Cuadernos de Sociología Crítica 6/25 Junio de 2025

Hazañas de la familia Aznar. Una odisea espacial de los años 50
Enrique Martínez Peñaranda
Edición original en Nueva Dimensión 61 (agosto 1974)
Editorial Valenciana está publicando desde marzo de 1974 una nueva versión, actualizada y reescrita en muchos de sus pasajes, de las novelas referentes al ciclo de la Familia Aznar, publicadas durante los años cincuenta dentro de su colección Luchadores del espacio, y originales de George H. White. Esta nueva edición, sumamente correcta, que presenta, incluso, las mismas portadas de la primitiva (excepto las tres primeras novelas, que reproducen portadas de la misma colección antigua, pero de otros títulos diferentes. Así, la de la n.º 1 actual, pertenece a Avanzadilla a la Tierra, n.º 50, de Larry Winters; la del n.º 2 a Asteroide maldito, n.º 54, de Joe Bennet; y la del n.º 3 a Detrás del Universo, n.º 124, de Karel Sterling), aunque defectuosamente reproducidas. Sin embargo, la corrección que siempre ha caracterizado a Editorial Valenciana, se ha puesto de relieve una vez más con este «revival».
Por otra parte, se ha querido actualizar esta historia espacial en varias de sus facetas, principalmente en lo que se refiere a la Astronáutica, tan prodigiosamente avanzada desde la época en que fueron escritas las novelas por vez primera. Esta actualización, llevada a cabo por el propio George H. White, en realización de su deseo expresado una vez por él, de reescribir la serie, se traduce en la incorporación al texto de términos como «órbita de satélite» y otros semejantes, que no existían hace veinte años, con la consiguiente modificación de situaciones (prueba experimental del avión espacial «Lanza», en El planeta misterioso; llegada del «Rayo» a Redención, en La conquista de un imperio, etc.). Todo ello es interesante, por cuanto supone una visión de la inolvidable odisea futurista, con la nueva óptica de los años setenta. Pero… el sabor insustituible de aquellos relatos espaciales de los cincuenta, leídos en su tiempo con mentalidad juvenil, fascinada por aquella inquietante lectura, jamás podremos recuperarlo, quedando solamente, como en los muchas veces citados versos de William Wordsworth, la delectación en el recuerdo.
Como un homenaje a las novelas de la «Saga de los Aznar», y a su autor George H. White, que tantos momentos inolvidables me hicieron pasar en los lejanos y dorados días del verano de 1955, hagamos un repaso de aquella narración seriada de hace veinte años.
El popular escritor George H. White (Pascual Enguidanos Usach), fue el creador de los relatos de mayor calidad media, dentro del limitado terreno de la SF popular en novela de bolsillo, durante los años cincuenta en España.
Las obras de George H. White, fueron publicadas en la colección Luchadores del espacio, de Editorial Valenciana, primero con este seudónimo, y más tarde —desde el verano de 1959— con el de Van S. Smith, colección que abarcó desde principios de 1954 hasta 1963. Dichas novelas populares, fueron típicas y representativas de su género, dentro de la década de los cincuenta, por los muchos elementos de divulgación científica y tecnológica de toda clase que contenían. Los párrafos completos y notas explicativas para el lector, correctas en su gran mayoría, abundan por las páginas de esta serie, otorgando a la misma una valoración positiva que se añade a la amenidad y brillantez narrativa —dentro de su contexto— que posee en varios de sus títulos. Así, por ejemplo, el primer capítulo de La conquista de un imperio (n.º 12, 1954) está por completo dedicado a exponer las teorías científicas del momento sobre las posibilidades de vida en otros mundos del espacio.
Existen en estas novelas, al lado de los factores señalados, vestigios de fantasía anticipativa anterior a los años cincuenta, los cuales emanan del propio estilo narrativo de George H. White, épico, romántico y fatalista, a un tiempo. La descripción de Imperios futuros fastuosos, princesas y emperatrices de lejanas galaxias —émulas de Ayhesa—, con Ejércitos preciosamente uniformados bajo las órdenes de Almirantes provistos de corazas diamantíferas y cascos rematados por penachos de multicolor plumaje, configura suficientes rasgos para revestir a estas historias de aquella fantasía exótica y sin limitaciones, que floreció hacia los años veinte, treinta y cuarenta, muy distinta de la SF filotecnológica posterior de los cincuenta. Pero, como hemos dicho, es esta última la que predomina y caracteriza a los relatos de George H. White en Luchadores del espacio.
