A la izquierda de los republicanos no hay ni puede haber nada. Ninguna aspiración revolucionaria o progresista pasará de ser una utopía infecunda, si no se apoya en las cuatro columnas fundamentales del estado republicano: el ser humano libre, la nación independiente, la sociedad justa y solidaria y el pueblo soberano. París, 1978. Fernando Valera
Escribir sobre la realidad concreta es obligado en política. Este planteamiento que el compañero propone en El nuevo escenario político (ERI 2019 ) tiene por escenario España, la realidad española; no es un escenario abstracto, sino uno concreto e histórico, es decir, fruto de un proceso que tiene unos actores históricos y una evolución que desemboca en el presente; pero curiosamente no incluye en su análisis la cuestión de nuestra historia reciente, la naturaleza del régimen, sus puntos débiles, la realidad de la impunidad franquista, es una posición que asume sin más la ausencia de la cuestión de la república, al punto de que ni la nombra en su propuesta. Pero influir en los procesos de cambio actuales como propone, de forma que los actores populares logren determinar la dirección futura y marcar los objetivos, exige saber muy bien qué ha pasado, quiénes somos y qué queremos. La opción del PCE es la de renunciar a la interlocución política directa con el pueblo –no se presenta a las elecciones y hasta elude la defensa pública de su ideología y tradición– y deja en la práctica que una fuerza postmoderna, anticomunista y antirrepublicana como Podemos marque la estrategia y sea el interlocutor público. Pues bien. Sois dueños de vuestras renuncias, pero no de las nuestras. Nosotros los republicanos no hemos renunciado a nada. Con esas renuncias habéis logrado entrar en el gobierno. No ha ido mal. Pero no todos lo valoramos igual, las renuncias son muchas y de muy atrás, no solo de la campaña y el programa de ahora. Las socialdemocracias europeas lograron notables éxitos por esa vía y ya vemos; esto de ahora es nuevo para vosotros, pero no sois los primeros.
Señala el compañero que el PCE, siendo imposible la ruptura dada la relación de fuerzas en la Transición -afirma-, «aceptó la salida reformista a la dictadura, garantizando al menos un sistema formalmente democrático que permitiera continuar luchando para conseguir las conquistas sociales y políticas necesarias que desde siempre demanda la clase trabajadora en España». Es muy discutible la afirmación de que no se pudo la ruptura, sobre todo cuando se renunció a ella con las políticas de reconciliación nacional, la ruptura de relaciones con el gobierno en el Exilio, se renunció a formar parte de un frente de oposición democrático y republicano frente a la dictadura y se aceptó ser legalizado por la dictadura lo que equivalía a reconocer la legalidad de ese régimen. Con tales decisiones es normal que la ruptura fuese una entelequia.
Pero el problema no es lo que lo que pasó entonces, es algo que forma parte del pasado y no se puede ya cambiar, sino lo que podamos hacer hoy. La cuestión es si es posible organizar la ruptura hoy. Y lo que se nos propone es organizar la reforma: es decir, continuar con la reforma. Lo es porque en ningún momento se señala la necesidad de romper hacia la República; ni lo propone, la palabra está proscrita. Lo que sí encontramos es una especie de lamento por el proyecto de » Estado social y plenamente democrático que garantizara todos los derechos fundamentales a todas las personas» que fue «truncado por la consolidación de un entramado institucional y social heredado del franquismo», basado, además de en el papel de judicatura, militares y poderes financieros, en un bipartidismo imperfecto» en el que las fuerzas nacionalistas conservadoras (PNV y CiU) completaban las mayorías parlamentarias». La reforma se hace ahora posible -se deduce- por la rotura de ese bipartidismo tradicional. Pero si tenemos en cuenta de que el actual gobierno de coalición se basa en la alianza con el PSOE, ¿donde situamos ahora al PSOE, en cuál de las dos orillas? ¿No será que la línea buscada era la de lavarle la cara al PSOE, renunciar a confrontar con ellos y mostrar que tras cuarenta años de apoyar al régimen el viejo carrillismo residual podría contribuir a la reforma del sistema y la monarquía?
Entre los factores que señalan el nuevo escenario político -nos dice-, se suma la deriva conservadora de la monarquía en la figura del rey Felipe VI que habría abandonado el papel moderador (dice exactamente: «La monarquía hace tiempo que dejó de jugar un papel de equilibrio») habiéndose «alineado desde el primer día de su reinado con las fuerzas más conservadoras del régimen, tanto en cuestiones políticas como sociales y económicas».
Uno se queda estupefacto con este planteamiento del secretario general del PCE. ¿Qué esto? ¿Nostalgia por los buenos viejos tiempos en los que la monarquía sí jugó un papel de equilibrio? No vemos en qué momento pudo ocurrir eso. Debería explicarlo. Igual con lo del posicionamiento del actual rey con las fuerzas más conservadoras. Esto no es nuevo. Esto es lo que ha ocurrido y cabe esperar que ocurra. Lo de la monarquía sostenible que a veces ha parecido defender Izquierda Unida y el PCE es un absurdo.
Estamos ante un problema actual, ahora, cómo hacer política ahora, no en el 77, sino en 2020, y cómo lograr que nuestro compromiso por mejorar las condiciones reales de vida de los trabajadores en el presente y de profundizar en la lucha por la República, se traduzca en una estrategia de ruptura. No hacerlo así lo que supone en una reforma que a la postre renuncia a cambiar nada de fondo.
La monarquía es la tapadera de una ratio de fuerzas que limita los avances sociales, la lucha republicana y los avances sociales son una misma lucha, pero para que lo sea de verdad debe ser patente y explícita, no ocultarse. Una idea es clara: no habrá políticas sociales sin cambios en la ratio de fuerzas, es vital que esa lucha incluya la cuestión republicana, ocultarla es un error o una traición. De la misma forma que se usó la palabra Democracia en 1977 para impedir que se usara la palabra República, se emplea hoy la expresión Proceso constituyente. El éxito de Unidas Podemos hay que buscarlo en que puestos a hacer renuncias y convertir el oportunismo en la brújula ideológica dominante, Podemos lo hace mucho mejor que la vieja IU. La nueva alianza asume las antiguas renuncias pero lo hace con un nuevo envoltorio, en el intercambio el aparato de IU PCE garantiza su supervivencia física sin necesidad de tener que pasar por el PSOE directamente como hicieron las Almedia, Curiel, López Garrido, Guerreiro, Carnero y otros precursores de Carmena avant la lettre.
La posición expresada por el PCE por boca de su secretario general reproduce hoy las renuncias de 1977, señala la necesidad de readaptar al contexto actual las políticas reformistas que habrían tenido éxito en 1977 siendo puestas en cuestión cuando la «monarquía» perdió su papel de equilibrio. Es esto lo que nos está diciendo.
Resulta penoso comprobar que en la línea que sigue el partido se renuncie a explicitar la cuestión republicana con lo que implica de ruptura con el estado post-franquista, la lucha contra la impunidad, la denuncia de la falta de legitimidad de todo el sistema y la renuncia a explicar y a defender que cabe conciliar un programa social de aplicación hoy con una estrategia de construcción de la República.
La propuesta de aunar fuerzas que hace excluye y combate la lucha republicana y al hacerlo y entrar en el gobierno, se sitúa más como problema que como solución; no es de extrañar que los Anson estén tan contentos con la trayectoria del PCE desde la «reconciliación nacional» carrillista hasta el día de hoy. Lo lamento profundamente pues la República necesita a los comunistas. También a los del PCE.