El país Jacinto Antón, Barcelona 16 DIC 2013 // El historiador Max Hastings (Londres, 1945), uno de los grandes especialistas en la Segunda Guerra Mundial, visita por primera vez las trincheras y el frente de la Gran Guerra con 1914, el año de la catástrofe (Crítica). Es un libro mucho más militar y con menos sutilezas que el de Margaret MacMillan pero con la acostumbrada carga de malicia, inteligencia, sentido del humor y conocimiento del medio bélico que caracteriza al autor. En contraste con el de su colega, en el 1914 de Hastings las balas silban pronto, y de lo lindo. A destacar el novedoso relato de la brutal invasión de Serbia por el ejército austrohúngaro —Hastings recalca que los serbios fueron los que proporcionalmente sufrieron más bajas en la contienda— y la descripción de los tremendos fallos y las limitaciones de los generales de ambos bandos —de John French, el comandante de la Fuerza Expedicionaria Británica dice sin ambages que era “estúpido hasta la saciedad”—. También la afirmación de que el célebre plan Schlieffen que se suponía daría la victoria rápida a Alemania era “fantasioso” y no podía funcionar de ninguna manera en un mundo en el que se había producido una revolución en el poder destructivo de las armas pero se encontraban aún muy atrasadas las tecnologías del transporte y la comunicación. De hecho esa paradoja, recalca, es lo que convirtió la I Guerra Mundial en un infierno estático de barro y trincheras.
Como es habitual en él, Max Hastings se muestra genial en la descripción de la experiencia del combate y en la selección de testimonios y anécdotas. Una de las características esenciales (y sorprendentes) de su visión de la Gran Guerra es que no cree que perteneciera a un orden moral distinto que la Segunda. Es decir que para él no hubo una “mala guerra” y una “buena guerra”», una guerra que fue solo una masacre inútil y otra que era necesaria (para acabar con los nazis). Considera que en ambos casos había que librarlas para detener a los alemanes, cuyas intenciones juzga tan malévolas en una contienda como en la otra. “Basta con ver la lista de la compra del Kaiserreich en agosto de 1914, todo lo que pensaban adquirir”, justifica. “Iban a anexionarse grandes pedazos de Rusia y Francia, Luxemburgo, a convertir Holanda y Bélgica en estados vasallos… una lista terrible”. Hastings prosigue: “Es difícil hoy persuadir a la gente de que detener a los alemanes en la Gran Guerra fue una causa que mereció la pena, predomina la idea de los poetas —Owen, Sasoon— de que fue una carnicería absurda, pero basta con pensar en cómo habría sido Europa de vencer las potencias centrales. Muchos critican la Paz de Versalles porque, dicen, fue cruel con los alemanes, no imaginan el tipo de paz que hubiera impuesto Alemania. La libertad, la justicia y la democracia europeas habrían salido muy perjudicadas”.
Para el historiador, además, la culpa de la guerra recae especialmente en Alemania. “Se puede discutir si fue la responsable del estallido, pero no el hecho de que si había una potencia que podía haber detenido el mecanismo que llevó a la guerra era Alemania. La gran ironía es que si no hubiera ido a la guerra entonces su dominio sobre Europa habría quedado asegurado en veinte años, por razones industriales”.
Le pregunto si cree que el káiser —cuya estatua de cera se trasladó en el museo de madame Tussaud en Londres al empezar la guerra de la Galería Real a la Cámara de los Horrores (lo cuenta él)— y Hitler son comparables. “La comparación es posible. Recientemente, grabando un programa con MacMillan en Versalles ella me dijo: ‘¿No es paradójico que nadie perdonaría nunca a Hitler por loco pero que al káiser sí se lo disculpe por la misma causa?’. El káiser dirigió cosas terribles como las masacres en África y el asesinato sistemático de civiles en Bélgica en 1914. Y tras la batalla de Tannenberg quería enviar a los prisioneros rusos a la península de Curlandia y dejarlos morir allí de hambre. Nos empeñamos en ver al káiser como una figura ridícula más que malvada. Tenía aspectos ridículos, pero también los tenía Hitler”.
Para Hastings, el elemento bélico que define más la I Guerra Mundial no es la ametralladora, el aeroplano o el gas, sino ¡la alambrada! “El descubrimiento de que se podía usar en la guerra como con los animales, para bloquear el paso de los soldados fue extremadamente relevante en la lucha”. Le pregunto quién considera que es el personaje más representativo de la I Guerra Mundial. ¿Joffre? ¿El Barón Rojo? ¿El almirante Fisher? ¿Lawrence de Arabia? “¿Lawrence? ¡No era representativo más que de sí mismo! No, quizá ese veterano que cito en el libro, Henry Mellersh, que escribió: ‘Yo y mis compañeros entramos en la guerra esperando una aventura heroica y con una firme confianza en la rectitud de nuestra causa; acabamos terriblemente desilusionados en cuanto a la naturaleza de la aventura pero convencidos aún de que nuestra causa era correcta y de que no habíamos luchado en vano”.
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Andrs Torrico Alvarez
2013/12/17
Date: Tue, 17 Dec 2013 11:19:47 +0000 To: torrico-alva@hotmail.com
Jonathan
2013/12/18
Veo un problema en estos productos editoriales de historia bélica que tan bien se venden.
Estos autores conocen muy bien los temas militares. De hecho, muchos son antiguos militares, pero como historiadores carecen de profundidad y rigor a la hora de tratar muchísimos más temas que traen aparejados las guerras. Sin ir más lejos las cuestiones políticas o relaciones internacionales.
A parte, tanto la editorial como el propio autor tienen la tendencia a encubrir su ideología en un supuesto rigor militar que los hace asépticos. Pero el simple hecho de manejar cifras, tácticas, informes oficiales etc., no los hace neutrales. La mayoría de las veces se soslaya que su interpretación sólo va en un sentido.
El autor es todo un ejemplo de la visión imperial británica que tanto difunden las editoriales en castellano. El mejor ejemplo de esta visión es la propia entrevista al autor. Entrevista que, en algunos momentos, es hasta odiosa, empezando por la urticaria que le provocan poetas pacifistas. Poetas, que por cierto, vivieron el conflicto en primera persona. Otro elemento en su “argumentario» es decir que «fue una causa que mereció la pena» refiriéndose a la Gran Guerra, pero para ello echa mano de la historia ficción e incluso contando los desmanes y crímenes contra la humanidad que cometían los alemanes en sus colonias, olvidando que la imperial corona británica no era un dechado de virtudes en este tema precisamente.
En fin, en unos párrafos se le pueden sacar muchos peros y objeciones a este tipo de historiografía, pero el principal problema que plantea a los historiadores es la construcción de la visión sobre los conflictos del siglo XX. La memoria histórica es algo en permanente construcción, un problema es que esa memoria de los conflictos del siglo XX esté en manos de militares, tendentes a presentar los conflictos como una novela de aventuras remozadas con el trabajo de archivo, una redacción atractiva y sin plantearle problemas al lector.
dedona
2013/12/20
un excelente análisis, sigamos en contacto,
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