Entrevista con el economista Michael Hudson / Standard Schaefer

Posted on 2011/09/17

0



La próxima realidad financiera

Entrevista con el economista Michael Hudson(*)
Standard Schaefer(**) 27 de agosto del 2003
Counterpunch

La guerra supuestamente ha finalizado en Irak, los tipos de interés están bajando y corren los rumores de recuperación, aunque la economía sigue estancada. Bush es presidente, pero las elecciones están a la vuelta de la esquina. Recuerda un poco a la recesión de 1990-1991. De hecho, la recuperación de aquel período, ciertamente anémico y marcado por un muy bajo crecimiento en el empleo, realmente fue más fuerte que en esta ocasión. La economía de los Estados Unidos crecía a una tasa anual del 3,1%, frente a la actual del 2,6%. A excepción de la recuperación en 1992, las últimas siete recuperaciones económicas han sido bastante más fuertes que la presente, y cada una de ellas se correspondió con la habitual tasa de creación de empleo. Hasta ahora, la tasa de desempleo incluso se ha disparado por encima del 6,4%, y entre los afroamericanos es el doble de esto. Entretanto, la prensa financiera convencional ha estado argumentando que la ventaja de las «recuperaciones sin creación de empleo» es que proporcionan mayor rentabilidad a las empresas.

Haciéndose eco del patrioterismo de los medios informativos generalistas, las publicaciones financieras como The Wall Street Journal, The Economist y Business Week han elegido enfocar el crecimiento del empleo en un solo sector: los servicios. El boom de la refinanciación, dicen, contribuye al sector servicios promocionando las industrias dedicadas al comercio minorista: la reducción de los pagos de las hipotecas significa más dinero para los bienes de consumo. Pero, en este caso, significa también un récord de endeudamiento por parte de los consumidores. La reserva Federal continúa exacerbando este problema: recientemente volvió a bajar las tasas de interés, supuestamente para mantener lejos la deflación. La prensa financiera celebró la jugada dando publicidad a la bolsa. Se prestó poca atención al hecho de que la propia Reserva Federal admitiera que la principal razón para el recorte de los tipos de interés era que la economía «todavía no ha mostrado un crecimiento sostenible».

Entretanto, se espera que los presupuestos federales para 2003 –gracias en parte a la guerra de Bush y a sus temerarios recortes fiscales– alcancen este año un déficit de 500 millardos de dólares. En comparación con esto, los aumentos fiscales de Clinton eran casi progresistas. Su reducción del déficit y la contención de gastos mantuvo bajas las tasas de interés y espoleó el boom inversor. Los impuestos sobre los beneficios del capital obtenido en las inversiones desempeñaron un papel principal en la creación de un superávit de 236 millardos de dólares en el presupuesto de 2000. Hoy, sin embargo, se han recortado aquellos impuestos, junto con los impuestos sobre los dividendos, y el enorme déficit federal ha empezado a causar estragos en los presupuestos de los estados. El déficit de 38 millardos de dólares de California ha supuesto el récord nacional de todos los tiempos. Otros treinta y ocho estados se encuentran en una situación casi igual de calamitosa. Esto significa, por supuesto, que habrá enormes cantidades de despidos en el sector público. Y el desempleo significa que el trabajo no tiene poder negociador, que no hay salarios para pagar las deudas contraídas durante la burbuja, y que puede producirse una oleada de ejecuciones forzosas de hipotecas, con los consecuentes despidos en el sector servicios.

El 1 de julio, cuando las legislaturas estatales comenzaban el nuevo ejercicio fiscal, hablé con el historiador y economista heterodoxo Michael Hudson, una de las pocas personas que combinan la teoría con la experiencia real dentro del sector de los servicios financieros. Hudson piensa que no es suficiente saber que las empresas están dispuestas a hacer cualquier cosa imaginable para extraer beneficios a expensas del factor trabajo. No es suficiente saber que los políticos representan a sus donantes, y no al electorado. Piensa que es necesario tener ciertos conocimientos sobre el funcionamiento del sistema financiero para entender hacia dónde va la economía y por qué la propaganda del «mercado libre» domina los términos del debate, a pesar de las pruebas sobre sus fallos. El profesor Hudson está escribiendo actualmente un libro sobre la burbuja, concentrando el interés en el creciente dominio de la industria financiera sobre la producción industrial. Le he pedido que cuente sus ideas sobre el futuro estado de la seguridad social, del empleo, la guerra de Bush contra los pobres y la clase media, y las ramificaciones internacionales de la política económica estadounidense.

La cara oculta de los bajos tipos de interés

Standard Schaefer: Empecemos con la economía en general. Los actuales tipos de interés son los más bajos desde la recesión de 1958, pero la economía sigue fundamentalmente estancada. ¿Cuál es su visión de la política de intereses bajos de la Reserva Federal?

Michael Hudson: El primer efecto de estos bajos tipos de interés es beneficiar a los bancos. Este es el objetivo de los bancos centrales actuales. Otra cosa es si benefician a la economía en su conjunto.

El coste del dinero para el sistema bancario está ahora tan bajo como después de la segunda guerra mundial. Pero los tipos de interés para las hipotecas a largo plazo y las tarjetas de crédito no han bajado, de forma que los márgenes de los préstamos bancarios se han ampliado, aumentando sus ganancias. Este es el motivo por el que no nos enfrentamos a un colapso bancario al estilo japonés. Los bancos estadounidenses han conseguido evitar el embate de las pérdidas en la bolsa trasladando sus malas inversiones y deudas incobrables a sus clientes, los fondos de pensiones y de inversión. El trabajo remunerado y sus ahorros han soportado el embate de la caída del mercado post-2000. Es la gente que deposita su confianza en los bancos y demás gestores financieros la que paga el precio.

Los tipos de interés que han respondido más significativamente a esta reducción de los costes de los préstamos han sido los de los préstamos a corto plazo para la especulación financiera, sobre todo para los productos derivados y relacionados con la compraventa de acciones y bonos «al margen» –gigantescas apuestas sobre las tendencias futuras del dólar, la bolsa y los tipos de interés. Este tipo de préstamos no ayuda a la economía a invertir más en la formación de capital fijo. Solo contribuye a crear un floreciente y rentable nuevo negocio bancario.

Al igual que ocurre en el Japón, la economía estadounidense se ha metido en un agujero de deudas encerrada en tipos de interés bajos. No es posible subir estos intereses sin causar desgracias generalizadas. Este «encierro» es un efecto secundario de la política de la Reserva Federal. Cuando los tipos de interés bajaban, los propietarios de las viviendas y los negocios veían que sus ingresos podían soportar una pirámide más alta de deudas. Mil dólares al mes pagan las mensualidades de un préstamo dos veces mayor al 5% que al 10%.

En lugar de usar la bajada de los tipos de interés para disminuir su deuda, lo que han hecho es tomar más préstamos. El señor Greenspan los ha animado a hacerlo de forma que puedan salir y gastar más dinero, creando mayores beneficios para los productores de los bienes que compran. Esta es la primera vez en la historia que un planificador de la economía ha aconsejado a la gente que se endeude cada vez más a fin de vivir mejor y aumentar el ritmo de crecimiento económico. Esta filosofía sirve claramente a los bancos comerciales y otros prestamistas y ahorradores, en vez de mantener a raya el propio interés como lo haría una política financiera estatal en una economía mejor llevada.

La mayor parte de la creación de nueva deuda en Estados Unidos consiste en hipotecas a interés variable. Sus tipos de interés pueden aumentar si aumentan los tipos de interés generales.

Esto permitirá a los bancos aumentar los tipos de interés que pagan a sus depositarios, conservando así estos depósitos antes de verlos desaparecer en los retiros masivos de dinero que mataron a las sociedades de ahorro y crédito inmobiliario en la década de 1980.

