Hacía tiempo que se esperaba un análisis de los resultados electorales y de la coyuntura política que estos han determinado por parte de la dirección de Podemos. Tal vez ese análisis ha tardado casi un mes porque los resultados no cuadraban con las expectativas de quienes dirigen Podemos. En estas elecciones, ni la coalición formada en torno a Podemos ni los métodos de sus distintos componentes —en todos los casos muy distintos de los de la vertical y centralista “máquina de guerra electoral” diseñada para “asaltar los cielos”— han correspondido a las expectativas de Iglesias-Errejón y su equipo. A pesar de las renuncias democráticas impuestas a los militantes de Podemos, de la ingrata disciplina de empresa de comunicación carente de pluralismo real y del mando centralizado —que todo lo decide sin ningún tipo de consulta que no esté estrictamente controlado—, los objetivos de la dirección solo se han cumplido a medias. Además, si la coalición alrededor de Podemos consiguió resultados decorosos, ello se debe en buena parte a la movilización de elementos municipalistas enteramente ajenos a la estrategia “populista-electoral” de la dirección del partido.
El artículo de Íñigo Errejón titulado “Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales” publicado en Público ayer mismo, muestra que el objetivo previsto no se ha realizado: ciertamente se ha abierto brecha en el sistema político del régimen, pero se está lejos de haberlo derribado. Si se lee con atención, el análisis de Errejón asume como horizonte la idea de autonomía de lo político. Para él la política es un juego autónomo, con su propio espacio y sus propias reglas: unos partidos desplazan a otros en la medida en que son portadores e incluso generadores de sentidos de la realidad, no en cuanto encarnan intereses y fuerzas sociales. Se refiere Errejón a la excepcionalidad de las legislativas del 20 de diciembre en los siguientes términos: “El hecho mismo de que nadie discutiese que el 20D no era una competición electoral ordinaria, constituye ya una victoria de quienes trabajan para el cambio político y la soberanía popular por cuanto no era “necesario” por ninguna acumulación de circunstancias sino el resultado de una disputa por el sentido.” La política es para el secretario político de Podemos disputa por el sentido, no lucha social entre distintos actores.
Naturalmente, en el mundo de Errejón no se habla de la crisis, no existen clases ni conflictos que no se den en una esfera rigurosamente simbólica. La consecuencia de esto es que cada actor de la escena política —cada partido y dentro de cada partido cada dirección— se ve a sí mismo como el productor de un sentido que, posteriormente, inspira movimientos sociales y antagonismos. La objetividad tozuda de la crisis, la precarización general del trabajo que afecta a las propias clases medias no existen aquí. La crisis política española no tiene que ver en este marco de análisis con la imposibilidad de representar una crisis y unas resistencias que existían mucho antes de Podemos, sino con el juego entre sentidos abstractos como “lo nuevo”, “lo viejo”, “los privilegiados”, “las fuerzas de alternancia”, “las fuerzas del cambio”…
Asistimos así a un combate de abstracciones en el que la dirección de Podemos genera su propio sentido e intenta hacerlo compartir a las mayorías sociales. Sin duda, el método de análisis centrado en la pugna por el sentido es útil para preparar una campaña electoral, pero claramente insuficiencia para una comprensión de las fuerzas reales en presencia. El populismo es un estilo discursivo. Es una forma, no un contenido. Por eso, el populismo, en tanto discurso, no está necesariamente ligado a ninguna ideología o proyecto político ni a ningún interés social definido. En este sentido es un método óptimo para el recambio de élites, pero resulta insuficiente para una estrategia de cambio social efectivo. Quizás no haga falta insistir en que se requiere mucho más que una estrategia discursiva para derribar al régimen, al menos si esto es realmente lo que se desea.
La hipótesis populista errejoniana no permite entender la acción de realidades sociales ajenas a ella. Por ese motivo, para Errejón, la brutal bajada de la intención de voto de Podemos en los sondeos posteriores a enero de 2015, responde exclusivamente a las campañas de desprestigio lanzadas contra Podemos por los medios, no a la incapacidad de esta organización —tras su cierre verticalista de Vistalegre— de seguir echando raíces en la sociedad real, asumiendo su complejidad y pluralidad efectivas. Toda posibilidad de autocrítica queda así cerrada. No existe un exterior en que apoyarse para formularla. Como en todo discurso ideológico, si una hipótesis falla total o parcialmente, la causa de este fallo es siempre exterior. O como los viejos teólogos, “Dios no puede ser el autor del mal”.
No menos interesante es el modo en que a través de este discurso ideológico se reelabora la realidad. Si a pesar del declive del núcleo central de Podemos, este partido y las candidaturas a él asociadas han tenido un éxito relativo, ello se debe a la importación de pluralismo a partir del exterior, en concreto de los procesos municipalistas (En Común, En Marea), infinitamente más participativos y horizontales que el partido de Iglesias. Obviamente Errejón no puede reconocer esto sin arruinar su propia hipótesis y tiene que traducirlo a términos compatibles con su estrategia, aunque para ello tenga que valerse de una dialéctica algo descabellada. Así la estrategia nacional-popular, basada en “un discurso patriótico de nuevo tipo” tiene que reconocer el hecho tozudo de la plurinacionalidad, pero también el hecho de que vivimos en una sociedad capitalista europea del siglo XXI y de que en ella existe “una composición social individualizada en la que la relación con lo público se establece a menudo más como ‘ciudadano’ que como ‘pueblo’”. En efecto, es difícil hacer de un conjunto plurinacional una nación, pero no lo es menos hacer de una multitud de individuos que desean participar activamente en la vida política un “pueblo”. Como en un juego de prestidigitación, la hipótesis populista choca con la realidad y se fractura, pero su fracaso teórico y político se reinterpreta como éxito. Se pasa así por alto la especificidad de los procesos participativos y democráticos que permitieron la victoria de las candidaturas de unidad popular en muchas ciudades y que salvaron a Podemos en las legislativas de unos resultados mediocres, o lo que es lo mismo, de una previsible marginalidad.