Fueron cuarenta y siete las novelas que White escribió con este seudónimo para la colección mencionada. De ellas, treinta y tres pertenecen al ciclo de «La Familia Aznar», cinco a la aventura correspondiente al planeta situado detrás del Sol (Extraño visitante, Más allá del Sol, Marte el enigmático, ¡Atención… platillos volantes! y Raza diabólica, núms. 6O, 61, 64, 65 y 66, año 1956), tres a una excelente trilogía sobre Venus (Heredo un Mundo, Desterrados en Venus y La legión del espacio, números 71, 72 y 73, año 1956) y seis son narraciones independientes (Rumbo a lo desconocido, núm. 9, 1954; Muerte en la estratosfera, núm. 27, 1955; El atom S-2, núm. 56, 1956; Llegó de lejos, núm. 69, 1956; «Ellos» están aquí, núm. 81, 1957; y ¡Piedad para la tierra!, núm. 85, 1957). De todas ellas, no cabe duda que fue la serie «La Familia Aznar» la que contribuyó a enraizar la fama de George H. White entre los jóvenes aficionados de aquella época y a convertir a él y a su historia-río en un pequeño clásico de la SF popular española, que hoy, a los veinte años del comienzo de su publicación, es objeto de estudio y atención en revistas especializadas y fanzines, al tiempo que Editorial Valenciana ha lanzado una correcta reedición de la misma. Sin ningún título determinado para esta serie (se ha convenido en denominarla «Aventuras de la Familia Aznar», «La Saga de los Aznar» o «La Epopeya Cósmica de la Familia Aznar»), sus suficientes elementos de interés hacen necesario un análisis en el que la nostalgia y la afición por el género se mezclan equilibradamente.
Futurología y exobiología.
La extensa trayectoria argumental de «La Familia Aznar», gira en torno de los secretos del Universo, cuyo desvelamiento procura a Ciencia —una Ciencia racional y experimental, muy propia de los años cincuenta, lejos todavía de la pesadilla del «realismo fantástico»—, a través de los sabios que coprotagonizan estas aventuras. Estos científicos, al igual que sus compañeros del Ejército y la Armada, están representados por unos apellidos famosos, que transmiten de generación en generación las actividades investigadoras características de cada familia. Así, los hombres de ciencia de esta entrañable —para quien la leyó en su momento, siendo muy joven— historia futura de la Humanidad, aparecen vinculados a tres apellidos relevantes: los Ferrer (ingenieros), los Castillo (biólogos y naturalistas) y los Valera (astrónomos). Además de ellos, actúan otros científicos que, en una novela determinada, realizan un invento importante (por ejemplo, el profesor Marcos, creador de la Bomba Verde, en La guerra verde, núm. 36, año 1955, o el profesor Eliseo Valdivia, descubridor del proceso miniaturizador de la materia, en El azote de la humanidad, núm. 46, mismo año de 1955).
Tampoco debe olvidarse al simpático y distraído profesor Louis Frederick Stefansson, cuya intervención en los primeros títulos de la serie, al lado del Aznar creador de la dinastía, es muy digna de tenerse en cuenta. Igualmente, el profesor Erich von Eicken, experto en cohetería y de origen alemán —inspirado, sin duda, en von Braun— tiene actuación destacada en estas aventuras iniciales del ciclo (La ciudad congelada, Cerebros electrónicos, La horda amarilla, Policía sideral y La abominable bestia gris).
La saga espacial de White da comienzo con un enigma que obsesionaba al mundo hacia los primeros años cincuenta —hoy continúa haciéndolo—: los Platillos Volantes. En este sentido, la novela inicial del ciclo (Los hombres de Venus, finales de 1953 o principios de 1954) es modélica, en cuanto despierta el interés del lector desde el final del primer capítulo, dónde ya se percibe la sombría amenaza extraterrestre de manera inequívoca, que adquiere poco después un gigantesco incremento en su densidad dramática, al entremezclarse dicho asunto con una operación de cambio de cerebros —White, claro está, no utilizaba el término «trasplante» entonces—, alucinante para el lector juvenil de 1954. El cambio de cerebros es tema que reaparece con alguna frecuencia a lo largo de la serie (en Mando siniestro, número 24, 1954, y en El imperio, milenario, número 96, 1957, por ejemplo), así como la inserción de cerebros humanos en cuerpos robotizados (Lucha a muerte, número 121, 1958).
En 1954, por otra parte, los planetas Venus y Marte todavía poseían ciertas posibilidades de estar habitados por criaturas inteligentes —al menos, para la imaginación popular interesada por estos temas o amante de la SF— y ser patria de los Platillos Volantes, ya que faltaba más de una década para que el estudio minucioso de los mismos por las máquinas siderales automáticas norteamericanas y soviéticas demostrase —dejando lugar a pocas dudas— que el primero es un infierno inhabitable, y el segundo un craterizado desierto moribundo. Pero la mentalidad del hombre medio en los años cincuenta, la que era aficionada a la fantasía científica y a la SF vinculada con la protoastronáutica, contemplaba todavía con cierto ensueño los dos mundos vecinos de la Tierra, imaginando Venus como una visión del pasado de nuestro planeta, poblado de gigantescos bosques carboníferos e impenetrable vegetación, al tiempo que habitado por una fauna titánica de monstruos antediluvianos, semejantes a los terrícolas de la Era Secundaria. Esta es, precisamente, la descripción fantástica que hace George H. White del planeta Venus en la segunda y tercera novela del ciclo (El planeta misterioso y La ciudad congelada, principios de 1954), constituyendo un sugestivo escenario para las primeras proezas de Miguel Ángel Aznar, fundador de una dinastía que llegará a convertirse con el transcurso de los siglos en oligarquía militar carismática, y de sus compañeros de aventuras.