Sin embargo, si los tipos de interés suben y en la medida en que lo hacen, los gastos asociados a la mayoría de las deudas de la gente van a subir abruptamente, en especial para las deudas hipotecarias. Alguna gente y algunas compañías que se han endeudado hasta las cejas con préstamos, suspenderán pagos, viéndose obligadas a vender sus activos. Los precios de los inmuebles y las acciones caerán, y muchos deudores se van a encontrar en una situación en la que el valor neto de la propiedad adquirida es de signo negativo. Por valor neto negativo quiero decir que el precio de la vivienda cae por debajo de lo que deben en la hipoteca. El mero hecho de imaginar esta posibilidad evitará que los planificadores estadounidenses aumenten las tasas de interés en un futuro próximo, por los problemas que ello causaría. Pero al igual que los tipos de interés elevados causaron problemas en el pasado, los tipos bajos podrían causar un nuevo tipo de problema en el futuro.

Un buen ejemplo es el efecto que los tipos de interés bajos están teniendo sobre los fondos de pensiones de empresa y otros ahorros personales. Las empresas con «planes definidos de beneficios» están obligadas contractualmente a apartar beneficios en un fondo especial que genere suficiente interés, dividendos o ganancias del capital para pagarlos a un número creciente de jubilados. Antes que pagar estas pensiones con los ingresos actuales a medida que éstos se generan, o reinvirtiendo sus ganancias en inversiones en la propia empresa, las compañías toman sus ingresos y los «financializan» comprando acciones y bonos para sus fondos de pensiones.

Ahora bien, a medida que los tipos de interés caen hacia cero, se necesitará una cantidad de ahorros infinita para producir ingresos por intereses. Esta es la estupidez básica de no ir pagando a partir de los ingresos actuales, como hacen en Alemania. A medida que bajan los tipos de interés, las compañías necesitan apartar más y más de su líquido neto para los planes de pensiones. Y con los actuales tipos de interés, casi todos sus beneficios son absorbidos por compromisos con fondos de pensiones. Este problema es tan serio en Gran Bretaña y en otros países como en los Estados Unidos.

Este fenómeno tiene toda una serie de efectos. En primer lugar, los beneficios declarados de las empresas se verán reducidos después de descontar las aportaciones a los planes de pensiones.

Esto no es bueno para la bolsa, lo cual dificulta aún más para las compañías el pago de las pensiones con las ganancias del capital que esperan obtener.

Para evitar este problema, las empresas están abandonando sus «planes de beneficios definidos» a favor de planes de «aportaciones definidas». El cambio en la terminología (de «beneficio» a «aportación») significa que en lugar de recibir un determinado flujo de beneficios durante la jubilación, los empleados van a tener una retención específica deducida de cada paga. En efecto, sus empleadores les están diciendo que no tienen ninguna idea real de cuánto van a recibir estos trabajadores cuando se jubilen. Sólo los altos ejecutivos han negociado paquetes dorados con pagos estipulados.

Las compañías también están despidiendo a trabajadores justo antes de que adquieran plenos derechos sobre sus pensiones. Esto es una forma de estafa para privarlos del dinero que habían esperado y, de hecho, merecido. Pero una forma más sencilla de borrar los compromisos de las empresas en cuanto a las pensiones es fusionarse con otras empresas o permitir que la empresa sea adquirida por otra empresa en una operación de asalto bursátil mediante la adquisición de la mayoría de las acciones bajo condiciones que permitan a la nueva empresa cambiar las normas de las pensiones. Los asaltantes vacían el fondo de pensiones y lo usan para sus propios propósitos, en parte para pagar bonificaciones a los principales directivos, con los ahorros que han expropiado a los empleados.

Esto es lo que hizo Dick Cheney en Halliburton con una de las empresas que absorbió, prueba del apoyo que esta estratagema contra el trabajo asalariado goza entre los niveles más altos de nuestra administración pública.

Inflar la burbuja financiera como precondición para privatizar la Seguridad Social

S.S.: Cómo afecta todo esto a las pensiones públicas, y más que nada, a la Seguridad Social?

M.H.: La reducción de los tipos de interés significa una acumulación de interés más lenta en los fondos estatales de la Seguridad Social y de la sanidad. Los tipos de interés bajos muestran cuán inútil es intentar pagar el futuro comprando bonos o acciones, o ahorrar dinero de cualquier otra forma sin que alguien en algún sitio realmente invierta en producir los bienes y servicios que la gente va a comprar cuando se retire. El ahorro, la especulación en acciones y bonos y la especulación inmobiliaria no conducen por sí mismos a nuevas inversiones. De hecho, cuanto más especulativos y financieros sean los beneficios, menos incentivos hay para vincular el dinero a la construcción de nuevas fábricas y a la expansión de los negocios. Quisiera destacar que las fundaciones sin ánimo de lucro también están siendo exprimidas. La administración ha propuesto que las fundaciones que dan becas deben conceder anualmente no menos del 5% del valor de su dotación en becas. La mayoría de las fundaciones no van a poder ganar un 5%. En vez de quedarse sentadas como fuentes de ingresos sin trabajo para los amigotes, tendrán que empezar a hacer algo con el dinero que han acumulado, aunque sus fondos puedan reducirse. Estas exorbitantes remuneraciones para la gerencia a la vista de la caída de los beneficios deberían servir de advertencia a la gente de lo estúpido que sería privatizar la Seguridad Social. La única posibilidad que tienen los proponentes de la privatización de que ésta se lleve a cabo radica en su habilidad para convencer a la gente de que va a haber una nueva burbuja en la que puedan recuperar el dinero perdido (o el que dejaron de ganar) durante la última burbuja.

S.S.: Usted ha dicho que los estados siempre son cómplices en las burbujas. ¿A qué se refiere?

M.H.: Todas las burbujas bursátiles a lo largo de la historia, empezando por las burbujas de las compañías de los Mares del Sur y del Mississippi de 1710 en Gran Bretaña y en Francia, han sido fomentadas por el estado. La fuerza motriz ha sido el intento del estado de hacer frente a las obligaciones de la deuda más allá de su previsible capacidad de pago. Crear una burbuja ha sido siempre una manera de solucionar el problema de la deuda pública y de retribuir a los cómplices políticos al mismo tiempo, matando con ello dos pájaros de un tiro.

Los estados modernos no tienen capacidad política para declarar la suspensión de pagos de sus deudas, al menos no las deudas a los tenedores de bonos en sus propias monedas. El problema ha de ser solucionado a través del «mercado». La solución más simple consiste en conseguir que la gente permute voluntariamente sus bonos del estado ––o en este caso sus derechos dentro del sistema de la Seguridad Social–– por acciones a las que luego se les puede permitir que caiga su precio, una vez que la inversión ya no es responsabilidad del estado. Para que esto suceda es necesario preparar a la gente para que espere que los precios de las acciones suban bruscamente. Es necesario que el público vea cómo se crean fortunas en una nueva subida especulativa para que su imaginación se ponga a trabajar y empiece a soñar en un nuevo futuro glorioso.

En Inglaterra y en Francia la industria de la «nueva economía» en su día fue el mercado de esclavos entre Africa y el Nuevo Mundo, y prometía proporcionar ganancias sin precedentes. Inglaterra compró a España el monopolio en la trata de esclavos, el «asiento», y Francia comenzó a establecer plantaciones en sus territorios en la Luisiana. Las acciones de las compañías de los Mares del Sur y del Mississippi fueron emitidas en varios tramos, permitiendo que la gente las comprara mediante fianza, pagando inicialmente sólo una pequeña parte, de forma que rápidamente pudieran doblar sus pequeños pagos iniciales a medida que el precio de las acciones se manipulaba hacia arriba. Parecía que el propio dinero podía crear dinero. Esta es una ilusión esencial, necesaria para que la burbuja arranque.

