Dwight D. Eisenhower. Discurso de despedida y mención al complejo militar-industrial en 1961 (EE.UU)

Posted on 2025/02/10

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Discurso sobre el complejo militar-industrial, Dwight D. Eisenhower, 1961

Queridos compatriotas:

Dentro de tres días, tras medio siglo al servicio de nuestro país, dejaré las responsabilidades del cargo cuando, en una ceremonia tradicional y solemne, la autoridad de la Presidencia sea conferida a mi sucesor.

Esta noche vengo a ustedes con un mensaje de despedida y para compartir algunas reflexiones finales con ustedes, mis compatriotas.

Como cualquier otro ciudadano, le deseo al nuevo presidente, y a todos los que trabajarán con él, buena suerte. Ruego para que los próximos años sean bendecidos con paz y prosperidad para todos.

Nuestro pueblo espera que su Presidente y el Congreso lleguen a un acuerdo esencial sobre cuestiones de gran importancia, cuya sabia resolución configurará mejor el futuro de la Nación.

Mis propias relaciones con el Congreso, que comenzaron de forma remota y tenue cuando, hace mucho tiempo, un miembro del Senado me nombró para West Point, han pasado a ser íntimas durante la guerra y el período inmediatamente posterior a la guerra y, finalmente, mutuamente interdependientes durante estos últimos ocho años.

En esta última relación, el Congreso y la Administración han cooperado bien en la mayoría de las cuestiones vitales, para servir al bien nacional en lugar de al mero partidismo, y así han asegurado que los asuntos de la Nación sigan adelante. Así pues, mi relación oficial con el Congreso termina con un sentimiento, por mi parte, de gratitud por haber podido hacer tanto juntos.

II.

Ahora hemos superado la mitad de un siglo que ha sido testigo de cuatro grandes guerras entre grandes naciones. Tres de ellas involucraron a nuestro propio país. A pesar de estos holocaustos, Estados Unidos es hoy la nación más fuerte, más influyente y más productiva del mundo. Comprensiblemente orgullosos de esta preeminencia, nos damos cuenta de que el liderazgo y el prestigio de Estados Unidos dependen, no solo de nuestro inigualable progreso material, riqueza y fuerza militar, sino de cómo usamos nuestro poder en interés de la paz mundial y el mejoramiento humano.

III.

A lo largo de la aventura de Estados Unidos en el gobierno libre, nuestros propósitos básicos han sido mantener la paz; fomentar el progreso en los logros humanos y mejorar la libertad, la dignidad y la integridad entre las personas y entre las naciones. Luchar por menos sería indigno de un pueblo libre y religioso. Cualquier fracaso atribuible a la arrogancia, o a nuestra falta de comprensión o disposición al sacrificio, nos infligiría un doloroso daño tanto en casa como en el extranjero.

El progreso hacia estos nobles objetivos se ve constantemente amenazado por el conflicto que ahora envuelve al mundo. Requiere toda nuestra atención, absorbe nuestro ser. Nos enfrentamos a una ideología hostil: de alcance global, de carácter ateo, de propósito despiadado y de método insidioso. Desafortunadamente, el peligro promete ser de duración indefinida. Para enfrentarlo con éxito, se requieren no tanto los sacrificios emocionales y transitorios de la crisis, sino más bien aquellos que nos permitan llevar adelante de manera constante, segura y sin quejas las cargas de una lucha prolongada y compleja, con la libertad como apuesta. Solo así permaneceremos, a pesar de todas las provocaciones, en nuestro rumbo trazado hacia la paz permanente y el mejoramiento humano.

Seguirán habiendo crisis. Al enfrentarnos a ellas, ya sean extranjeras o nacionales, grandes o pequeñas, existe la tentación recurrente de pensar que alguna acción espectacular y costosa podría convertirse en la solución milagrosa a todas las dificultades actuales. Un enorme aumento de nuevos elementos de nuestra defensa; el desarrollo de programas poco realistas para curar todos los males de la agricultura; una expansión espectacular de la investigación básica y aplicada: estas y muchas otras posibilidades, cada una de ellas posiblemente prometedora en sí misma, pueden sugerirse como el único camino hacia el que deseamos viajar.

Pero cada propuesta debe sopesarse a la luz de una consideración más amplia: la necesidad de mantener el equilibrio en y entre los programas nacionales: equilibrio entre la economía privada y la pública, equilibrio entre el coste y la ventaja esperada, equilibrio entre lo claramente necesario y lo cómodamente deseable, equilibrio entre nuestras necesidades esenciales como nación y los deberes que la nación impone al individuo, equilibrio entre las acciones del momento y el bienestar nacional del futuro. El buen juicio busca el equilibrio y el progreso; la falta de él acaba encontrando desequilibrio y frustración.

El historial de muchas décadas es prueba de que nuestro pueblo y su gobierno han comprendido, en general, estas verdades y han respondido bien a ellas, frente a la tensión y la amenaza. Pero las amenazas, nuevas en su tipo o grado, surgen constantemente. Menciono solo dos.

IV.

Un elemento vital para mantener la paz es nuestro establecimiento militar. Nuestras armas deben ser poderosas, listas para la acción instantánea, de modo que ningún agresor potencial pueda verse tentado a arriesgar su propia destrucción.

Nuestra organización militar actual tiene poca relación con la que conocieron cualquiera de mis predecesores en tiempos de paz, o incluso los combatientes de la Segunda Guerra Mundial o Corea.

Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, Estados Unidos no tenía industria armamentística. Los fabricantes estadounidenses de rejas de arado podían, con el tiempo y según fuera necesario, fabricar también espadas. Pero ahora ya no podemos arriesgarnos a improvisar la defensa nacional en caso de emergencia; nos hemos visto obligados a crear una industria armamentística permanente de enormes proporciones. Además, tres millones y medio de hombres y mujeres participan directamente en el sistema de defensa. Anualmente gastamos en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos.

Esta conjunción de un inmenso aparato militar y una gran industria armamentística es algo nuevo en la experiencia estadounidense. La influencia total —económica, política e incluso espiritual— se siente en cada ciudad, en cada cámara estatal y en cada oficina del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperiosa de este desarrollo. Sin embargo, no debemos dejar de comprender sus graves implicaciones. Nuestro trabajo, nuestros recursos y nuestro sustento están en juego, al igual que la estructura misma de nuestra sociedad.

En los consejos de gobierno, debemos protegernos contra la adquisición de influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. Existe la posibilidad de un aumento desastroso de poder fuera de lugar y que persistirá.

Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos. No debemos dar nada por sentado. Solo una ciudadanía alerta y bien informada puede obligar a que la enorme maquinaria industrial y militar de defensa se adapte a nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas.

La revolución tecnológica de las últimas décadas ha sido similar y en gran medida responsable de los cambios radicales en nuestra postura industrial-militar.

En esta revolución, la investigación se ha vuelto fundamental; también se ha vuelto más formalizada, compleja y costosa. Una parte cada vez mayor se lleva a cabo para, por o bajo la dirección del gobierno federal.

Hoy en día, el inventor solitario, que hace sus experimentos en su taller, ha sido eclipsado por grupos de trabajo de científicos en laboratorios y campos de pruebas. De la misma manera, la universidad libre, históricamente la fuente de ideas libres y descubrimientos científicos, ha experimentado una revolución en la realización de la investigación. En parte debido a los enormes costes que conlleva, un contrato gubernamental se convierte prácticamente en un sustituto de la curiosidad intelectual. Por cada pizarra antigua hay ahora cientos de nuevos ordenadores electrónicos.

La perspectiva de la dominación de los eruditos de la nación por el empleo federal, la asignación de proyectos y el poder del dinero está siempre presente y debe tenerse muy en cuenta. Sin embargo, al respetar la investigación y el descubrimiento científicos, como debemos hacer, también debemos estar atentos al peligro igual y opuesto de que la política pública pueda convertirse en cautiva de una élite científico-tecnológica.

Es tarea de los estadistas moldear, equilibrar e integrar estas y otras fuerzas, nuevas y antiguas, dentro de los principios de nuestro sistema democrático, siempre con el objetivo de alcanzar las metas supremas de nuestra sociedad libre.

V.

Otro factor para mantener el equilibrio es el elemento tiempo. Al mirar hacia el futuro de la sociedad, nosotros —ustedes y yo, y nuestro gobierno— debemos evitar el impulso de vivir solo para el presente, saqueando, para nuestra propia comodidad y conveniencia, los preciosos recursos del mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin arriesgarnos a perder también su herencia política y espiritual. Queremos que la democracia sobreviva para todas las generaciones venideras, no que se convierta en el fantasma insolvente del mañana.

VI.

Por el largo camino de la historia aún por escribir, Estados Unidos sabe que este mundo nuestro, cada vez más pequeño, debe evitar convertirse en una comunidad de miedo y odio atroces, y ser, en cambio, una orgullosa confederación de confianza y respeto mutuos.

Tal confederación debe ser de iguales. Los más débiles deben acudir a la mesa de negociaciones con la misma confianza que nosotros, protegidos como estamos por nuestra fuerza moral, económica y militar. Esa mesa, aunque marcada por muchas frustraciones pasadas, no puede ser abandonada por la segura agonía del campo de batalla.

El desarme, con honor y confianza mutuos, es un imperativo continuo. Juntos debemos aprender a componer las diferencias, no con las armas, sino con el intelecto y un propósito decente. Debido a que esta necesidad es tan aguda y evidente, confieso que dejo mis responsabilidades oficiales en este campo con una clara sensación de decepción. Como alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza persistente de la guerra, como alguien que sabe que otra guerra podría destruir por completo esta civilización que se ha construido tan lenta y dolorosamente a lo largo de miles de años, me gustaría poder decir esta noche que se vislumbra una paz duradera.

Afortunadamente, puedo decir que se ha evitado la guerra. Se ha avanzado de manera constante hacia nuestro objetivo final. Pero aún queda mucho por hacer. Como ciudadano particular, nunca dejaré de hacer lo poco que pueda para ayudar al mundo a avanzar por ese camino.

VII.

Así que, en esta mi última noche como su presidente, les doy las gracias por las muchas oportunidades que me han brindado para el servicio público en tiempos de guerra y de paz. Confío en que en ese servicio encuentren algunas cosas dignas; en cuanto al resto, sé que encontrarán formas de mejorar el rendimiento en el futuro.

Ustedes y yo, mis conciudadanos, debemos tener fe en que todas las naciones, con la ayuda de Dios, alcanzarán el objetivo de la paz con justicia. Que seamos siempre inquebrantables en la devoción a los principios, seguros pero humildes con el poder, diligentes en la búsqueda de los grandes objetivos de la Nación.

A todos los pueblos del mundo, expreso una vez más la continua y ferviente aspiración de Estados Unidos:

Fuente:
Documentos públicos de los presidentes, Dwight D. Eisenhower, 1960, pág. 1035-1040


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