
Cuadernos de Sociología Crítica 6/25 Junio de 2025
¡Gracias maestro!
Domingo Santos
Prólogo a la reedición de Los hombres de Venus. George H. White Tomo 1º Silente 1999
Era 1953. Me faltaba muy poco para cumplir los doce años. Por aquel entonces existía en España un tipo de negocio que más adelante la generación del 600 haría obsoleto: el cambio de novelas. El sistema era sencillo: comprabas originalmente un libro, lo leías, y luego lo devolvías, pagabas una módica cantidad, y te llevabas otro. El sistema era genial, muy práctico y muy utilizado. Recuerdo que por aquel entonces, los que hoy conocemos con el nombre algo más dignificado de bolsilibros se vendían a 5 pesetas (de ahí la clásica denominación de «novelas de a duro»), y el cambio costaba nada menos que una peseta. Que nadie se ría, por favor: para un chaval a punto de cumplir los 12 años, a principios de los años cincuenta, una peseta era una verdadera fortuna.
Fue en la tienda de cambio de libros de al lado de casa de mis padres, de la que era asiduo cliente, donde descubrí un día un libro cuya portada me fascinó: mostraba a un terrible e imponente monstruo de color gris, fantásticamente pertrechado y armado, con expresión feroz, ocupando un ominoso primer plano que llenaba todo el dibujo. El título era de lo más sugestivo: La abominable Bestia Gris. El nombre de la colección tampoco tenía desperdicio: «Luchadores del espacio».
Así entré en contacto con la Ciencia Ficción y con un autor que iba a marcarme: George H. White. La novela era épica, la narración bélica trepidante, la acción angustiosamente apocalíptica. Alucinado, tras devorarlo materialmente, fui en busca de más libros de aquella colección y de aquel autor. Descubrí los títulos anteriores, observé con sorpresa y placer que se trataba de una serie, y me convertí de inmediato en un fan de ese nuevo género y del universo creado por George H. White. Palabras como zapatillas volantes, saissais y thorbod —¡los hombres azules y los hombres grises!, la humanidad de silicio, el autoplaneta Valera, Nahum y tantas otras, despertaron mi maravilla y pasaron a formar parte de mi diccionario. Y cuando el título y el autor no correspondían a la serie, no podía evitar el sentir dentro de mí una cierta decepción…, lo cual no me impedía leerlo, por supuesto.
Dos años más tarde, ya casi con catorce, descubriría, también en mi querida tienda de cambio de libros —a la que debería levantar un monumento—, y a un precio exorbitante, pues los volúmenes valían la friolera de ¡25 pesetas!, una nueva dimensión del género: la ciencia ficción anglosajona, con la colección Nebulae —dirigida nada menos que por el «doctor ingeniero» Don Miguel Masriera— y la novela Los monstruos del espacio de A.E. Van Vogt. Fue un gran salto adelante, el descubrimiento de nuevos horizontes, pero que no me hizo abandonar en ningún momento mi fidelidad a «Luchadores» y a los Aznar, que habían sido mis iniciadores en el género. Y cuando, unos años más tarde, me decidí a dar el gran salto, pasar al otro lado y probar a escribir yo también novelitas de Ciencia Ficción, la primera de ellas que conseguí publicar apareció precisamente en la serie «Luchadores», con un título que ahora me abochorna un poco y me suena de lo más rocambolesco: ¡Nos han robado la Luna! Y me sentí tremendamente orgulloso de que mi nombre —perdón, mi pseudónimo anglosajonizado— se codeara con el del autor de mi serie favorita. Lo consideré —y lo sigo considerando— un auténtico honor.
Hoy reconozco que es probable que, aunque no hubieran existido «Luchadores», George H. White y la saga de los aznar, mi afición hacia la Ciencia Ficción se hubiera desarrollado igualmente, canalizada por otros derroteros. Puede que el catalizador hubiera sido Mallorquí y su colección «Futuro» —de hecho, entre los libros que con-servo amorosamente de mi infancia, figuran, junto a la Saga de los Aznar (completa en sus dos ediciones), las dos series de José Mallorquí Dos hombres buenos y Lorena Harding, que considero tan espléndidas como El Coyote, aunque nunca hayan alcanzado tanta fama entre el gran público—, o tal vez hubiera llegado un poco más tarde, no demasiado, con la aparición de Nebulae. Pero tal y como fueron las cosas, los libros que despertaron —y condicionaron— mi afición fueron los de George H. White y su Saga de los Aznar. Creo que a ellos les debo todo lo que soy (y mi circunstancia). Y me siento muy orgulloso de ello.
Esta reedición por parte de Silente de la obra de George H. White, digna y bien cuidada, es el mejor homenaje que —a falta de la edición comercial masiva que se merecería— puede hacerse al gran autor que, como en mí, despertó en gran número de sus lectores el interés hacia un género nuevo que siempre trató con dignidad, calidad y honestidad.
Por ello, permítanme desde aquí inclinar respetuosamente la cabeza y decir: Pascual Enguídanos Usach, maestro; en nombre de muchos como yo: gracias.
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Posted on 2023/10/21
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