Pero, ¿de dónde iba a salir el dinero? En la década de 1710 los principales medios de ahorro eran los bonos del estado. Los mercados bursátiles aún no habían nacido realmente. De hecho, fueron las burbujas las que los crearon en Gran Bretaña y en Francia, y que también contribuyeron a desarrollar las inversiones internacionales en la medida en que los holandeses en particular se convirtieron en los principales compradores de acciones. Los inversores pagaron cambiando bonos del estado por acciones en las compañías de los Mares del Sur y del Mississippi. El precio de los bonos había caído hasta alcanzar una fracción de su valor nominal, pero eran aceptados al valor nominal, de modo que los titulares de los bonos pensaban que se les estaba dando una oportunidad para compensar las pérdidas. Y a medida que subían los precios de las acciones, se necesitaban más y más bonos para adquirir un número dado de acciones en ambas compañías.

Esta es la historia de fondo que puede ayudar a entender el actual sistema de privatización de la Seguridad Social. El problema en realidad es doble. Por una parte, como a principios del siglo XVIII, los Estados Unidos tienen unas obligaciones de deuda que, según afirman, difícilmente van a poder pagar. En realidad no es así, pero aún hay otro factor en liza: el deseo de las instituciones financieras de ganar dinero con una nueva burbuja bursátil, y de encontrar una nueva gran fuente de comisiones por gestión de dinero para sus ejecutivos.

El problema al que se enfrentan los gestores de dinero es que la tasa de ahorro nacional estadounidense ha caído a cero (de hecho es negativa, en la medida en que el endeudamiento está creciendo más rápidamente que la acumulación de nuevos ahorros). Pese a esta situación sin precedentes, los empleados están siendo obligados a acumular ahorros forzosos, en forma de retenciones sobre los pagos de nóminas por parte del F.I.C.A., que los retiene para la Seguridad Social y para Medicare y los coloca en bonos del estado en las cuentas de estas dos instituciones estatales.

El sector financiero tiene el ojo puesto estos fondos como un tiburón que ve una hermosa y jugosa presa nadando en el agua. Les encantaría meter las manos en los fondos de la Seguridad Social y de Medicare, para gestionarlos, a una comisión de gestión del 2%. Aunque la comisión sólo fuera del 1% representaría decenas de millardos de dólares anuales, sin incluir las ganancias especulativas que podrían hacerse en el alza turbulenta de las bolsas.

Chile, a mitad de la década de 1970, fue el banco de pruebas para las inmensas comisiones de gestión que los grandes conglomerados financieros podían extraer de la privatización de la Seguridad Social. Los conglomerados financieros a los que se entregó el control de estos fondos estaban bien conectados con la dictadura de Pinochet, y se les dijo que compraran acciones nacionales chilenas ––las acciones de otras empresas en el zaibatsu (N. de la T.: nombre dado a los conglomerados financiero-industriales japoneses) chileno, cuyas divisiones bancarias estaban gestionando estas inversiones. Luego se permitió que los precios de las acciones se colapsaran, una vez que los que tenían acceso a la información privilegiada hubieran sacado su dinero, al estilo de la compañía de los Mares del Sur.

Los financieros con información privilegiada salieron muy bien del asunto, pero los trabajadores perdieron sus ahorros. El plan fue luego reformado pasando la gestión a compañías estadounidenses e internacionales, con la cláusula de que los ahorros para pensiones debían ser invertidos en acciones de grandes compañías chilenas.

Este era el plan ideado por los Chicago Boys que se trajo la Junta Militar. Su experimento de «libre mercado» fue introducido, pues, a punta de pistola. Lo mismo pasó en otras partes de Latinoamérica, en donde los sindicatos organizaron manifestaciones para protestar porque sus ahorros obligatorios se trasladaran a compañías internacionales de intermediarios bursátiles. Pero la privatización se está haciendo desde dentro por los Chicago Boys, con fuertes apoyos del FMI y del Banco Mundial, actuando como lobby por parte del sector financiero internacional.

S.S.: ¿De qué manera la política de la Reserva Federal, en la medida en que fomenta las burbujas bursátiles, está contribuyendo a la privatización de la Seguridad Social?

M.H.: En primer lugar, fue Alan Greenspan quien bajó los tipos de interés a principios de la década de 1990 cuando el boom de la bolsa empezó a flaquear. Pese al hecho de que él hablaba de la «exuberancia irracional» de la bolsa, Greenspan convirtió la especulación en un acto racional al canalizar el flujo de fondos para inflar la burbuja.

Podría haber elevado las fianzas exigidas para adquirir acciones al margen. Este es un método demostradamente eficaz para desanimar la toma de préstamos con el fin de hacer subir los precios de las acciones. O también, el señor Greenspan podría haber aumentado las reservas exigidas por los bancos para los créditos otorgados a los especuladores en bolsa. O simplemente podía haber dicho a los bancos que no concedieran tantos préstamos para operaciones en bolsa si no querían que se impusieran tales medidas. Pero no hizo nada de esto.

Pensó que inflar la burbuja era lo que estaba apuntalando su reputación de mago de las finanzas, al estilo de John Law. Y su política ciertamente le ayudó a ser reelegido como presidente del sistema de la Reserva Federa.

Esto explica por qué está repitiendo su política de bajar ahora los tipos de interés e inundar el mercado con créditos baratos. Sin embargo su dinero no está siendo invertido en la creación de nuevos medios de producción o en contratar más mano de obra.

Esto nos lleva al supuesto de la privatización de la Seguridad Social. Si se venden los enormes depósitos del sistema colocados en bonos del tesoro(aportando el banco de la Reserva Federal los fondos para monetarizar el crédito necesario) para trasladarlos a la bolsa, la avalancha de fondos va a disparar los precios de las acciones al alza, inflando una nueva burbuja a la que llamarán «recuperación». Las acciones serán impulsadas hacia arriba durante varios años, mientras las retenciones de nómina canalizadas hacia la Seguridad Social superen los pagos se entreguen a los jubilados de la generación del «baby-boom», la populosa generación nacida justo después de la segunda guerra mundial.

Las grandes instituciones bursátiles especularán con el boom y conseguirán mucho más que una mera revalorización del capital a través de sus operaciones con productos derivados. Los pequeños inversores usarán algunos de los beneficios para comprar bienes raíces, pujando al alza para construir viviendas, edificios comerciales y otro tipo de propiedad.

S.S.: Esto suena como un programa político ganador. Si hace más ricos a los estadounidenses ––o simplemente les hace sentirse más ricos–– ¿acaso no deberían apoyar un boom financiero como éste?

M.H.: El punto de inflexión llegará justo antes de que se alcance el momento en que haya más gente jubilándose que entrando en el mercado de empleo. Las acciones empezarán a ser vendidas a medida que los gestores de dinero institucional se deshagan de las tenencias de los fondos que administran, principalmente vendiéndolos a sus clientes y pequeños inversores que no pueden percatarse a tiempo del cambio de vientos.

La bolsa se colapsará, tal como lo hizo en 1710 en Inglaterra y en Francia. Pero esta política habrá tenido éxito al conseguir que la gente pierda sus derechos de cobro del estado. Cuando se disipe la polvareda, la administración del estado se habrá librado de sus obligaciones de pago por el programa «Medicare» y por la Seguridad Social. Ese es el objetivo básico. Los altos funcionarios y los comentadores de prensa se retorcerán las manos en gesto teatral de desesperación y exclamarán: «miren hasta donde llega la estupidez de las masas. La gente es avariciosa». Pero ¿a quien se debe echar la culpa? Las masas habrán hecho exactamente lo que los profesionales les recomendaron que hicieran. Estas burbujas son un síntoma de la estupidez de las masas principalmente en la medida en que son consecuencia de programas de desinformación psicológicamente orquestados.