La exuberancia de la ensoñada flora venusiana, probablemente inspiró a White para introducir el tema de los «Hombres Planta» o arbustos dotados de movilidad y autonomía, al tiempo que de un sistema nervioso desarrollado, los cuales sitúa como entes que han surgido y proliferado en dicho planeta (La ciudad congelada), para más tarde introducir al lector en la espectral clave de su misterio (El enigma de los hombres planta, núm. 45, 1955) y, finalmente, presentarlo como ejército de invasión, manipulado y utilizado por los Hombres Grises para su último ataque a la Tierra (La bestia capitula, núm. 58, 1956). Asimismo, el envenenamiento de nuestro planeta por el bombardeo atómico desencadenado en una guerra interplanetaria (Guerra de autómatas, número 17, 1954), determina, siglos después, el surgimiento en una Tierra desierta de vida animal de una extraña y peligrosa vegetación radiactiva en la que abundan plantas movibles de venenosa naturaleza, imaginadas en una crepuscular narración, titulada (Robinsones cósmicos, núm. 26, 1955) y perteneciente al ciclo aunque algo marginal, cuyos dos únicos protagonistas (Eduardo Acero y Viola Houssman), sólos en un mundo fantasmagórico y desolado, hacen recordar la herniosa novela del irlandés M. P. Shiel, La nube purpurea (Colección «Nebulae», núm. 87).
Como un pre-futurólogo a nivel popular, George H. White proyecta la acción de su serie, que se inicia en los últimos años cuarenta, hacia siglos y milenios en el futuro, merced a la argucia narrativa de la Teoría de la Relatividad einsteniana, muy utilizada por la SF de los años cincuenta. En efecto, Miguel Ángel Aznar y su grupo aventurero son capturados por la atracción de un planeta vagabundo (Ragol) que cruza el Sistema Solar cada varios años, pero que por viajar a mayor velocidad que la luz (aquí White traspasa la barrera de Einstein), determina que cuando los mismos regresan a la Tierra (La horda amarilla, núm. 6, 1954) la Humanidad se halle en el siglo XXVII, después de haber sufrido varias guerras mundiales e, incluso, interplanetarias, y a punto de arder en otra Guerra Atómica, que se desencadena poco después, entre un Imperio Asiático (que engloba a las etnias amarillas e insulindias) y la Civilización Blanca (formada por los Estados Unidos de América, los Estados Unidos de Europa y la Federación Ibérica). En dicha guerra tiene participación decisiva un torpedo gigante subterráneo, perforador del suelo hasta su objetivo, que ya había sido presentado anteriormente en alguna novela o historieta de SF (quizá, la más famosa, «Grapp, el pirata subterráneo», maravillosa creación de Emilio Freixas y Tony Lay en el Almanaque Chicos para 1950).
Tras unas aventuras en Eros, asteroide excéntrico núm. 433 de la serie, (Policía sideral, núm. 7, 1954), White introduce al lector en una guerra de mundos, en la que los Hombres Grises, alojados en Marte tiempo atrás, destruyen la colonizada Luna y atacan y conquistan la Tierra —su obsesivo objetivo—, esclavizando a la Humanidad (La abominable bestia gris, número 11, 1954). Unos miles de españoles escapan al desastre en la gigantesca nave interestelar «Rayo», en busca de algún mundo apto para la vida dónde multiplicarse y crear una poderosa fuerza de reconquista para regresar y liberar los planetas del Sistema Solar cautivo.
Es en este punto cuando la serie de George H. White se evade de cualquier limitación temática, adentrándose profundamente en el espacio y en el tiempo (a partir de La conquista de un imperio), alcanzando los puntos más elevados de calidad (en mi opinión, La conquista de un imperio, El reino de las tinieblas, Dos mundos frente a frente, Salida hacia la Tierra y Guerra de autómatas, números 12, 13, 14, 15 y 17, año 1954, constituyen las mejores creaciones de White dentro de la serie, tal vez igualándolas la estupenda novela que es División equis, núm. 25, 1954), exponiendo en toda esta parte del ciclo las concepciones de aquella época sobre la vida en otros mundos del espacio (exobiología), y utilizando las posibilidades que la ciencia creía ver ya por entonces en el silicio para formar la base química de la vida, al igual que el carbono en la Tierra (teoría analizada minuciosamente, por ejemplo, en el libro La vida eh otros mundos, interesantísima obra de H. Spencer Jones, que Espasa Calpe, S. A. publicó en su colección «Nueva Ciencia, Nueva Técnica», hacia los primeros años cincuenta), nuestro autor creaba para el fascinado lector adolescente de los optimistas y serenos años cincuenta, una dantesca Humanidad de Silicio en el interior de un planeta hueco (Redención), dónde un Sol Ultravioleta —invisible para los ojos humanos— había alumbrado un mundo cóncavo alucinante de criaturas maléficas de cristal.
Las razas cósmicas que George H. White creara para su épico-popular saga fueron tan variadas y sugerentes como las que el escocés Sidney Jordan empezara a diseñar para sus tiras gráficas de Jeff Hawkee, por cierto en aquel mismo año 1954. Los Hombres Grises (originarios de un lejano sistema, y enemigos mortales de la Humanidad), los Hombres Azules o «Saissai» (instalados en Venus y en Ragol, pero descendientes de los selenitas, fugitivos de la Luna al ser bombardeada, muchos siglos antes en el pasado por los Hombres Negros de Marte, y convertida en astro muerto), los Hombres de Silicio o de Cristal (diseñados por el portadista José Luis para las novelas como insectos vítreos de aspecto inquietante), los indígenas de Redención y Solima (iguales físicamente a los terrícolas, con sus bravos guerreros y hermosas nativas), los Nahumitas blancos (idénticos también, en su aspecto físico, a los terrestres, pero enemigos eternos de los mismos), los otros pueblos de Nahum (los Ibajay, los Oceánides, etc., mosaico de exóticas etnias), las Amazonas de Exilo (descendientes de prisioneros de la Tierra, llevados allí por la Bestia Gris) y, por fin, los Hombres de Titanio (pulpos diminutos que, instalados en el cuerpo metálico de robots androides, expulsan para siempre a los humanos de sus planetas nativos, después de transmutar el Sol en una estrella de helio puro), son los pueblos extraterrestres que se relacionan y casi siempre batallan incansablemente con los hijos de la Tierra a lo largo de estas aventuras, fundamentalmente bélicas.
