moralidad individual.
Desde una perspectiva democrática, los problemas sociales y económicos -precariedad, pobreza, desigualdad educativa, desigualdad sanitaria, vivienda- no son una cuestión de ética personal, sino de estructuras de explotación. Los discursos que no cuestionan estas estructuras naturalizan la desigualdad y promueven el conformismo, en lugar de fomentar la acción colectiva para transformar la sociedad.
El conflicto como amenaza y no como motor
En el mensaje del Rey, el conflicto social o político aparece como riesgo para la convivencia, no como expresión legítima de los intereses de las mayorías.
Los demócratas entendemos que el conflicto de clases es el motor de la historia y de la transformación social. Negar su existencia o presentarlo como peligroso sirve a los intereses de la clase dominante, evitando que la ciudadanía tome conciencia de su capacidad de organizarse y luchar por sus derechos. La democracia requiere confrontación y acción colectiva.
Poder simbólico y ausencia de control
El Rey no es elegido y no puede ser destituido por la ciudadanía: está blindado abusivamente por la impunidad que le procura su inviolabilidad constitucional. Su autoridad simbólica no está sujeta a control democrático, lo que limita la rendición de cuentas.
Desde la perspectiva democrática, el poder simbólico del Rey reproduce jerarquías de clase, legitimando un poder no contestable que refuerza la hegemonía política y económica de las élites. Un discurso aparentemente conciliador no cambia el hecho de que el poder se concentra y no se democratiza, dejando a la mayoría ciudadana en una posición de subordinación pasiva frente a la tradición y la continuidad institucional.
Comparación con otros jefes de Estado europeos
La mayoría de jefes de Estado europeos, aunque también cumplen funciones simbólicas, suelen reconocer conflictos sociales y económicos, mencionan desigualdad y tensiones reales, y su autoridad depende de mecanismos democráticos.
Los mensajes del Rey despolitizan la realidad y refuerzan el statu quo, presentando una democracia formal que protege los intereses de quienes controlan los recursos y las instituciones, mientras la mayoría permanece neutralizada como espectador pasivo.
La monarquía española sirve para mantener la hegemonía social y económica de una oligarquía dominante y centralista, más que para incentivar la participación y transformación social.
Nación y hegemonía
Para los demócratas, la nación no puede concebirse como proyecto neutral: es un espacio donde se reproducen relaciones de poder y lucha de clases. Los mensajes del Rey presentan la nación como algo dado, ocultando que la verdadera construcción democrática implica redistribución de recursos, reconocimiento de derechos y confrontación de intereses contradictorios.
La ciudadanía no es un receptor pasivo de valores abstractos: es sujeto histórico capaz de organizarse para transformar la sociedad y disputar los privilegios de la élite oligárquica y centralista. Reconocer esta capacidad es esencial para desarrollar una democracia que no se limite a formalismos simbólicos, sino que tenga efectos reales sobre las condiciones materiales de vida.
Hacia una democracia emancipadora
Los militares, por dignidad democrática, debemos promover entre nuestros compañeros de armas valores republicanos, de modo que:
- El conflicto social se vea como expresión legítima de intereses diversos y motor de transformación.
- La ciudadanía participe activamente en la política, especialmente en la toma de decisiones económicas y sociales.
- La nación se construya sobre igualdad material, justicia social y redistribución, no sobre valores morales abstractos.
- El jefe del Estado esté sujeto a control y rendición de cuentas, incluyendo la limitación de poderes simbólicos y su exigible igualdad ante las leyes.
En una democracia auténtica, los discursos institucionales no solo transmiten valores, incitan además a la acción colectiva, promueven conciencia social y cuestionan las estructuras de poder que generan desigualdad. La libertad de conciencia requiere la erradicación de la violencia simbólica (“violence symbolique”); así como la capacidad real de decidir, organizarse y transformar la sociedad.
Según el sociólogo francés Pierre Bourdieu, la violencia simbólica es más eficaz que la violencia física porque actúa en un nivel inconsciente, de manera que quienes la experimentan no son plenamente conscientes de ser víctimas de ella. La reproducción de las estructuras sociales y las relaciones de poder se realiza en la «base» misma de la percepción social. Los medios de comunicación, la educación, la religión y otros agentes socializadores son los principales vehículos a través de los cuales esta violencia simbólica se lleva a cabo.
Conclusión
Los mensajes del Rey reflejan una democracia formal, centrada en la estabilidad, la unidad y determinados valores abstractos, pero limitada en participación, redistribución y confrontación de desigualdades.
Una democracia emancipadora necesita acción colectiva, lucha por derechos, redistribución y conciencia crítica. Solo la República puede garantizar que la ciudadanía no sea un espectador pasivo, sino sujeto activo que transforma las relaciones de poder, construye justicia social y garantiza bienestar y libertad material para todos.
La democracia auténtica no teme el conflicto de clases: lo reconoce como motor de transformación social y de emancipación de la mayoría frente a la hegemonía de las élites.
El Rey de España, además de ser un obstáculo para las transformaciones sociales, es cómplice necesario -junto a los gobiernos de turno: régimen del 78- de la humillante subordinación al imperialismo ( America first! ) y de sus guerras de rapiña.
«El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos», Simone de Beauvoir (1908-1986)
Sierra de Madrid, Navidad 2025
Manuel Ruiz Robles
Capitán de Navío de la Armada, exmiembro de la Unión Militar Democrática.

Capitán de Navío de la Armada, Retirado. Ingeniero de l’École Supérieure d’Électricité (Supélec). DEA Physique de l’Énergie de l’Université de Paris. Licenciado en Ciencias por la UAM. Membre bienfaiteur de l’ACER (Amigos de los Combatientes en la España Republicana). Adhérent du Musée de la Résistance Nationale de Francia. Fue miembro de la Unión Militar Democrática (UMD).
Vocal de la Junta Directiva de la Asociación Civil Milicia y República (ACMYR). Miembro del Foro Milicia y Democracia.
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Posted on 2025/12/26
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