Lo mismo está sucediendo en casi todos los países. La política de la Reserva Federal de bajar los tipos de interés es una precondición para revitalizar las expectativas populares de una burbuja y embaucar a los votantes para que aprueben la privatización de la Seguridad Social.

Comenzar una nueva burbuja preparará al público para el gran timo que, en los designios del sector financiero, tal vez logre transformar la primera década del siglo XXI en algo tan dulce para dicho sector como lo fue la de los años 90 del siglo anterior.

Cómo el sector financiero está concentrando la planificación económica en sus propias manos

S.S.: Suena contradictorio: El sector privado ––y sobre todo las compañías de servicios financieros–– están promoviendo una inmensa economía planificada pese a sus pretensiones de que las economías planificadas son ineficientes e ineficaces. Y la administración estatal ––que normalmente se encargaría de tal planificación–– parece aceptar su propia incapacidad de hacer esta tarea correctamente. E incluso aún lo apoyan tácitamente al dejar que el sector privado asuma la tarea. ¿Cómo es esto posible?

M.H.: Los grandes conglomerados financieros están usando sus beneficios económicos para romper el poder público regulador a fin de transferir a sus propias manos el control económico y la asignación de recursos. No obstante, su objetivo es simplemente buscar los beneficios comerciales a corto plazo, y no el procurar que los ahorros se inviertan en la creación de capital fijo.

Para promover la desregulación, los lobbies financieros y sus voceros académicos, que le hacen de relaciones públicas, han reescrito la historia económica. Al hacerlo, le han dado la vuelta a la tortilla. El resultado es una caricatura de la regulación estatal, lavando la cara al mal resultado universal que han supuesto los fracasos privatizadores. Se está pintando un rosado cuadro a la «Walt Disney» para convencer a la población de que abandone sus actuales protecciones estatales y las transfiera a los nuevos planificadores. Si quieren ver el futuro de los EE.UU. bajo estas nuevas condiciones, échenle un vistazo a las experiencias rusas después de 1991, donde el Consenso de Washington tuvo mano libre. Miren lo que les ha traído. Al abolir lo que llaman el Camino hacia la Servidumbre (resultante de la planificación estatal y de la regulación de los mercados), Rusia, Gran Bretaña y Chile se han convertido en modelos de un Nuevo Camino hacia la Servidumbre: la servidumbre impuesta por los rentistas financieros, donde una clase de gente vive de un ingreso estable procedente de bonos del estado o de arrendamiento de fincas, pagado por otros que realizan el trabajo de generar estos ingresos.

Si alguna vez existió una propuesta fáustica presentada por el diablo, es ésta. Y es bueno recordar el chiste de Baudelaire sobre el diablo: «Alcanza su victoria sobre la humanidad en el momento en el que la gente está convencida de que no existe».

Actualmente el problema de la deuda casi ha dejado de existir en el plano intelectual, junto con la propiedad y las relaciones económicas rentistas en general. Se ha popularizado un cuerpo de teorías que excluye el estudio de la deuda, la historia y la historia del pensamiento económico.

La atención de la gente ha sido desviada hacia especulaciones sobre cómo hacerse rico en un universo paralelo que podría existir en teoría ––si se aceptan los mezquinos presupuestos que se están enseñando–– pero cuya consecuencia más importante para el mundo real es la de imponer una espiral de deuda sobre EE.UU. y otros países.

S.S.: Qué debería hacer la administración estatal para proteger a los empleados y a la mayoría de los ahorradores de las pérdidas que se producirán cuando explote la burbuja? ¿Es la vuelta a la regulación y planificación la solución, o es parte del problema?

M.H.: La libre empresa bajos las actuales condiciones financieras amenaza con traernos una centralización planificadora sin precedentes, pero no en manos de la administración estatal, sino de los conglomerados financieros y los gestores de dinero. Todo poder de planificación estatal destruido queda libre para que se lo apropien, con dinero de sobra para financiar las campañas electorales de los políticos que un día, a su vez, «descenderán del cielo» para aterrizar en puestos del sector privado altamente remunerados, al estilo japonés, después de haber ocupado sus cargos públicos al servicio del nuevo régimen.

S.S.: ¿Los miembros del régimen financiero no son más que parásitos?

M.H.: El problema con los parásitos no es sólo que se alimentan de su huésped, debilitando la capacidad reproductora del mismo, sino que se apoderan también de su cerebro. El parásito engaña al huésped haciéndole pensar que se está alimentando a sí mismo.

Algo de esto está pasando hoy en la medida en que el sector financiero está devorando al sector industrial. El capital financiero pretende que su crecimiento es el de la formación de capital industrial. Este es el motivo por el que llaman «creación de riqueza» a la burbuja financiera, como si fuera lo que los reformadores progresistas de la economía imaginaban hace un siglo. Ellos condenaban las rentas y los beneficios del monopolio, pero nunca soñaron que los financieros acabarían devorando también a los terratenientes y a los industriales. Los emperadores financieros han derrotado a los barones de la propiedad y a los capitanes de la industria.

S.S.: ¿Por qué tantos economistas universitarios y pertenecientes a las instituciones científicas llamadas «think-tanks» han defendido la Economía de la Burbuja y la privatización de la Seguridad Social?

M.H.: En primer lugar han definido como «creación de riqueza» lo que la mayoría de los periodistas de investigación y otra gente con valores del viejo estilo llamarían timo y estafa y mucha gente también «una comida gratis». Su siguiente paso ha sido seguir a Milton Friedman y negar que exista la «Comida Gratis». Pero la ciencia económica se ha convertido en la ciencia de cómo conseguir una comida gratis. Esta es la esencia de la teoría clásica de la renta: uno acumula el interés con bonos o rentas de tierras, muy por encima de los gastos desembolsados. El objetivo son los ingresos obtenidos con las propiedades, no la creación de nuevos medios de producción.

S.S. ¿Por qué la gente no ha sido capaz de ver este cambio de valores con más claridad?

M.H.: Los beneficiarios financieros de la burbuja bursátil lo llaman «creación de riqueza». Dos terceras partes de los estadounidenses son propietarios de viviendas, y perciben que se están beneficiando. Al aumento del precio de las viviendas lo llaman «creación de riqueza» y a la toma de préstamos adicionales contra el valor de esta propiedad lo llaman «extracción de valor». De hecho, cabalgar sobre la ola de la inflación de los precios de los activos ––la propiedad inmobiliaria y la burbuja bursátil–ha sido la forma en que la mayoría de la gente ha podido llegar a considerarse bastante rica.

Los agentes de bolsa dicen que «la tendencia (al alza) es tu amiga». El aumento de precio de los activos da la impresión de enriquecer a la gente, a no ser que se trate de pensionistas, o pertenezcan a una minoría étnica, o sean inmigrantes, o procedan de familias numerosas y no hereden un hogar propio, o se pongan enfermos y tengan que pagar los cuidados médicos, o los despidan de su trabajo, o se sean víctimas de un fraude en su fondo de pensiones o de alguna otra forma caigan fuera de lo que la mayoría de la gente piensa que es la curva de la buena suerte, con forma de campana. Pero las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses esperan hacerse ricos, y la burbuja parece ser la forma de hacerlo.

Cómo la ingeniería financiera ha reemplazado a la ingeniería industrial

S.S.: ¿Cuál es el papel de la tecnología en todo esto? El «Siglo del Progreso» se inauguró con grandes avances en la obtención de energía, la electricidad y luego la fuerza nuclear, la radio, la navegación aérea, los remedios médicos, etc. ¿Cuánto debe realmente la creación de riqueza «real» a la tecnología, en comparación con la burbuja financiera?