¿Fue por completo original de George H. White la idea de un sistema planetario de mundos huecos, dotados de soles interiores que alumbran sus cóncavas entrañas? ¿Y el modelo de criaturas de cristal, nacidas bajo la caricia de la luz ultravioleta? Si fue así, la obra de este escritor, dentro del marco de la cultura popular y de la SF española de los años cincuenta, no es en absoluto desdeñable.
Cibernética e hibernación.
La Cibernética toma un extraordinario impulso en la Norteamérica de los años cincuenta, como consecuencia del descubrimiento del «transistor» y del nacimiento, a raíz de ello, de la segunda generación de ordenadores electrónicos. Ello determina para la SF —tan vinculada a estos temas desde décadas atrás— un nuevo acercamiento y replanteamiento más adulto del tema de los «robots». Desde que el checo Karel Capek acuñara el término en su fantasía R.U.R (1921), la SF primitiva jugó en numerosas ocasiones con el asunto del autómata con forma humana, pero ya en los años cincuenta la Cibernética había desechado definitivamente la utilidad práctica de tal ingenio, con lo cual los escritores de ficción científica anticipativa hubieron de abordar, a partir de aquel momento, esta temática con nuevas perspectivas. Por otra parte, el perfeccionamiento extraordinario de las inteligencias artificiales no tardó en proyectar la atención de los autores del género hacia una alucinante perspectiva: ¿llegaría un día en que la complejidad del cerebro mecánico pudiera llevar a este a la rebelión contra su creador humano? Así nació Yo, robot, de Isaac Asimov, una de las obras de SF más importantes de los años cincuenta.
Este mismo tema, es desarrollado por George H. White en Cerebros electrónicos (núm. 4, 1954), en la que el primer Miguel Ángel Aznar y sus compañeros de odisea espacial arriban forzadamente al planeta vagabundo Ragol, que atraviesa el Sistema Solar siguiendo una enorme y caprichosa órbita, encontrando en él una escalofriante Civilización Mecánica de Autómatas que, siglos atrás, se habían rebelado contra sus constructores, quedando como señores absolutos del planeta. Los sabios Louis Frederick Stefansson y Erich von Eicken, en esta novela, meditan abrumados sobre el grado de autoconciencia necesario para que en una «máquina pensante» pueda brotar el germen de la rebeldía.
El «robot» o máquina automática regida por control remoto se halla casi siempre presente en la serie de la «Familia Aznar», ya que los ejércitos fantásticos de las conflagraciones futuras están constituidos, en estas novelas, por soldados mecánicos que son desembarcados desde grandes transportes espaciales sobre los planetas a conquistar, ya sean de aspecto androide o antropomorfos (como los del Ejército Expedicionario Nahumita), o bien espeluznantes arácnidos de metal (como los de las Fuerzas Armadas Redentoras), los cuales chocan destructoramente en Guerra de autómatas (núm. 17, 1954), sobria novela que presenta este aspecto supermecanizado de una guerra futura.

Otro argumento temático en el que George H. White se anticipó con acierto fue el de la hibernación. En La ciudad congelada, los aventureros terrestres encuentran en el planeta Venus unas instalaciones frigoríficas, en las que los miembros rectores del pueblo «Saissai» u Hombres Azules reposan hibernados, despertando de tiempo en tiempo para inspeccionar el desarrollo del resto de la raza selenita «Saissai» refugiada en Venus tras la hecatombe de la Luna. Así, la hibernación —aun sin otorgarle este nombre— o suspensión temporal por el frío industrial de los procesos vitales, aparecía en el texto de White en el año 1954, informando divulgativamente al lector sobre tal aspecto científico, entonces sumido en la más pura fantasía casi por completo, pues los experimentos iniciados por el médico francés, de origen indochino, Henri Laborit, en 1951 —pionero de la hibernación artificial— apenas trascendieron fuera del terreno estrictamente científico, muy lejos del impacto popular causado en las masas ante las primeras noticias difundidas por la prensa internacional en el verano de 1966, relativas a la conservación, en estado de hibernación, de ciertas personas fallecidas en Norteamérica —principalmente de cáncer—, en espera del momento en que la Medicina pueda conseguir su curación y devolverles la vida. Se habló, a partir de entonces, de varios casos de seres humanos hibernados en Estados Unidos, incluso por voluntad propia, deseosos de contemplar las maravillas del futuro, describiéndose la existencia de grandes cámaras subterráneas e instalaciones de este tipo bajo diversos Institutos Tecnológicos y laboratorios. La fantasía popular juega su baza, una vez más, en todo esto, pero parece ser que, aunque hoy por hoy la ciencia es incapaz de reanimar a un cuerpo congelado en el momento de su muerte clínica con garantía de feliz resultado —Arthur C. Clarke sitúa esta posibilidad hacia el año 2000—, existen en verdad estos frigorizados durmientes, esperando su resurrección del frío.
