De 1931 a 2012
La radicalidad de la crisis ya está fuera de toda duda para quienes se recluyen en un ciego economicismo (muy interesante la lectura de la definición de economicismo del Diccionario básico de categorías marxistas de Néstor Kohan, cortesía de compañeros mucho más ilustrados que yo: Economicismo- “Corriente política que reduce la lucha popular únicamente al reclamo por reformas económicas y reivindicaciones mínimas. Desprecio de todo debate teórico e ideológico. Sospecha a priori sobre toda actividad intelectual. Reducción del marxismo a una vulgar teoría que todo lo reduce al “factor económico”. El economicismo ha hecho estragos en la tradición marxista.”). La nuestra es una crisis histórica que se manifiesta en el colapso orgánico (del mismo Diccionario básico de categorías marxistas: crisis orgánica– “Crisis estructural de largo aliento —distinta de cualquier crisis de coyuntura—. Combinación explosiva de la crisis económica y la crisis política. Debilitamiento de todo un régimen político. Pérdida de consenso y de autoridad en la población del conjunto de la clase dominante y sus instituciones políticas.”) que tiene muchos síntomas evidentes de salto de ciclo como país en la dirección que sea, no necesariamente positiva y menos si nos creemos que esto se arregla consiguiendo algo de crecimiento económico y creando algo de empleo.
España ha tenido en el último siglo algunas de estas crisis. Lo que nos sucede hoy como país tiene muchos paralelismos con lo que sucedía en 1931. Entonces seguía vigente, formalmente, la constitución de la Restauración de 1876. La anterior crisis de los partidos turnistas se resolvió con un autogolpe y la dictadura de Primo de Rivera, no sólo tolerada por el Régimen de la Restauración sino inserta en él y apoyada por los partidos turnistas (entre otros notables partidos que recuperan ahora su viejo colaboracionismo). Cuando se desmoronó también la dictadura de Primo el Régimen de la Restauración intentó recuperar la normalidad constitucional. Pero era demasiado tarde, no colaba: sólo sirvió para convocar unas elecciones municipales en las que triunfaron allí donde no llegaba el caciquismo y el pucherazo (en las ciudades) las candidaturas republicanas. Obviamente no hizo falta una reforma constitucional sino que el desplome de la Restauración junto con el fervor popular y su manifestación electoral abrieron la puerta al proceso constituyente más ilusionante de la Historia de España.
Hoy hay un profundo colapso de régimen. No hemos padecido una dictadura militar por bastantes factores que convierten en mucho más eficaz este golpe financiero. La deslegitimación absoluta de la Transición tiene su mejor exponente en la ruptura de los consensos del 78 por PSOE y PP con la reforma suicida del artículo 135 por orden de Bruselas con agostidad y sin respaldo popular. Seguramente la pérdida de autoridad del régimen es previa (desde mayo de 2010, al menos) pero agosto de 2011 quizás marque el punto de no retorno, la irrecuperabilidad del régimen. ¿Cabe hoy pensar que la solución es una lectura más progresista de la Constitución del 78? Eso pensaba Alfonso XIII en 1930, sin darse cuenta de que ya nadie veía rescatable aquel régimen que habían suicidado. La deslegitimación hoy de todas las instituciones (de la Corona al Poder Judicial, pasando por el bipartidismo, la prensa de orden y la estructura económico-financiera) es irrescatable. E incluso si nos propusiéramos una profunda reforma constitucional que fuera de la ley a la ley nos toparíamos con que los constituyentes de 1978 blindaron su reforma en los capítulos más importantes para que ésta fuera prácticamente incorregible. Formalmente fue mucho más fácil pasar de las leyes franquistas a la legalidad del 78 sin quebrar la ley de la dictadura de lo que sería hoy hacer una reforma sustantiva de la Constitución del 78 (que exigiría una mayoría muy cualificada del parlamento, convocatoria de cortes constituyentes que permitieran, de nuevo, otra mayoría muy cualificada del parlamento y después un referéndum: es decir un ciclo de varios años en los que una minoría podría tener siempre derecho de veto).
El dontancredismo es estéril y facilita otras respuestas a la crisis. Pero respuestas hay. La manifestación de Barcelona del 11 de septiembre es una respuesta al desplome de país. Lo que ocurra en Euskadi tras las elecciones del domingo otra. El éxito en la calle y en las encuestas del 25S es otra respuesta. También lo es que partidos como UPyD o PSOE ya hablen de profundas reformas constitucionales (UPyD, que son muchas cosas pero sobre todo leen muy bien cada jugada -para marcar goles con la derecha o con la izquierda, qué más da- ya habla de proceso constituyente: aunque su propuesta fuera centralista y reaccionaria lo que han entendido es que no va a quedar piedra sobre piedra).
El régimen está en demolición. Guste o no. A las personas de izquierdas en principio no tendría por qué disgustarnos porque nadie de izquierdas puede pensar que la Transición era un punto de llegada; lo que podría disgustarnos sería que el paso siguiente lejos de ser un avance (mayor o menor, dependerá de las fuerzas que consigamos acumular) sea un retroceso. Eso es perfectamente posible. Pero para eso la izquierda debe organizarse junto con los sectores populares que están dando una respuesta social más eficaz y, lejos de intentar actuar de sostén de un edificio que ni es el nuestro ni tiene arreglo, nos pongamos a conducir los esfuerzos hacia la construcción de unas instituciones que permitan el control popular del poder político, económico y financiero. Eso que podemos llamar socialismo o simplemente democracia.
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Posted on 2013/09/04
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