M.H.: El aumento de precios de las casas y las acciones de grandes compañías parecen una forma de construir riqueza sin tener ningún coste tangible asociado a ello. Esta ausencia de lo que los economistas clásicos definen como valor ––en última instancia el coste de proveer esfuerzo de trabajo–– ha cambiado el significado popular de «riqueza» para pasar a significar «valor en el mercado financiero», no capital industrial medido en términos de poder productivo. En este sentido, la economía anti-estatalista se opone a lo que hace un siglo los economistas, políticos y la mayoría de la gente consideraba que era el progreso industrial.

S.S.: Sabiendo todo lo que sabemos sobre los delitos empresariales y la desregulación que hay tras la burbuja de los noventa, ¿por qué nadie está hablando de esas soluciones anticuadas como los tipos de regulación que se ha visto que realmente aumentan la competitividad e incrementan la eficiencia de los mercados?

M.H.: La burbuja de la década de 1990 ha sido lo que llaman una burbuja punto.com, una burbuja de Internet y otras formas de burbuja tecnológica, pero la tecnología era sólo un vehículo para lo que básicamente era una burbuja financiera. No venía tanto impulsada por la «ingeniería industrial» como por la «ingeniería financiera», manipulando los balances de las empresas al estilo del zaitech japonés.

Los bancos inversores trataron a las telecoms y demás compañías de ese tipo como vehículos para crear su capital, pillar enormes tajadas para sí mismos y luego hacer más dinero aún en las subidas de las cotizaciones del primer día. La agencia de Eliot Spitzer encabezó la investigación de estas prácticas cuando los cargos nombrados por el presidente Bush para la desregulación pusieron la zancadilla a la SEC (Comisión estadounidense reguladora del mercado de valores) y otras instituciones estatales para evitar que protegieran el interés público.

La burbuja fue alimentada en gran parte por el «ahorro forzoso» que era retenido de las nóminas de los empleados. No se permitía a estos «ahorradores» que gastaran sus ahorros a su propia discreción – por ejemplo, usándolos para pagar sus viviendas o para amortizar las hipotecas o incluso para quitarse las deudas de las tarjetas de crédito, con un elevado tipo de interés-. El dinero que era descontado de sus sueldos y salarios se colocaba en planes de pensión o de jubilación, gestionados o bien por sus patronos o por grandes instituciones financieras. Estos gestores de dinero, junto con los inversores que usaban sus propios ahorros líquidos, veían despegar los precios para las compañías de alta tecnología.

Aunque la mayoría de los inversores sabían que había una burbuja, pensaban que podrían seguir un rato más en la cresta de la ola y bajarse rápidamente antes de que lo hiciera otra gente.

Pero, los tiempos de rotación son tan cortos que sólo las grandes instituciones financieras pueden jugar a este juego. Para ser bueno en ese juego hay que dedicar cada momento a seguir el mercado hora tras hora. Sólo los profesionales pueden dedicar el tiempo y el esfuerzo que esto requiere.

La mayoría de la gente retuvo sus acciones cuando los precios bajaron en el año 2000 porque imaginaron que subirían algún día. Interpretaron lo que en realidad era el inicio del colapso, el cambio de fase, como si fuera sólo un descenso más en la serie de altibajos que habían visto hasta entonces, principalmente porque vieron que Alan Greenspan se declaró firmemente comprometido a seguir una política monetaria enfocada en prevenir el colapso de la bolsa.

Cuando la LTCM (Long Time Credit Management) se metió en líos en 1997-98, echó un cable a los bancos que habían puesto el dinero que se había evaporado en las operaciones con productos derivados. La administración estatal parecía decantarse firmemente por proteger a los ahorradores del riesgo, o al menos por proteger a los grandes bancos y otras instituciones financieras que se consideraban «demasiado grandes para caer».

Salvar a la economía de una caída de la bolsa fue lo que a la postre dio a Greenspan la reputación de «maestro» de las finanzas. La gente prefería creer que iba a tener éxito, porque su éxito les permitiría también a ellos hacer dinero con sus ahorros.

Los medios de comunicación se subieron al carro, y es aquí donde empezó a funcionar la ingeniería psicológica, incluso sin haberla planificado. Los días en que las cotizaciones medias bajaban se describían eufemísticamente como días de «realización de beneficios», implicando que la tendencia básica era hacia arriba y que la mayoría de la gente simplemente había optado por realizar sus beneficios cuando el día terminaba en pérdidas, presumiblemente para usarlos en la adquisición de todoterrenos y otros símbolos de opulencia consumista.

La realidad es que cuando bajan las acciones, los únicos «beneficios» realizados son los de los vendedores en descubierto, que han apostado por la caída de los precios y cubren sus apuestas comprando a precio más bajo. Cuando los precios suben, estos vendedores son «exprimidos», pues se ven obligados a comprar acciones a precios más altos de los que acordaron venderlas. Así los medios informativos le dan la vuelta a los hechos simplificando excesivamente sus informes para darle un halo positivo a cualquier tendencia, al alza o a la baja.

El análisis financiero en la mayoría de las nuevas emisoras y en la prensa estaba empezando a formar parte de la industria del ocio, convirtiendo virtualmente las noticias en anuncios de la burbuja y del señor Greenspan. Sus orígenes como acólito de Ayn Rand parecían alcanzar su conclusión lógica, y él atribuía el boom a la magia de la desregulación, que sacaba a la administración estatal de sus funciones de supervisión para que los gestores de dinero pudieran hacer rico a todo el mundo.

Todo esto es charlatanería pseudocientífica al servicio de una ideología política. El paralelismo más cercano que se me ocurre son las teorías biológicas y genéticas de Lysenko, promovidas por Stalin por motivos ideológicos (la idea de que algunas características adquiridas en la interacción con el medio ambiente podrían crear un cambio genético en las especies se suponía que apoyaba la idea de que era posible crear al nuevo Hombre Soviético). El señor Greenspan y sus financiadores creían que habían operado un cambio en el entorno económico y político del capitalismo moderno. Parecía que las propias leyes de la naturaleza económica estaban siendo transformadas al desarrollar un modo en que la Reserva Federal modificaba las economías industriales y su creación de valor a través del trabajo y la inversión en capital físico, mediante la ingeniería financiera que no necesitaba ni crecimiento del empleo ni formación de nuevo capital fijo.

Así la molécula del ADN económico había sido supuestamente modificada de forma que los ciclos económicos ––incluidos los bajones–– se habían convertido en una reliquia del pasado. El señor Greenspan ayudó a prevenir un bajón inundando la economía con dinero, mientras que el Departamento de Estado y del Tesoro de los EE.UU. retorcían el brazo a Europa y Asia para que siguieran aceptando el crecimiento del déficit comercial y de balanza de pagos estadounidenses colocando sus dólares de superávit en pagarés del Tesoro a fin de sostener el creciente déficit federal estadounidense.

Parecía que se había creado un nuevo flujo circular ––no la Ley de Say de los Mercados, que describía a los productores como gente que pagaba a sus empleados y a los proveedores, quienes a su vez compraban los productos que ellos producían-. La fuerza de trabajo tenía que pedir fiado para mantener su nivel de vida, y las compañías se endeudaban para mantenerse a flote. La devolución de estas deudas sacaba ingresos del flujo circular entre capital y trabajo, patronos y consumidores.

El nuevo flujo circular consistía en tener a Europa y a Asia reciclando el déficit en la balanza de pagos estadounidense para financiar los déficits presupuestarios, de forma que los estadounidenses no necesitaran ya ahorrar dinero alguno. Podían gastar lo que tenían, y dejar que los bancos centrales extranjeros se encargara de los ahorros.

Esto, por supuesto, tenía poco que ver con el objetivo de sacar a la administración estatal de los asuntos económicos. Ponía a los estados europeos y asiáticos justo en el centro del nuevo tipo de flujo circular. En el interim, naturalmente, el gobierno de los EE.UU. estaba acumulando una deuda sin precedentes e insostenible con los estados extranjeros, o al menos con sus bancos centrales.