La ciencia puesta al servicio de la guerra.
La historia espacial en torno a la Familia Aznar, oligárquica y revestida de un carisma insustituible, es ante todo un «crescendo» guerrero desde casi sus primeras páginas. El momento en que fueron escritas estas novelas, y el hecho de que «Luchadores del espacio» —su título ya la define— fuese una colección paralela a «Comandos» —de la misma editorial y los mismos autores— convirtió a las mismas en una especie de «hazañas bélicas del futuro».
La paratecnológica SF de los años cincuenta y sus características satélites de la ciencia, sirvieron a George H. White magníficamente para sus descripciones encadenadas de conflictos armados. El punto de partida puede situarse en el momento en que el primer Miguel Ángel Aznar y sus amigos regresan a la Tierra del siglo XXVII, procedentes de Ragol, portadores de toda la tecnología avanzadísima de los antiguos «Saissai». El mismo autoplaneta «Rayo» —verdadera arca estelar de guerra— ya es un mundo automóvil, capaz de transportar un fabuloso ejército a cualquier lugar del Universo (La horda amarilla). El «Rayo» está hecho de «dedona» (fantástico metal inventado por White, mil veces más duro que el diamante y mil veces más pesado que el hierro, pero antigravitatorio al ser inducido eléctricamente), al igual que su dotación de destructores intersiderales y «zapatillas volantes», lo cual les convierte en invulnerables ante los «Rayos Z» —variante de los rayos cósmicos—, desintegradores de cualquier material conocido, excepto el vidrio y la «dedona». La «dedona» es decisiva en la guerra entre la Tierra y Marte (La abominable bestia gris), que finaliza con la victoria total de los Hombres Grises, dotados de mejores fuerzas siderales de combate, y con el exilio de unos miles de españoles en el «Rayo» de Miguel Ángel Aznar hacia las profundidades del espacio.
El «Rayo» arriba al planeta que será llamado Redención, tras medio siglo de destierro por las estrellas, con casi toda su tecnología agotada por la falta de combustible nuclear (uranio), y los colonizadores terrestres comienzan una verdadera conquista de aquel mundo con gran escasez de medios, hasta que las centrales eléctricas construidas en los saltos de agua y el hallazgo de uranio solucionan su trágica lucha contra la terrible naturaleza dual (carbono y silicio) de Redención (La conquista de un imperio y El reino de las tinieblas). Luego, una dramática batalla de supervivencia con los Hombres verticales de Silicio, ya poseedores de las armas atómicas —que desconocían al principio—, termina con una parcial victoria de la joven colonia terrícola, y con el hallazgo de «Valera», planeta del mismo sistema de Redención, descubierto por el profesor Valera, todo él de «dedona», y cuya estructura hueca inspira a Fidel Aznar —segundo Aznar ilustre— la idea fantástica de transformarlo en un nuevo y sin igual autoplaneta inexpugnable (Dos mundos frente a frente).
Las fuerzas vengadoras de la Humanidad retornan al Reino del Sol a bordo de «Valera» y con una Armada Sideral y un Ejército Autómata superior a todo lo conocido hasta entonces (Salida hacia la Tierra). La Tierra es liberada en una campaña relámpago y por sorpresa, pero el resto de la Humanidad, cautiva en Venus y Marte, es un obstáculo de importancia para vencer también a la Bestia en estos últimos reductos, por el temor de que los Hombres Grises, ante la evidencia de su derrota, volaticen las atmósferas de estos mundos en un numantino gesto de inmolación, pereciendo ellos y los terrícolas allí existentes. El dilema se centuplica en complejidad, al irrumpir inopinadamente en el Reino del Sol la Armada Expedicionaria de Nahum que, en persecución de la Bestia desde sus lejanos mundos, llega con el propósito irreversible de destruir todos los planetas habitados por Hombres Grises (Venimos a destruir el mundo, número 16, 1954). La guerra entre la Tierra libre, los redentores de «Valera» y los nahumitas estalla de inmediato, produciéndose un desembarco en la Tierra del Ejército Autómata de invasión nahumita, frente al cual son lanzadas las Arañas Acorazadas del Ejército Autómata redentor, crepitando él mundo ante el colosal choque robótico manipulado a distancia (Guerra de autómatas), en otra de las mejores novelas de la serie. Vencida la invasión, la batalla final se libra en él espacio, entre la Armada Expedicionaria de Nahum y la Armada Redentora, que protege desesperadamente la Tierra, Venus y Marte —la Bestia ya no cuenta como fuerza combativa— de la destrucción total de la vida en su superficie que pretende el enemigo. Aquí George H. White idea un arma mortífera: la «Bomba W», que haciendo explosión en las altas capas de la atmósfera origina la desintegración de la misma, así como de los mares y océanos del planeta en cuestión, convirtiéndole en astro muerto. Por medio de una angustiosa batalla sideral de aniquilamiento, las fuerzas redentoras logran evitar el bombardeo «W» de la Tierra, Venus y Marte, pero no así que sean acribillados por torpedos atómicos de hidrógeno, lo cual determina su envenenamiento radiactivo y, después del total exterminio de los nahumitas, el retomo de «Valera» a Redención, tras su victoria pírrica, atestado de supervivientes. El Reino del Sol queda atrás, desierto de habitantes humanos, y con la Tierra, Venus y Marte empozoñados de radiactividad.