El proceso de construcción de un “pueblo plurinacional”, objetivo explícito de la cúpula de Podemos, conlleva además el riesgo de un soberanismo que olvide completamente la cuestión europea y global. Ni siquiera un Podemos con mayoría absoluta en España podría cambiar gran cosa para bien. Las élites son europeas y globales. En consecuencia, un movimiento contra-hegemónico debe incluir necesariamente una dimensión global. La correlación de fuerzas inmediata se juega a nivel europeo.
En definitiva, la lógica de la producción de sentido acaparada por una dirección es un límite obvio para la conquista de la hegemonía. Para constituir una potencia común deben multiplicarse las producciones de sentido y entretejerse. El sentido que los animales políticos damos a nuestra acción es inseparable de otras producciones que no son de mero sentido, sino de nueva realidad: el trabajo, las luchas, el amor, la inteligencia siempre colectiva, mientras que la idiotez es solitaria. La producción de sentido es necesariamente colectiva, lo cual implica que hace falta una articulación social más allá de la unilateralidad de los medios de comunicación. En ningún modo, puede llegar a triunfar por medios y con efectos democráticos una estrategia que prive a la gente común de su papel en esta producción. El monopolio de la producción de sentido por parte de la “máquina de guerra electoral” va ligada directamente a la lógica de la representación. El famoso “No nos representan” del 15-M ha sido rápidamente olvidado en favor del núcleo irradiador. El cierre sobre este núcleo como productor exclusivo de sentido genera una impotencia rayana en el delirio, obscurantismo y lenguaje de papagayo, impide hacer frente a la realidad y a lo común de los seres humanos, imposibilita la autocrítica, impide luchar con eficacia y establecer las alianzas necesarias. Impide vencer.
Descubre más desde Sociología crítica
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.









Gonzalo
2016/01/12
El problema de las aspiraciones podemitas, de su, digamos, programa, es que, en mi opinión, busca como objetivo algo que sólo puede interesar a la élite de esas clases medias (pequeña burguesía), pues como ayer decía parece que sólo buscan la conquista de las instituciones por parte de esa élite a cambio de que, llevando a su zaga al resto de la pequeña burguesía y también en buena medida a una clase obrera desmovilizada como tal clase (pero que por mucho que cierre los ojos no puede olvidar sus intereses más elementales pues implican el tener o no lo necesario para vivir), ganen su lealtad para el régimen. Pero ni siquiera ofrecen nada válido para la gran masa de esa pequeña burguesía, para solucionar la decreciente pérdida de nivel de vida que exige el capital para poder salvarse. Quizás sea porque perciban, más tras la experiencia Griega, que esto es muy diferente al 78, donde aunque se trataba de ganar base social para poner en marcha la salvación del capitalismo mediante lo que más adelante llegaría a ser el neoliberalismo, la modernización y la integración del capital español en las alianzas imperialistas daba margen para concesiones al pueblo en algunos terrenos (Seguridad Social universal, etc.), mientras que ahora para el capital no existe esa posibilidad, sino que todo se trata de aumentar la explotación para salvar los negocios. Y que por tanto si esos estratos elitistas de la pequeña burguesía tuviera un programa favorable a toda esa masa social, lo que implicaría un programa realmente keynesiano y no barnizando alguna medida de tal sin serlo (no digamos una política propiamente favorable a la clase obrera, anticapitalista), entonces sería imposible llegar a ese acuerdo con la oligarquía. Se trata, en definitiva, de vender al pueblo para salvar al régimen a cambio de privilegios.
La verdad es que el que la pequeña burguesía se lance en apoyo de un proyecto tan limitado, es algo que históricamente no es raro, es algo típico de la volubilidad de este grupo social. Lo que seguramente tenga que ver, en última instancia, con su posición intermedia entre las dos clases principales de la sociedad, y su posición «lateral» con respecto a las relaciones sociales y en especial políticas fundamentales, lo que es desde luego lo que permite que estas clases sean la base social sobre la que se asienta el capitalismo para ganar su estabilidad. Así dicho es muy genérico y habría que ver en lo concreto para ver si es así o no, pero para mí que van por ahí los tiros.
De este artículo es interesante cómo caracteriza algunos de los rasgos ideológicos del populismo podemita, aunque no lo llega a ver como consecuencia o expresión de los intereses de tal clase o tal grupo social, que en mi opinión es lo que pasa. Pero está claro que los autores se dan cuenta de que todo se trata de sumisión al régimen a cambio de puestos y sin que nada cambie, usar la lealtad del pueblo y al propio pueblo, que ellos esperan ganar con su populismo, como moneda de cambio para esa élite que espera convertirse en el estamento político de la monarquía de Felipe VI, y que en definitiva este programa no es satisfactorio ni siquiera para la gran masa de esas «clases medias» (lo cual explicaría ese fracaso con respecto a las expectativas, que recordemos lo triunfalistas que eran, y la importancia en lo que han logrado de esas plataformas locales, que parecen ser más representativas de las aspiraciones de la masa de la pequeña burguesía).
dedona
2016/01/12
excelente aportación que te vamos a canalizar,
envíanos artículos