Cuando se despejó la polvareda después de que el bajón de la bolsa iniciado en el año 2000 siguiera su curso descendente, los beneficios que la gente había pensado se revelaron como ilusorios en su gran mayoría. Resultó que habían sido inventados mediante métodos fraudulentos. Lo que es notable es que pese al hecho de que Arthur Andersen se vio obligado a abandonar los negocios y resultó que sus prácticas habían sido seguidas (aunque no tan ostensiblemente) por otras grandes empresas contables, la reputación del señor Greenspan permaneció intacta. Pese al fracaso regulatorio de la SEC en prevenir el fraude financiero y contable, no se ha producido ninguna reacción pública contra la desregulación en sí misma.

La principal razón es que los monetaristas han creado un vacío intelectual en la universidad y en la prensa popular, en lo que respecta a reflexionar sobre las posibles alternativas a la regulación.

Margaret Thatcher lo resumió con cuatro letras, la famosa TINA (acrónimo de There Is No Alternative, es decir, No Hay Alternativa). Desde luego que hay alternativas. Pero los chicos del mercado libre han logrado cortar de cuajo cualquier debate serio actuando como censores en cualquier discusión. Parece que la actual filosofía individualista del mercado libre no es compatible con un mercado libre de las ideas. Este es un subproducto de la llegada del sector financiero a la hegemonía. Es esto a lo que me refería antes cuando hablé del parásito que se había adueñado del cerebro de su huésped a la vez que desviaba los nutrientes para alimentarse a sí mismo y a su prole.

S.S.: ¿A qué grado de precariedad nos ha llevado la situación actual? ¿Se ha convertido la deflación en una amenaza real?

M.H.: La deflación en forma de la caída de los precios de los productos básicos no parece demasiado una amenaza, al menos no como lo fue después de la guerra civil norteamericana y la primera guerra mundial, cuando los deudores descubrieron que sus pagos de intereses y amortización eran fijos, mientras que los salarios bajaban.

El tipo de deflación que se produce hoy no es el tradicional fenómeno de la caída de precios (deflación de los precios) sino una sangría de los ingresos, una deflación de la deuda. A medida que crece la deuda, más ingresos han de sacrificarse al pago de los intereses y amortizaciones, con lo cual deja de estar disponible para gastarlo en bienes y servicios. Esto rompe el flujo circular que los economistas llaman Ley de los Mercados de Say, según la cual se supone que la oferta crea su propia demanda.

El principio no funciona cuando la gente usa sus ingresos para pagar hipotecas de viviendas cada vez más caras, y para pagar deudas de tarjetas de crédito y otros préstamos que tienen que tomar tan sólo para llegar a fin de mes mientras se ajustan las tuercas de la economía. Las familias que no se han metido a fondo en las deudas generalmente necesitan tomar empleos secundarios para mantenerse a flote.

Cómo el recorte fiscal de Bush favorece lo financiero a expensas de la industria y del trabajo

S.S.: Casi parece como si el estado estuviera intentando abandonar sus fuentes de ingresos, tanto recortando impuestos como cesando en su actividad reguladora. ¿Cuál es el efecto de la política fiscal de Bush, en especial al reducir el impuesto sobre la revalorización realizada de capital a un 15% escaso y con vistas a eliminarlo por completo eventualmente?

M.H.: Nadie parece estar hablando de ello, pero cerca del 80 por ciento de la revalorización realizada de capital ocurre en el sector inmobiliario. Este sector intenta camuflarse tras la fachada de empresas de nueva tecnología, presentando sus recortes fiscales como beneficiosos para que los negocios familiares desarrollen nuevos productos. Pero la revalorización de capital procedente de sectores diferentes del inmobiliario sólo representa el 20 por ciento del impuesto.

Esto hace que el término de «revalorización de capital» sea un eufemismo para aumentos en el precio de bienes inmobiliarios. No son los edificios los que aumentan de valor, después de todo, sino el suelo del lugar donde se encuentran. Los edificios se desgastan, pero se mantienen mediante obras de «mantenimiento y reparación», normalmente un 10% del alquiler y desde luego deducible de los impuestos, como cualquier coste normal de la explotación.

Los dueños de inmuebles también pueden depreciar sus edificios, y los nuevos compradores también pueden volver a depreciarlos, y el proceso puede continuar ad infinitum, como si estuvieran perdiendo valor. Se está permitiendo a los inversores inmobiliarios (pero no a los propietarios de viviendas) que deprecien, y vuelvan a depreciar los edificios a tasas tan generosas que todos los ingresos gravables por arrendamiento que quedan después de pagar intereses hipotecarios son desgravados por esos costes ficticios. Cuando finalmente se vende el edificio, las depreciaciones ficticias son reflejadas como revalorización del capital. Los dueños de inmuebles no tienen ninguna obligación de pagar a posteriori el impuesto a un tipo más alto que deberían haber pagado si no se les hubiera permitido la depreciación ficticia.

En consecuencia, resulta mucho más rentable para los inversores comprar tierra y propiedades inmuebles ya existentes que invertir en crear nuevas plantas e instalaciones que realmente creen empleo. ¿Por qué invertir en una iniciativa arriesgada si lo único que necesitas es poner cuanto menos dinero mejor, tomar prestado el resto, y cabalgar sobre la burbuja inmobiliaria y bursátil? Este favoritismo hacia la propiedad inmobiliaria es parte del carácter anti-industrial de los modernos sistemas fiscales. Estas leyes fiscales son producto de una intensa labor de pasilleo del sector denominado FIRE (finanzas, seguros e inmuebles, acrónimo inglés de Finance, Insurance & Real Estate). El lobby financiero es feliz de poder respaldar al lobby inmobiliario, seguro en su conocimiento de que cualquier ingreso por alquileres que el gobierno libere de impuestos queda libre para posibles prestatarios como garantía para sus acreedores hipotecarios. Estos compradores apuestan unos contra otros hasta que una parte u otra ha entregado todo el alquiler para pagar intereses, confiando en que finalmente podrá vender la propiedad a un precio más alto, manteniendo la diferencia.

En este negocio los banqueros reciben los ingresos por la operación, el propietario ausente o el de la vivienda, en su caso, obtienen la revalorización del capital. Esta política funciona en las burbujas financieras. Pero cuando viene el bajón el resultado es capitalización negativa.

La especulación se ha convertido en una forma más rápida e incluso menos arriesgada de hacer fortuna que la inversión tangible, que según el gobierno de Bush es la finalidad del recorte fiscal.

¿Para qué construir nuevas estructuras si puedes comprar una ya montada? ¿Para qué crear una mayor formación de capital fijo, cuando las ganancias después de impuestos logran un «rendimiento total» mayor, es decir, renta obtenida más revalorización del capital?

Cómo el recorte fiscal federal de Bush está forzando a subir a los impuestos de los estados y municipios

S.S. Permítame que vuelva a los presupuestos de los estados. La prensa convencional está atacando al poder legislativo por sobrestimar sus superávits del boom y gastar demasiado en programas sociales.

M.H.: Hoy es 1 de julio, una fecha apropiada para hablar de esto, porque es el principio de un nuevo ejercicio fiscal para los presupuestos de muchos estados y municipios.

Este año se va a inaugurar un nuevo tipo de plan de austeridad que se parecerá, si no los sobrepasa, a los impuestos por el FMI en los países latinoamericanos durante las pasadas décadas. Y al igual que la mayoría de los planes de austeridad, el resultado amenaza con producir precios más altos, despoblamiento y emigración. Pero en primer lugar, en relación con su mención del sobre-gasto, muchos estados montaron fondos para «épocas de vacas flacas» antes de las elecciones de 2000.