«Valera» regresa a Redención superpoblado, pero con la esperanza de verter su carga humana en las inmensidades del joven Imperio, que imaginan superadelantado y floreciente, dados los siglos transcurridos durante su ausencia. La realidad, sin embargo, es opuesta y trágica. Durante el viaje de «Valera», que marchó repleto de navíos de combate y material bélico dejando el Imperio desguarnecido, los Hombres de Silicio volvieron a brotar del interior del planeta, repuestos de su derrota, borrando de la faz de Redención la naciente civilización fundada por los exiliados terrestres fusionados con las vigorosas razas indígenas. «Valera» encuentra pues un mundo en condiciones infinitamente peores que las halladas por el «Rayo» siglos atrás, ya que ahora la Humanidad de Cristal se ha fortalecido poderosamente y es dueña, no solo de armas atómicas sino de unas potentes Fuerzas Siderales. (Redención no contesta, número 23, 1954).
La fortuna, sin embargo, sonríe a los valeranos en su desesperada situación, y un grupo expedicionario de científicos descubre en el interior hueco de Solima —el otro planeta del sistema, totalmente cubierto por las aguas en su exterior— un mundo paradisíaco de carbono, vivificado por un Sol metálico apto para el hombre (Mando siniestro, núm. 24, 1954). Solucionado el problema de la superpoblación y de la falta de alimentos, tras el refugio de los excedentes humanos en Raab —el mundo interno de Solima—, se desencadena el momento decisivo de la batalla final contra la Humanidad de Silicio. El combate cósmico más feroz y mejor narrado por George H. White de todas sus novelas, se entabla entre ambas Humanidades opuestas y enemigas a muerte, disputándose la posesión única de los dos mundos de Redención. En uno de los tres o cuatro mejores títulos de la serie, White sumía al lector en el alucinante infierno de una Guerra Sideral total en la que los torpedos atómicos se disparaban por millones («Batalla de aniquilamiento», capítulo V de División equis). Mientras tanto, un especializado cuerpo de invasión establece una reducida cabeza de puente en Redención, con el objetivo de horadar un túnel que perfora la corteza del planeta hasta el Mundo de Cristal, para someter a su Sol Ultravioleta al minuciosamente estudiado bombardeo de mil proyectiles-cohete portadores de una precisa mezcla de gases, inventada por el joven sabio Octavio Ferrer, que producirán la transmutación de dicha fuente de energía en un Sol adecuado para la Humanidad. En medio del ataque furioso de los Hombres de Silicio, la perforación y el bombardeo se llevan a cabo, estallando la estrella ultravioleta y metamorfoseándose en el Sol metálico deseado por los hijos de la Tierra. Es el final definitivo de la Humanidad de Silicio y del Mundo de Cristal («El Hombre gana un Mundo», capítulo IX y último de División equis). También puede considerarse el fin de la primera parte de estas aventuras.
Con el Imperio de Redención y Solima sólidamente reconstruido, y la Tierra, Venus y Marte, limpias ya de radiactividad después de varios siglos, convertidos en la Federación de Planetas Terrícolas, «Valera» zarpa hacia el misterioso Imperio de Nahum, en busca de horizontes nuevos. El recuerdo de la aniquilada Fuerza Expedicionaria Nahumita y la curiosidad de conocer los mundos que gravitan en torno a Nahum —sol de este sistema— decide a los Gobiernos del Imperio Redentor y la Federación a expedir al poderoso autoplaneta «Valera», que transporta en su interior a las Fuerzas Expedicionarias Terrícolas y está ya comandado por los Aznares, que ocupan la casi totalidad de los puestos claves de la Armada, en la que reside la flor y nata de dichas Fuerzas, mientras que el Ejército, de menor importancia, se halla más dominado por los Balmer, segunda familia famosa del autoplaneta, cuyos primeros fundadores fueron amigos íntimos de los Aznar, pero cuya rivalidad había ido creciendo en el transcurso de las generaciones posteriores. En el momento en que «Valera» avista los mundos de Nahum (año 10.000 convencional de la Era de Cristo), cinco generaciones de Aznares ocupan el Superalmirantazgo y Almirantazgos anexos del autoplaneta simultáneamente, dadas las condiciones elevadas de longevidad existentes en tal época. El benjamín de esta casta, Miguel Ángel Aznar y Aznar, descendiente directo de aquel primer Miguel Aznar fundador de la dinastía, será protagonista absoluto de la historia de White, a partir de este momento.
Un «Rayo Azul» brota del planeta más externo de Nahum posándose sobre «Valera», ocasionando la mayor catástrofe de su historia pasada y futura. El Rayo Azul posee la propiedad de arrebatar en su totalidad la energía eléctrica del coloso de «dedona», dejándole paralizado por completo a él y a su poderosísima fuerza militar (Invasión Nahumita, n.º 33, 1955). Sin alternativa, e ignorando el terrible destino que espera a los valeranos, el anciano Almirante Mayor Don Jaime Aznar rinde «Valera» a la flota nahumita que acude arrogante y consciente de la impotencia del mismo. Es el fin del grupo Aznar dirigente, la masacre de miles de prisioneros valeranos en grandes hornos de fundición —ancianos, mujeres, niños y enfermos no útiles para el trabajo de esclavos—, la consiguiente ocupación de «Valera» por los nahumitas y el desprestigio más absoluto de la familia Aznar. Tan solo el joven Miguel Ángel consigue escapar con su amigo José Luis Balmer, su hermana Estrella, su novia Ángela Balmer y un grupo de valeranos a bordo de una flota, rescatada providencialmente. Da comienzo así la extraordinaria existencia de Miguel Ángel Aznar y Aznar.
Un paréntesis para la fantasía exótica se abre con las aventuras vividas, a continuación, por Miguel Ángel Aznar y sus amigos en un planeta del Sistema de Nahum, totalmente cubierto por las aguas y poblado por razas acuáticas (los Ibajay) y submarinas (los Oceánides), cuyas bellas reinas y princesas (Hida y Ondina) asedian amorosamente al joven héroe. ¿Pervivencias en la cultura popular del mito de la Atántida o de la saga de Flash Gordon? (Mares tenebrosos y Contra el Imperio de Nahum, números 34 y 35, verano de 1955).
Pero la SF tecnológica y maquinizada, propia de los cincuenta, retoma pronto por encima de la pura fantasía. Así, una vez reconquistado «Valera», la guerra contra el Imperio de Nahum es decidida por la invención de la «Bomba Verde», anticatalizadora de los procesos clorofílicos y fotosintéticos de las plantas, la cual destruye hasta la última brizna de vegetación en Noreh, planeta sede del Emperador Tass (La Guerra Verde, núm. 36, 1955).
Pero el progreso científico, en íntima conexión con el perfeccionamiento de las técnicas guerreras, no se detiene nunca en la narración anticipativa de George H. White, y cierto sabio llamado Eliseo Valdivia descubre el proceso mediante el cual es factible eliminar los espacios vacíos existentes entre los corpúsculos elementales de la materia, comprimiendo los electrones, protones, neutrones y demás subpartículas del átomo (El azote de la Humanidad, núm. 46, fines de 1955). De esta forma, los torpedos nucleares, reducidos al tamaño de balas, serán disparados por millares en segundos desde los navíos cósmicos de combate, las unidades del Ejército Autómata (Tarántulas Mecánicas, etc.), desembarcados sobre los planetas en cantidades fabulosas, a partir de este momento, en todas las guerras que sobrevendrán. Así, el Segundo Imperio de Nahum, resucitado por la Emperatriz Ámbar, hija del Gran Tass y ex-esposa de Miguel Ángel, sucumbe estrepitosamente entre las Fuerzas Miniaturizadas de este y sus aliados, representando igualmente factor decisivo en todas las guerras que sobrevendrán hasta el final de la historia: contra el Imperio de los Balmer (El coloso en rebeldía, núm. 57, 1956), contra la Bestia Gris (La bestia capitula, núm. 58, 1956), contra los Hombres de Titanio o Sadritas (¡Luz sólida!, Hombres de titanio, ¡Ha muerto el Sol! y Regreso a la Patria, números 93, 94, 95 y 120, años 1957 y 1958), contra el Tercer Imperio Nahumita (El Imperio milenario, n.º 97, 1957), de nuevo contra los Hombres de Titanio, en la guerra que definitivamente los borrará como potencia universal, instalada en el antiguo Reino del Sol (Regreso a la Patria, núm. 120, 1958) y, por último, contra la alucinante sociedad de Redención, al regreso de «Valera» al viejo Imperio, tras ocho mil años de ausencia, en la que los cerebros humanos han sido instalados en eternos cuerpos robóticos (Lucha a muerte, núm. 121 de «Luchadores del Espacio», y novela final del ciclo, 1958). Es interesante hacer notar la diferencia entre la técnica descrita por White, referente a la miniaturización de la materia —eliminar la distancia entre las partículas intraatómicas agrupándolas compactamente— y la expuesta en el film «Viaje alucinante» (Fantastic Voyage, 1966), de Richard Fleischer, después novelizado por Isaac Asimov (versión castellana de Plaza & Janés), según la cual el método reductivo consiste en empequeñecer los mismos electrones, protones, neutrones y el resto de las micropartículas.
Pero una última y terrible arma aparece en las batallas siderales de la épico-popular serie: el «Rayo de Luz Sólida», premonitoria extrapolación que la ciencia haría realidad muy poco después, hacia 1962, con la creación del «Laser» (Luz Amplificada por la Estimulación en la Emisión de Radiación), rayo luminoso de enorme densidad fotónica, que perfora como el papel las gruesas corazas de «dedona» de los buques espaciales. El «Rayo de Luz Sólida», creado por los Sadritas u Hombres de Titanio, es pronto copiado por los terrestres y adaptado a sus sistemas bélicos, lo cual, sin embargo, no puede evitar la transmutación del Sol que alumbró a la Humanidad y la desaparición total de la vida basada en el carbono sobre la biosfera de sus planetas. Los terrestres, marcianos y venusinos han de buscar, una vez más, su salvación en el éxodo hacia Redención y los deshabitados mundos Thorbod, pero, antes, los tres millones de buques de combate de la Federación de Planetas Terrícolas presentan batalla abierta al enemigo aposentado en Urano, entablándose una apocalíptica conflagración sideral en los alrededores de este planeta, relatada por George H. White con matices casi tan sombríos como los utilizados para la descripción de la batalla de División equis. En esta nueva y decisiva batalla brilla providencialmente la estrella de otro joven Miguel Ángel Aznar, hijo del anterior, cuya decisión de arrebatar los mandos al inutilizado Almirante Fletcher, en el punto más comprometido del combate, conduce a la Armada Federal a la amarga victoria, antes de abandonar el Reino del Sol. (¡Ha muerto el Sol!).