Metieron en estos fondos los ingresos fiscales procedentes de la revalorización excepcional del capital, previendo correctamente que estas revalorizaciones no podrían continuar demasiado tiempo. Pero las políticas fiscales de Bush, en conjunción con la explosión de la burbuja bursátil, han llevado ahora al agotamiento de dichos fondos.

No estoy seguro de qué significa «gasto excesivo». Los compromisos de la administración se financian sobre todo con impuestos, no con préstamos. Las administraciones locales dependían sobre todo de los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria, pero han ido desplazándose hacia el trabajo remunerado. Lo que ha sucedido no ha sido tanto un aumento del gasto cuanto una disminución de los ingresos fiscales sobre el patrimonio inmobiliario y el sector financiero, al cual paga la mayor parte de sus rentas netas. Dado que los préstamos de las administraciones locales están limitados por ley, los impuestos más bajos recortarán el gasto.

S.S.: Los tradicionales proyectos subvencionados a los estados se han congelado. ¿Tiene este problema algo que ver con el recorte fiscal de Bush?

M.H.: El recorte de los impuestos sobre la revalorización del capital ha hecho daño porque esta era la principal fuente de impuestos extraordinarios en la década de los 90 del pasado siglo. Los estados y las ciudades los usaban como excusa para no subir los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria, en consonancia con el boom de los precios de las propiedades. En Pennsylvania, el impuesto sobre el patrimonio inmobiliario es sólo el 1 por ciento del valor tasado de la propiedad, que ha estado aumentando un 10 por ciento anual. Los precios del suelo en California están disparándose, pero los impuestos sobre el patrimonio inmobiliario se limitan a subir un 2% actual, desde una base totalmente obsoleta.

El principio básico es que lo que el recaudador de impuesto no toma queda disponible para ser entregado en prenda a los banqueros en forma de hipoteca para comprar propiedades que permitan cabalgar el boom del precio inmobiliario.

En cuanto al boom de la bolsa, desde que explotó en el año 2000, los estados se han encontrado, sin esta extraordinaria fuente de crédito, que ahora parece haber sido una oleada de las que sólo suceden una vez.

Lo que no se ha enfatizado adecuadamente es que el recorte fiscal de Bush implica aumentos fuertes y devastadores en los ámbitos municipales y de los estados. El declive en ingresos fiscales de la ciudad de Nueva York la ha obligado a subir los impuestos sobre propiedad inmobiliaria hasta un 18% y las tarifas de los transportes públicos en un 33%. También tiene que recortar servicios, proporcionando menos servicios públicos para la carga fiscal existente. El efecto ha sido aumentar el precio unitario de los servicios ciudadanos. El dinero se va a los acreedores.

También ha subido el coste de la educación pública. CUNY ––la universidad municipal de Nueva York, que incluye una serie de campus–– está subiendo las matrículas más allá de la capacidad adquisitiva de muchos de sus estudiantes tradicionales. La ironía está en que justamente la semana pasada la Corte Suprema de Nueva York aprobó la legalidad del programa de acción afirmativa para los estudiantes negros e hispanos. Precisamente en el momento en que se estaba legalizando esta política correctora, los estados se vieron obligados a subir las matrículas de las facultades públicas a tal nivel como para poner la educación superior fuera del alcance de su alumnado natural.

Se espera que quienes resulten más golpeados por los recortes en la contratación sean los trabajadores pertenecientes a las minorías, dado que las grandes ciudades tradicionalmente han tenido una gran proporción de representantes de las minorías en la administración pública.

Durante muchos años la contratación estatal y municipal absorbió gran parte de la creciente población trabajadora. Esta fuente de empleo ha sido cerrada a medida que se van reduciendo de tamaño los departamentos.

Otro efecto es que la cultura está siendo thatcherizada. Ya no existe ninguna emisora de música clásica no comercial en la Ciudad de Nueva York. Cuando yo me vine a vivir aquí en 1960, era frecuente escuchar WNYC, WNCN y otras emisoras de música clásica en oficinas y hogares.

Ahora hay o bien silencio o lo contrario –anuncios vociferantes y repetitivos a todo volumen, que interrumpen música semiclásica «fácil de oír», música pop y tertulias políticas.

Con respecto a la música en vivo, las orquestas sinfónicas se enfrentan a la bancarrota por todo Estados Unidos. El mismo fenómeno ocurrió en Gran Bretaña después de 1980 y bajo el gobierno de Margaret Thatcher; pero la situación de Nueva York es incluso más extrema. Al menos cuando yo visitaba Londres, oía a mis amigos escuchar la emisora musical de la BBC y existe una animada vida musical. En Nueva York la ópera y la sinfonía han sido convertidas en telón de fondo para la promoción de la inmobiliaria local.

En 1930 la propiedad inmobiliaria daba cuenta del 80% de los ingresos municipales y estatales en todo el país. Actualmente esta proporción se ha reducido a un 17%. La carga fiscal ha sido desviada de la propiedad al trabajo asalariado. Para dotar todo esto de una perspectiva se puede decir simplemente que el valor inmobiliario de la ciudad de Nueva York excede al de la maquinaria en todo el país.

Lo que solía ser aclamado como una sociedad post-industrial está retrocediendo hacia una economía rentista pre-industrial. El foco de la actividad económica son los beneficios de la propiedad, no la producción real. Los barrios industriales de Nueva York se han aburguesado y sus tradicionales pequeñas empresas de manufactura, empleados y negocios familiares han sido expulsados.

Existe un interesante giro político en la crisis fiscal de los estados. Los tres grandes estados problemáticos son California, Massachusetts y Nueva York, y los tres dieron la mayoría al partido demócrata en las presidenciales de 2000. Es como si el gobierno de Bush estuviera diciéndoles «Cáiganse muertos, estados demócratas» cuando se trata de compartir los ingresos fiscales federales.

Incluso en lo que respecta a los gastos anti-terroristas, por ejemplo, Nueva York se ha visto decepcionada. El mes próximo, en agosto de 2003, el «Project Liberty» va a despedir a unos dos mil trabajadores sociales contratados después del 11 de septiembre para trabajar con los familiares de las víctimas y otros afectados por el ataque a las Torres Gemelas. FEMA (la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias) aportó 150 millones de dólares para psicoterapia. Esto era más dinero del que la administración había dado para salud mental en toda su historia, para el conjunto de todos los desastres ocurridos hasta la fecha. Sería suficiente para enviar a cada uno de los neoyorquinos a un psiquiatra, y aún sobraría dinero.

Pero ahora parece que faltan 50 millones de dólares. Los burócratas de Bush decidieron que mejor que averiguar a dónde había ido a parar el dinero que faltaba (y a la campaña electoral de quién), mejor cerrar el programa a resultas de su propia incompetencia.

Implicaciones internacionales de los bajos tipos de interés, de los recortes fiscales y de una nueva burbuja financiera

S.S.: Hemos hablado antes de su penetrante visión de la balanza de pagos entre las naciones (ver entrevista sobre el Super Imperialismo). ¿Cómo afectan los bajos tipos de interés y la caída del dólar a los precios y a la balanza de pagos?

M.H.: Uno de los efectos de los bajos tipos de interés es mantener bajo el cambio del dólar. Aunque los tipos de interés son un elemento de coste, en este caso particular los tipos de interés más bajos hacen que suban los precios, hasta el punto que un dólar en declive conlleva precios más altos para las importaciones denominadas en divisas extranjeras o no vinculadas al dólar. Si los países de la OPEP, por ejemplo, empezaran a denominar los precios en euros, esto encarecería la protección cambiaria si el dólar siguiera cayendo.

Un segundo efecto es poner en evidencia ante el mundo que los EE.UU. están llevando una política económica teniendo en cuenta solamente sus propios objetivos, con una «negligencia benigna» por cómo su balanza de pagos afecta a los demás países. Un dólar en declive supone un euro en alza, y esto exprimiría a la mayoría de los exportadores industriales europeos. Alemania sería la que más exprimida se sentiría.