«Valera», otra vez comandado por un Aznar (Fidel) y ya con el mito carismático y místico de la Familia Aznar, convertida en oligarquía hereditaria del autoplaneta, enraizado en lo más profundo de los valeranos, regresa de Nahum a los planetas que fueran cuna de la Humanidad convertido en Dios de la Venganza. Los Sadritas, después de siglos de tranquilo dominio, han transformado Urano y se esparcen por todos los astros del sistema, sin poder imaginar que los humanos volvieran a unos mundos ya inhabitables para ellos. «Valera» y una Fuerza Expedicionaria de Redención, que se le une a la llegada, lanzan sus quince mil millones de modernísimos y ligeros aparatos de sus Armadas («omegas» y «deltas», nuevos modelos surgidos de las técnicas incorporadas por la aplicación de la revolucionaria «Luz Sólida», que se almacenan miniaturizados), destruyendo en una guerra relámpago todo el poderío sadrita sobre aquellos mundos que fueran de la Humanidad (Regreso a la Patria).
Como epílogo, «Valera» regresa a Redención después de ocho mil años de ausencia (por sus viajes a la Tierra, a Nahum y al Sistema Thorbod), encontrando una extraña e inquietante comunidad de «cyborgs» que creen haber alcanzado la inmortalidad por haber conexionado su cerebro humano en la cabeza de un perfecto «robot» automóvil. La guerra estalla casi de inmediato entre «Valera» y Redención-Solima, terminando con la proclamación de la independencia valerana y su ruptura de todo lazo de conexión con el antiguo Imperio, mientras, convertido en República soberana, «Valera» se aleja para siempre del sistema planetario del que fue arrancado una vez por el ingenio de los hijos de la Tierra, perdiéndose en el espacio… (Lucha a muerte).
Una odisea espacial shakesperiana.
Las hazañas de los Aznares se desarrollan, en las novelas de George H. White, con unos rasgos dramáticos de auténtica tragedia griega o shakespeariana, en cuanto a la intervención fatal del destino sobre la vida de los héroes protagonistas, muy especialmente en lo que se refiere a los Aznar que protagonizan la historia.
Efectivamente, Miguel Ángel Aznar de Soto, fundador de la estirpe muere masticado por un enorme monstruo de cristal en el planeta Redención, poco después de su llegada a este mundo (La conquista de un Imperio), mientras que el otro descendiente lejano suyo, Miguel Ángel Aznar y Aznar, perece de forma más trágica todavía al ser trasplantado su cerebro al cuerpo de un chimpancé, operación efectuada por orden de su propia hija, convertida en Emperatriz del Tercer Imperio de Nahum (El Imperio Milenario). Las vidas de ambos transcurren llenas de acontecimientos dolorosos para los mismos, expresados en destituciones del mando al ser declarados cabezas de turco de las derrotas sufridas (La abominable bestia gris, Motín en Valera, La bestia capitula), mientras las victorias debidas a ellos rara vez son agradecidas (La horda amarilla, La guerra verde, El coloso en rebeldía). Sus vidas amorosas, por otro lado, representadas por varias mujeres a lo largo de su existencia, están torturadas por golpes dolorosos, como la muerte (Policía sideral, La bestia capitula), la tortura y la muerte (Mares tenebrosos) o el abandono (Motín en Valera). El destino implacable de las tragedias de Esquilo o determinante de las de Sófocles o configurador de las shakespearianas no fue más cruel con sus criaturas.
Y, en lo referente a la Humanidad, a la martirizada Humanidad futura de George H. White, sus avatares y catástrofes en cadena no pueden ser más escalofriantes. Los humanos han de emprender el exilio en masa de la Tierra por tres veces a lo largo de la narración whiteana (La abominable bestia gris, Guerra de autómatas y ¡Ha muerto el Sol!), el último de los cuales es irreversible, perdiéndose para siempre los mundos de origen. George H. White únicamente parece encariñado con el autoplaneta «Valera», lo cual se percibe en algunos pasajes de sus novelas (Capítulo VI de El coloso en rebeldía; capítulo II de El Imperio milenario), pequeño mundo automóvil que parte hacia horizontes desconocidos del Universo ilimitado, como único superviviente de la trágica odisea espacial, que desde principios de 1954 a fines de 1958 cautivó a toda una generación de lectores juveniles aficionados a las novelas y tebeos «del futuro» (así los llamábamos), fecundando de manera poderosa nuestra pasión venidera por la narrativa fantástico-científica.
ENRIQUE MARTÍNEZ PEÑARANDA
Agosto 1974
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Posted on 2025/09/29
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