Los diplomáticos estadounidenses están previendo que los problemas a los que se enfrenta Alemania con su divisa sobrevalorada podrían forzarla a dar marcha atrás en su legislación social, en especial en las regulaciones que benefician al trabajo asalariado y en su sistema de pensiones. El objetivo es transferir el superávit económico del trabajo asalariado al ámbito financiero, como está ocurriendo en los EE.UU. Esto causaría una fractura política y económica en las democracias sociales mundiales, forzándolas a seguir la reestructuración financiera estadounidense.

El economista David Hale recientemente estimaba que Europa y Asia acabarán financiando cerca del 60 por ciento del déficit presupuestario federal estadounidense, reciclando el superávit de dólares que circulan por el mundo a causa del déficit en los pagos internacionales estadounidenses. Así, el déficit, en lugar de dejar afuera al ahorro nacional estadounidense, proporcionaría a Estados Unidos el tipo de billete gratis que describíamos en nuestra última entrevista. Europa y Asia nos están prestando el dinero prácticamente sin interés alguno para comprarles cuanto queramos, a cambio de nuestros pagarés de papel de calidad cada vez más dudosa.

S.S.: ¿Cómo están respondiendo los bancos federales a este fenómeno?

M.H.: Están bajando sus propios tipos de interés, en lo que se está convirtiendo en algo muy parecido a las devaluaciones tipo «arruina a mi vecino» y las guerras de aranceles de la década de 1930. Bajar los tipos de interés en el caso actual ciertamente es preferible a subir los aranceles y a manipular las divisas como sucedió hace 70 años. Pero al bajar los tipos de interés los planes de pensiones británicos y de la Europa continental están experimentando la misma insolvencia que yo describía arriba en relación con los fondos de pensiones estadounidenses, a excepción de países como Alemania que no han «financiarizado» su Seguridad Social sino que han seguido una política de retenciones directas pagando las pensiones con la producción actual. Esto les permite usar los ingresos actuales para invertir en expandir los medios de producción – incluida la construcción – en vez de meterlo en papel financiero.

S.S.: Ud. ha descrito los bancos centrales diciendo que siguen el Consenso de Washington. Pero hay personas como Jack Kemp que argumentan que necesitamos volver al patrón oro. De forma similar, en «Gold and Economic Freedom» Alan Greenspan argumentaba a favor de la independencia de los bancos centrales diciendo que la alternativa es dinero fiduciario (sin respaldo), lo que conduce a la hiperinflación y finalmente al colapso de los sistemas financieros. ¿Está bien fundada esta lógica en tanto que solución para el régimen financiero que Ud. ha descrito hoy?

M.H.: No existe ninguna base histórica para su ideología. Se trata básicamente de demonizar el control público del sistema monetario. Este prejuicio ha sido promocionado por el sector financiero confiando en sacar a la administración pública de la foto a codazos. Antes que basarse en la historia económica, refleja al mentor del señor Greenspan, Ayn Rand, y su apasionada antipatía hacia el gobierno. La evidencia empírica muestra justamente lo contrario, lo que ayuda a explicar por qué los monetaristas de la libre empresa han excluido la historia económica del curriculum académico.

Un colega mío, Stephen Zarlenga, acaba de publicar un estudio histórico, «The Lost Science of Money» (2002), exponiendo que el dinero fiduciario del sector público tiene un historial mucho mejor que el dinero fiduciario privado. El mejor ejemplo son los billetes emitidos para financiar la Guerra Civil en la década de 1860. Algunas de las monedas coloniales funcionaron bien, incluso la Moneda Continental (los «continentales»), de los que se autorizaron e imprimieron 200 millones. Su valor colapsó cuando los británicos los falsificaron por miles de millones para ahogar a las colonias que se estaban independizando financieramente. Pero esto no fue un problema de la moneda, propiamente. Zarlenga también demuestra que la hiperinflación alemana de la década de 1920 se vio agravada porque el Reichsbank concedía créditos a los especuladores que apostaban contra el marco alemán. Luego les vuelve las tornas a los privatizadores mostrando que las perspectivas antirregulatorias descansan sobre mitologías falsas. Lo más importante de reconocer en una política financiera con éxito es que el control de la oferta de dinero históricamente ha estado acompañado por el control de la deuda general de la economía, incluida la capacidad de cancelar las deudas incobrables. Esta es un área excluida por el currículum económico de los Chicago Boys. Hablan del dinero como si fuera algo incorpóreo antes que parte y paquete de la deuda general – una deuda general que se está agravando exponencialmente-.

S.S.: ¿Qué lecciones a largo plazo podemos sacar de la historia de las tesorerías nacionales que toman el control de la política monetaria mejor que los bancos centrales y los bancos comerciales?

M.H: La principal distinción que hay que trazar se refiere a si el sistema monetario es controlado por manos privadas o públicas. Los sistemas públicos son estables principalmente porque se dedican a apoyar la inversión a largo plazo. La creación de crédito en el sector privado tiene diferentes objetivos. La prioridad habitual es la de financiar beneficios a corto plazo sobre precios de activos, es decir, inflar la burbuja. Si usted quiere ver una moneda fiduciaria que funcione, mire los verdes estadounidenses. Esta se ha vuelto una época olvidada de la historia financiera, aunque condujo a la primera formulación matemática clara de la teoría cuantitativa de la moneda, expresada ya por Simon Newcom en el siglo XIX. Toda hiperinflación en la historia, en especial en la Alemania de la década de 1920, procedía de que la administración se veía acorralada en una trampa de deudas y trataba de salir de la deuda por vía inflacionaria. Esto es lo que el propio Adam Smith anotó cuando observó que ninguna administración estatal en la historia había pagado jamás sus deudas, aunque algunas hubieran pretendido haberlo hecho, por ejemplo inflando los precios. La misma observación podrían hacerse sobre la deuda del sector privado. La pregunta que hay que hacer hoy se refiere a cómo van a evitar los EE.UU. pagar sus deudas, y cómo otros países no van a pagar sus propias deudas públicas y privadas. Parece como si las deudas hacia el trabajo asalariado van a ser borradas para «preservar» la «santidad» de las deudas del sector más acaudalado de la población. Las obligaciones de los fondos de pensiones, de la seguridad social, del seguro médico y del seguro de vida van a ser borradas de los libros, para pagar a un pequeño número de rentistas: la clase a la que Bush ha eximido del impuesto sobre sucesiones, le ha bajado los impuestos sobre la revalorización del capital y los impuestos sobre la renta. Su política esencialmente consiste en «pez grande come al chico».

*El profesor Michael Hudson es economista financiero independiente de Wall Street. Después de trabajar como economista especializado en balanza de pagos para el Chase Manhattan Bank y para Arthur Andersen en los años 60, enseñó finanzas internacionales en la New York School de Nueva York. Actualmente es profesor de Ciencias Económicas en la universidad de Missouri (Kansas City). Ha publicado numerosas obras sobre el dominio financiero estadounidense. También es asesor para los gobiernos de Canadá, México, Rusia y EE.UU. Sus libros incluyen Trade, Development and Foreign Debt (Pluto, 1992, 2 vols.). Es autor de Super Imperialism (publicado en español por Dopesa en 1973).

**Standard Schaefer es periodista independiente, escritor especializado en asuntos económicos, historiador cultural, crítico literario, poeta (ganó un premio nacional de poesía) y escritor de novelas cortas. Es el editor de las partes de ficción y ensayo de la New Review of Literature.
Pueden contactar con él en ssschaefer@erthlink.net

Traducido para Rebelion por Marga Vidal y revisado por Francisco González.


Descubre más desde Sociología crítica

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.